La COP16 ha sido un éxito. Hemos puesto sobre la mesa la conservación sobre qué es la biodiversidad, pero, sobre todo, hemos hablado de Colombia.
La toma de decisiones es y ha sido siempre un asunto crítico en temas ambientales para el país, no solo por su complejidad biofísica y la lamentable desconexión institucional, sino porque siempre ha existido algún asunto más urgente, y hace parte de la cultura colombiana centrarse en lo urgente y no en lo prospectivo.
Por esto, celebro el establecimiento de objetivos ambiciosos que buscan revertir la pérdida de biodiversidad. Sin embargo, a menudo, el foco de estas discusiones se limita a grandes foros y encuentros internacionales, donde altos cargos, delegados de países y organizaciones no gubernamentales abordan problemáticas complejas y, si bien estas reuniones son vitales para el establecimiento de políticas y acuerdos, su impacto real en la vida cotidiana de las comunidades locales, las empresas extractivas, los agricultores y los ciudadanos en general es, en muchos casos, superficial.
Es allí dónde debe establecerse el foco, en el significado que esa biodiversidad representa para quién está frente a ella en la cotidianidad, y no solo para quién la admira en sus vacaciones.
La biodiversidad no es solo un tema ambiental; es un asunto que toca nuestras vidas en múltiples dimensiones: desde la seguridad alimentaria y la salud pública hasta la economía y la cultura, incluso para quienes vivimos en las grandes ciudades. Por lo tanto, es fundamental que la conversación sobre biodiversidad trascienda los salones de conferencias y se instale en la institucionalidad. Llevemos la discusión a los lugares en donde está la biodiversidad en vez de solo traer la biodiversidad a los grandes auditorios citadinos.
La educación ambiental no es un trabajo de la profe de biología, el involucramiento de comunidades locales en la toma de decisiones y la integración de prácticas sostenibles en la economía local son pasos esenciales. Las políticas deben ser accesibles y comprensibles, de modo que todos comprendan su relevancia y se sientan parte de la solución, y del problema. La biodiversidad debe ser un tema que se discuta en las mesas de diálogo comunitario, en las campañas políticas y en los medios de comunicación.
La conversación debe continuar en las oficinas, en las aulas, en casa, porque la biodiversidad no es solo un asunto de expertos; es un patrimonio que nos pertenece a todos, es una conferencia de las partes, pero de la que todos somos parte.
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