La comunicación-educación como método para alcanzar la paz en Colombia

Es en la educación donde se siembran las más grandes transformaciones y construcciones sociales. De nada sirve, en el caso colombiano, que se firmen acuerdos y se presione desde la institucionalidad con el tema de la paz, si desde la individualidad y la ciudadanía no se encuentra la conjugación de esas estrategias generales.

Es imposible pensar la paz como un concepto colectivo sin antes haberla desarrollado como un concepto individual. Los intentos colombianos de construir paz desde la generalidad serán inocuos e improductivos, si en ellos no existen planteamientos e instrumentos que permitan escudriñar y modificar, en lo más profundo de cada ciudadano, su propio y más primigenio pensamiento.

Las más grandes constricciones histórico-sociales de Colombia se caracterizan por repetirse, imitarse, soslayarse y/o, en el mejor de los casos, simplemente mutar un poco. Los problemas más grandes que obstaculizan el trascender discursivo y gnoseológico de esta tierra, tienen la misma base, la misma forma de crecimiento, los mismos roles; a pesar de que sus actores, por obvias razones, cambian.

La ideología colombiana, el pensamiento común que fronteras adentro obnubila el diverso pensar; se basa en principios de injusticia que obligan, desde las estructuras de pensamiento que instaura, naturalizar las problemáticas más bárbaras que continúan azuzando y desmadejando los contextos.

Para crear paz hay que acabar con esos principios. El binomio comunicación-educación, es la respuesta y la forma que disponemos para arrancar las semillas y su producto, de las huertas de las cabezas de los colombianos: todas aquellas justificaciones que normalmente se tienen para con la maldad.  Desde el lenguaje, actuar, razonar, sentir, mirar, debatir, opinar, hay que ir suprimiendo, gradualmente (por obligación práctica) esos principios de muerte, de dolor, de malignidad.

“Si lo mataron fue por algo – se escucha decir en las calles- No me importa que el alcalde robe pero que haga algo; quién la manda a vestirse como una puta; pero es que él no era ningún santo; que sufra pa’ que aprenda; para que haya paz tiene que haber guerra; si no está conmigo está contra mí; dígale a los muchachos de la esquina; huy, muy güevón ¿usted se encontró ese celular y lo devolvió?; ¿usted no sabe quién soy yo?; y muchas más.

Eso son los supuestos errados en los que la gente ha decidido creer, son el refugio a la ignominia, el abrigo con el que se ha cubierto la verdad. Para construir paz, hay que erradicar las ideas que justifican la guerra y la violencia, y que se han aferrado en la idiosincrasia colombiana. No existe razón válida que naturalice el hambre de un niño, el abandono de un anciano, el exterminio de un páramo, el asesinato de un joven, el desangramiento de la economía local, la pobreza absoluta de una familia.

Allí, en ese punto, en la eliminación del principio de desigualdad como sitio base de la gnoseología colombiana, es donde entra a jugar, con un papel determinante, la comunicación-educación como motor de transformación y aprehensión de conceptos y esquemas mentales.

Porque, cuando a la construcción de paz se refiere, no se puede hablar de este binomio como algo que ‘pueda’ contribuir. La comunicación-educación TIENE que aportar en ese proceso para que la paz sea posible desde cualquier instancia social.

La comunicación es el vínculo que permite introducir la educación, es el canal, el medio, la vía por la que se alcanza el entendimiento, se crea consciencia, se maximizan las relaciones dialógicas. La comunicación es, a su vez, el producto que esa educación ofrece y, por tal, debe ser aprovechada en su máximo efecto transformador posible.

Es en la educación donde se siembran las más grandes transformaciones y construcciones sociales. De nada sirve, en el caso colombiano, que se firmen acuerdos y se presione desde la institucionalidad con el tema de la paz, si desde la individualidad y la ciudadanía no se encuentra la conjugación de esas estrategias generales.

Las estrategias de la dualidad en cuestión tienen que dirigirse al repensar ciudadano, desde su individualidad y autorreflexión, en torno a cómo ese ciudadano percibe la vida y las realidades de un país -refiriéndose la palabra realidades, como ese cosmos de miseria desmembrado en pobreza, impunidad, abuso de autoridad, estigmatización, delincuencia urbana, guerra etc., traducidas, en cuanto naturalizadas, en principios de injusticia.

Cuando el ciudadano, dentro de sí, y en la comprensión de su ser como agente importante de construcción social, entienda que la paz nace y se genera en cada acción pequeña, cada pensamiento, cada imaginario, cada frase; entonces habrá verdaderamente una paz sobre la cual hablar. Y eso es imposible lograrlo si no se consigue que los ciudadanos se comuniquen, si no se logra que se entiendan, si no se logra que se perdonen.

La comunicación es, por lo tanto, la facultad que brinda la posibilidad de transmitir, de cambiar, de educar. De nada sirve educación sin comunicación y viceversa. Cuán perdidos andan ambos términos, en las realidades colombianas, que deben reconstruir su paz desde el autoreconocimiento y el reconocimiento del otro, no como víctimas y victimarios, sino simplemente como colombianos.

El abandono de este término en la praxis, tanto política como educativa, puede ser, entre otros, la causa por la que a día de hoy existe un estancamiento en los post-acuerdos, aún discutidos e incluso objetados en algunos de sus productos, desde la mismísima presidencia.

La vela de la esperanza se prende, aun así, con estrategias emergentes como la Universidad de la Paz, establecida en territorios epicentros del conflicto como la cuenca del río Cacarica en Chocó, que dan muestra de que el concepto se ha entendido y se ha trabajado desde algunos colectivos e instancias gubernamentales y que, el binomio comunicación-educación, no sólo es posible, sino imprescindible para la construcción de paz.

@Hernan_MurielP