Hace unos pocos días, se llevó a cabo en la ciudad de Buenos Aires un congreso internacional sobre movilidad y urbanismo. Como es mi costumbre, participé como asistente en el evento, no sólo por mi interés en el tema, sino con dos propósitos concretos. Escuchar las consideraciones de Jordi Borja -geógrafo y urbanista catalán- y escuchar los nuevos argumentos urbanísticos sobre el resurgimiento de Medellín como modelo de ciudad. Además, aprovechando la ocasión por fin conocí una de las obras del arquitecto inglés Sir Norman Foster en la capital porteña.
¨La ciudad que queremos” estaba anunciado desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires (GBA) como un encuentro de dos días con más de 40 especialistas nacionales e internacionales de múltiples disciplinas para debatir ideas y conceptos vinculados al urbanismo y la movilidad, con el objetivo de promover una ciudad más integrada, innovadora, con crecimiento equilibrado y que brinde oportunidades para todos. Auspiciado por organismos de crédito y financiación internacional, el evento convocó público especializado, funcionarios y vecinos.
No voy a reseñar las exposiciones ni mucho menos -en el link pueden acceder al video de la transmisión-. Me interesa señalar dos cuestiones específicas, primero la constante referencia de los funcionarios expositores a la “herencia recibida” como si la ciudad no hubiera estado bajo el gobierno del mismo partido político desde hace una década y segundo, la insistencia de las justificaciones sobre la importancia de endeudarse.
Por lo demás, poca referencia se hizo a la necesidad de un sistema integral de transporte, ni una crítica a los pomposos carriles exclusivos para los buses urbanos que están muy lejos de ser una solución al tránsito porteño. Luego de dos días de intervenciones, uno se pregunta a quienes se refieren los organismos públicos de gobierno cuando hablan de la ciudad que queremos. Los vecinos no tienen voz y su voto parece importar poco.
Hace no tanto tiempo, escribía que a las ciudades las hacemos quienes las vivimos… Sigo pensando eso, pero cada vez estoy más convencida de que además construimos ciudad en contravía a algunas disposiciones políticas. Las instituciones gubernamentales planifican y ejecutan, planes, proyectos y políticas sin la participación de los ciudadanos. A pesar de eso, los ciudadanos nos hacemos sentir, hacemos oír nuestras voces en diferentes oportunidades.
Mientras escribo estas líneas no puedo dejar de pensar en las multitudes que salieron a las calles y a las plazas, de este país y en diversas ciudades del mundo, reclamando por la desaparición forzada de un ciudadano – ¿Dónde está Santiago Maldonado? -. En las mujeres que marchan en las calles del mundo haciendo sentir su protesta ante la violencia patriarcal que cada día se cobra vidas de mujeres. Esa participación ciudadana es mucho más convocante que los eventos organizados por los organismos financieros que endeudan a los estados… menos mal.