
La polarización política en el país está a flor de piel. Se siente en cada esquina, en reuniones familiares o entre amigos. Aquí, casi parece una ley ser discípulo de Gustavo Petro o Álvaro Uribe. El centro, en cambio, es visto con recelo. Es en este punto donde el planteamiento de Heráclito cobra validez, pues, según él, los opuestos no solo coexisten, sino que se necesitan mutuamente. En su doctrina del cambio y la contradicción, afirmó que «el camino hacia arriba y el camino hacia abajo son el mismo», lo que sugiere que los extremos pueden estar interconectados.
En este clima político tan marcado, es evidente que los precandidatos con discursos firmes y posturas radicales serán quienes tengan mayor protagonismo en la arena política. Figuras como María Fernanda Cabal, Daniel Quintero, Gustavo Bolívar y Vicky Dávila acaparan la atención mediática y despiertan pasiones con sus discursos.
¿Y qué pasa con el centro?
La polarización ha relegado a los líderes de centro, pero también es cierto que muchos de ellos no han logrado desempeñar un papel relevante. Otros, en cambio, han llegado lejos, como es el caso de Claudia López, una política de naturaleza camaleónica, carente de un color ideológico definido y moldeada por la conveniencia, lo que le ha impedido consolidar un discurso propio y coherente.
Sin embargo, la fragmentación no es exclusiva del centro. También existe una lucha interna dentro de cada uno de los extremos. Celos y egos entre sus líderes han debilitado a las distintas vertientes, impidiéndoles consolidar un frente unificado.
Para ganar en el 2026, tanto la izquierda como la derecha deben encontrar candidatos que generen cohesión y coherencia en sus postulados. Pero, más allá del color político que representen, el verdadero objetivo debe ser el bienestar del pueblo y la construcción de un ecosistema de coexistencia política, donde primen los principios democráticos por encima de los intereses individuales.
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