Una sociedad, que se plantea la disyuntiva entre la vida o la economía, tiene serios problemas éticos. No solo camina en medio de la oscuridad, sino que, además, no sabe lo que busca. Quienes se lo plantean al país, son según los medios hegemónicos de información, los nuevos faros intelectuales de la academia colombiana, que proclaman una pragmática utilitarista de los seres humanos y la naturaleza, denunciada por el Papa Francisco, en su Encíclica Laudato, Sí.
En un mundo, donde las verdades centenarias que soportaron la ciencia, la política y la economía -erigida en occidente a partir de partir de la reforma luterana (1517) y la enunciación de las cartas al soberano en El Príncipe de Maquiavelo (1513)- están en vilo, y afloran preguntas que denuncian cómo fue posible que la vida y las sociedades en que vivimos sean tan profundamente inhumanas.
A la par, porque la esperanza ni se confina ni se aísla socialmente, se requiere pensar y ejercer una práctica teórica emergente, no lineal sino compleja, para buscar nuevos caminos para estar, ser, escuchar y sentir, con horizontes que desconfían del pensamiento hegemónico de la metrópoli, desde una praxis decolonial.
Una práctica decolonial, que implica, en el marco de un proyecto educativo obsoleto, avanzar con una trayectoria pedagógica de largo aliento, para (re)existir, (re)vivir e (in)disciplinar (Walls), donde el aprender y el saber anuncian acciones pedagógicas sentipensantes (Fals Borda), con sentido integral político, social, cultural y existencial. Una pedagogía decolonial que se cimienta sobre la memoria ancestral, espiritual, social, conflictual, ecológica y cósmica, que rompe el molde racional capitalista, caracterizado por ser binario, dicotómico, blanco, patriarcal y católico.
Un ejercicio educativo de nuevo cuño, para renacer y resurgir, para el buen vivir, que incorpora la estética liberadora del oscurantismo, legada a inicios del siglo XV por Leonardo, Rafael, Miguel Ángel y Donatello, en coqueteo y diálogo disruptivo con la irreverencia de Débora Arango y Frida Kahlo, la explosión cósmica inga de Carlos Jacanamijoy y la liberación del cuerpo hecho palabra en Sor Juana Inés de la Cruz.
Para romper el monólogo de la razón instrumental moderna, que impone con voz grandilocuente, la bolsa o la vida, consigna de verdugos de baja estirpe, que ya tiene definido que la opción única es consignar en la banca, y hacen de la academia un escenario para investir, la orden maléfica, en imperativo ético, en un país, en un orden global de gobiernos financiarizados, donde la política no está en función de la vida, sino la vida en función de la economía.
En contextos de pandemia, el estado de excepción se implanta de manera permanente; La paz es el fin de la guerra y el inicio de otra (Hardt y Negri). Declarar por parte del Estado la guerra contra el coronavirus, viene como anillo al dedo: ¿después de la apertura inteligente, podrá esperarse la declaración del estado de tolerancia cero, controlar a la ciudadanía con una industria de opinión? La posverdad está al orden del día, para clausurar la democracia.
La democracia entendida como una forma de vida, no como una mera herramienta, es una trama, un tejido social. La base de la democracia es la política del cuidado, la exaltación y la posibilidad de la vida. Y ahí habita lo comunitario.
Lo comunitario está llamado a salir del confinamiento. Hay que vivir la incertidumbre como la posibilidad de estar juntos de otra manera: la alegría de la juntanza, de reconocer en el vecino mi posibilidad y mi proyecto, pintar con la otra de enfrente un horizonte para la cuadra, para el barrio, para la comuna.
La vida nos sacude desde la vida misma (el virus), desde los más nano, lo más pequeño; y nos convoca al atributo más antiguo que les permitió, a los de antes, sobrevivir: el sentido gregario y la esperanza.
Si el coronavirus, un sistema de vida minúsculo, a escala menor que la bacteria, tiene el biopoder de enclaustrarnos en las casas (a los que tenemos), ¿por qué negarnos a que lo comunitario autoorganizado juegue un papel protagónico en la nueva vida de lo social? Sin esperanza no hay proyecto.
Completamente de acuerdo, excelente artuculo