La atención secuestrada

“La digitalidad ha sido diseñada de una manera hedonista, circular, repetitiva y adictiva en la cual todos permanezcamos atrapados, casi anestesiados…”


La escena es bastante común, alguien se ve inmerso y perplejo, casi atrapado, por la luz que emite la pantalla de su teléfono móvil, era esperable y bastante normal, a fin de cuentas dentro de ese pequeño dispositivo encontramos todo aquello que más nos gusta o que hemos ido configurando con el paso del tiempo como aquello que más placer nos genera, nadie querría apartarse de un dispositivo tan dopaminico y satisfactorio, no sólo era algo esperable por el consumidor, sus diseñadores lo pensaron muy bien, nos entregaron aparatos cómodos, fáciles de transportar, impensablemente poderosos y tecnológicamente avanzados, pero, por si quedaba alguna duda, también fueron diseñados de manera grotescamente adictiva.

Quizá no sea preocupante en realidad todo aquello que hacemos con el smartphone y su ahora facilidad de permanencia en conexión con internet, sino todo aquello que hemos ido reemplazando por este mismo ¿a dónde va nuestra mirada? Es cada vez más común, yo diría, epidémicamente común, que las personas estén utilizando sus teléfonos en ambientes y lugares donde comúnmente no serían utilizados; en las cenas familiares, en las citas con otro, en las aulas de clase, en los parques, durante el ejercicio de algún deporte, en los hospitales, en los restaurantes, incluso en el baño ¿deberá pasar mucho más para que nos demos cuenta de nuestra propia adicción?.

Añadamos otro quizá y bueno, quizá no parezca que nos estemos perdiendo de mucho, una cita aburrida, una familia dividida o un momento monótono y cotidiano en el retrete, puede que no estemos pecando en mucho, de no ser por las cifras paralelas que encontramos frente a trastornos como la ansiedad y la depresión, que parecen escalar al mismo ritmo en el que las pantallas se acoplan más y más a nuestras vidas.

El daño aparente dista inmensamente del daño real causado por el uso que estamos haciendo de nuestros dispositivos digitales, muchos son conscientes de ello, la dimensión del tiempo funciona de maneras completamente diferentes a la hora de utilizar aplicaciones construidas algorítmicamente para generar adicción como las populares de videos cortos o las redes sociales, que quizá lleven lo social sólo en su nombramiento.

La digitalidad ha sido diseñada de una manera hedonista, circular, repetitiva y adictiva en la cual todos permanezcamos atrapados, casi anestesiados, no es un solo mecanismo el utilizado para secuestrar nuestra capacidad de atender y concentrarnos, reconfigurando nuestro sistema de recompensas neuronales, sino que hay detrás todo un conjunto de mecanismos atencionales que, ahorrando un esfuerzo cognitivo, promueven esta adicción.

Para mencionar solo alguno de estos mecanismos podemos nombrar el ahorro de selección, diferenciación, comparación y elección, la digitalidad ya no nos presenta todos los puntos de vista, sino solo aquellos con los que estamos de acuerdo, con los que nos sentimos más afines, sin tensiones ni afrentas, el cerebro se acomoda y elige cada vez más aquello que es igual, segregando la diferencia como lo advertía Byung Chul Han en su expulsión de lo distinto, esto incluye a las personas, que cada vez se ven más distanciadas las unas de las otras por la división de la pantalla.

Así mismo, se nos presenta información cada vez más corta, rápida y sesgada, ahorrando cognitivamente el análisis, la prueba, la puesta en paralelo de datos a favor y en contra, la dimensión argumentativa, alimentando nuestra mente de continuas afirmaciones recortadas y manipuladas, para hacernos creer que aprendimos, algo, que sabemos algo, que algo sucedió de esta manera, la velocidad informativa supera nuestra capacidad de absorción, perdemos el esfuerzo de la lectura pausada y nuestro sistema mental se hace cada vez más disperso e hiperactivo.

La digitalidad se convierte en quien dicta la pauta hegemónica de comportamiento, llevando a las pocas vivencias experienciales fuera de la pantalla aquella misma lógica rápida, de consumo efímero, de scroll y caminamos nuestro día a día así, queriendo cambiar las situaciones vitales con el movimiento de un solo dedo, de allí que ahora todo sea liquido; la información, las relaciones, la atención, el gusto por algo, el disfrute, como lo señalaba Bauman.

Nuestra capacidad de atención, entorpecida por el bombardeo continuo y constante de publicidad, consumo, información y la agotada capacidad cognitiva, ya desgastada por la inundación de neurotransmisores de placer, le ha restado al ser humano sus capacidades más diferenciadas del resto de las especies, su capacidad para pensar, ahora, incapaces de pensar, en nuestras jaulas digitales, babeamos inermes pero agotados mientras nos atiborramos de horas y horas de reels, fotos y videos que en vez de conectar e informar, dividen y desinforman.

El ser humano logró aquello que hoy le constituía por su capacidad para atender, para concentrarse, para crear vinculo y comunidad, para socializar, hoy, cada uno anda en una burbuja egocentrista donde solo importa aquello que comparte y las reacciones que reciba, mientras su capacidad cognitiva se desintegra en las mieles capitalistas del accesos abierto a contenido basura, destruyendo su foco y hundiéndose cada vez más en la ansiedad que causa el poder ver todo pero no comprender nada, el poder tenerlo todo y no disfrutar de nada.

El capitalismo de hiperconsumo hoy ya no es de objetos, sino de información, todo es consumo, mientras el sujeto consume experiencias, información, objetos e individuos, termina siempre, al final, consumiéndose a sí mismo.

¿Al final será el ser humano y su ingenio, el final del ser humano y su ingenio?

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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