La arrogancia es el más famoso de los pecados capitales. El arrogante levita en un mundo de irreal divinidad. La arrogancia es una enfermedad del ego. En la historia de la humanidad, la arrogancia ha sido el primer paso para el fracaso de poderosos.
Cuando el Rey Persa Jerjes I ordenó dar 300 latigazos al mar, justificando que la inclemencia del tiempo en el estrecho de Helesponto había obstaculizado el paso de las tropas, es la certeza manifiesta que los humanos podemos deambular en el mundo de lo irracional de manera disparatada.
La Arrogancia es la antítesis de la búsqueda constante para lograr convertirnos en buenos humano. La arrogancia es nauseabunda. El arrogante quiere presumir algo que no es. No basta con no soportarse el mismo, también anhela que lo reconozcan, que se lo digan. El Arrogante exige atención, sin inclusive merecerla. El arrogante padece ceguera, no se da cuenta y en ocasiones es tan atrevida que se disfraza de la humildad. El arrogante habita en un mundo virtual, solo existe para él. Cabe destacar que un ego enfermo es una cualidad de quien adolece de comportamientos arrogantes.
El arrogante, considera inferior al resto de los humanos, transita por el sendero de la amabilidad y la gentileza; cuando los pisotea, se cree poderoso y grande, ¡hinchado! El arrogante no considera a los mortales dignos de ser igual a él, busca permanentemente un tren expreso a Saturno o a otra galaxia, probablemente ahí encuentre la tranquilidad que no encuentra en la tierra.
En ese mismo sentido, sobre la arrogancia que puede ser padecida por cualquier mortal, se ha conocido una condición denominada síndrome de Hubris, esta dolencia corresponde a una alteración del ego, esta clase de trastorno conlleva a que quien la padece le importa muy poco las opiniones de los demás, las personas se sobredimensionan y en una de las etapas de esta enfermedad aparecen las excentricidades.
El arrogante y su petulancia pueden mimetizar un trastorno psiquiátrico. Quizás nos ha sucedido que conocemos a algunas personas quien eran amables, gentiles y de la noche a la mañana al lograr un ascenso, un cargo donde ejerzan poder o autoridad cambian automáticamente. Se arropan en un manto de prepotencia y altivez; este tipo de personas pueden estar presentando enfermedad del poder.
Los arrogantes son seres insoportables, pero que debemos tolerar. El enfermo de arrogancia en su ignorancia no reconoce que la forma más sublime para un humano es la humildad. Atrapados en su propia jaula, el arrogante no se da cuenta de que, en vez de atraer a las personas, las aleja. La pérdida de coherencia de las personas arrogantes hace que olviden que nuestra vida es efímera y compartimos este planeta con otros seres humanos que merecemos respeto.
Otras columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/luisrmoscote-salazar/
Lecturas recomendadas
- González-García J. Síndrome de «hubris» en neurocirugía. Rev Neurol 2019;68 (08):346-353 doi: 10.33588/rn.6808.2018355
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