Quien es señalado como el mejor senador del país, Jorge Robledo, dijo recientemente, “a los oponentes no hay que convencerlos, hay que derrotarlos”. Quien es señalado como el gran colombiano, Álvaro Uribe, volvió costumbre contraatacar a quien piensa diferente, es decir, en palabras de Daniel Coronell, “la criminalización del que investiga”. Lo anterior en sí mismo es preocupante, sin embargo, que sea en Colombia, aquel país en donde según el Centro Nacional de Memoria Histórica, han muerto más de 200.000 personas por la violencia provocada por pensar diferente, es aún más preocupante.
Colombia se configuró como un país en donde era habitual matar al otro por pensar diferente, al punto que se arraigó tanto en nuestra idiosincrasia que hoy es común ver ese poco respeto hacia las ideas del otro y una repulsión hacia las lógicas que nos contradicen. La democracia exige más allá de la simple tolerancia de las ideas opuestas, exige respeto hacia la lógica del otro, pues al escuchar cualquier razonamiento habrá algo de lo que se podrá aprender, a pesar de lo lejano que esté a nuestro pensar. Bajo la lógica de los senadores Robledo y Uribe, y de gran parte de los políticos colombianos, cito a Alejandro Gaviria, quien en su último libro Alguien tiene que llevar la contraria plantea que siendo así, “el debate democrático se transforma en una superposición de dogmatismos que se excluyen mutuamente: nadie oye a nadie, pues cada quien está ocupado en la preparación de su propio alegato inamovible”.
En la política moderna, es imperativo tener cierto grado de apertura y disposición a la hora de hablar de ideas, hecho que en Colombia es mal visto tanto por los partidos de “izquierda” como de “derecha”, pues ambos usan un discurso sectario, apocalíptico y grandilocuente con opiniones firmes a lo largo del tiempo (sin importar el contexto, pues ninguno reconoce el avance) en donde importa más vencer al otro que encontrar puntos medios que conduzcan a lo mejor para la sociedad, llevando la antidemocracia por instinto, antidemocracia que se refleja en una especie de autoritarismo.
La política, al igual que todo en la vida, ha evolucionado. Ya no se trata de dirimir las diferencias de forma que quede un ganador y un perdedor, donde se lucha por el todo o nada. En la política se reflejan la gran diversidad de intereses que conviven en una sociedad, por tanto, se debe buscar el más o el menos, pues el Estado ha sido mejor distribuyendo bienestar que generándolo.
Con el acuerdo de paz, tenemos la oportunidad de bajar el telón de esta obra llamada la intolerancia política colombiana. Todo depende de que quién llegue al gobierno en las próximas elecciones, entienda que una democracia es deliberativa o no es democracia.