La anaciclosis

«Séanos al menos lícito llorar sobre la vasta tumba que encierra tanta belleza»
Johann Wolfgang Von Goethe

Cada gobierno degenera, así lo propone la teoría de la Anaciclosis de Polibio. Así también hay pueblos que pese a alcanzar las más altas cimas del desarrollo humano no pueden contener descender en una terrible monstruosidad sanguinaria. Incluso hay algunos que nunca ascienden y no hacen más que descubrir nuevas profundidades en la crueldad.

Hay pueblos azotados por cataclismos naturales, al estilo de los pueblos míticos de los relatos bíblicos; otros, pueblos belicosos, no dejaron de hacerse la guerra -como los pueblos de la Eliade- hasta desaparecer por completo.

La violencia existe en todos lados. Pero el grado de inhumanidad, sevicia, crueldad que ha alcanzado en Colombia no tiene parangón.

Colombia es un pueblo templado en los horrores de la guerra y la violencia homicida, es maduro para la guerra y el asesinato, contraría a la madurez de los pueblos expuesta por Estanislao Zuleta en su texto La Violencia, la madurez para tramitar sus conflictos de manera no violenta. Colombia ha caído en una espiral monstruosa donde todos están implicados o tienen alguna relación con ella.

La película Cóndores no se entierran todos los días de Francisco Norden da cuenta de esta espiral, de uno de sus periodos. El texto de Eduardo Umaña Luna llamado La violencia explica varios de estos periodos y quizás el más agudo de ellos, llamados son eufemismos La Violencia, con mayúscula, como se nombra a Dios.

El vórtice de cuerpos desmembrados que es el texto Los años del tropel de Alfredo Molano, consigue abrumarnos con los paisajes de la Violencia homicida, de la sevicia innecesaria. No es soportable el olor a carroña. Fonnegra en su texto La masacre de las bananeras nos habla de esta putrefacción de la sociedad colombiana, de su moral, de su ética, de su cultura.

¿Qué más puede esperarse de un pueblo reducido a la misérrima postración?

Vinieron y nos quemaron vivos por andar empelota, nos cruxificaron vivos para hacernos creer en sus demiurgos estériles y atrofiados, nos dieron como comida a sus galgos, ellos, perseguidores de necromantes, ejercieron todas las fechorías del infierno sobre nuestros ancestros.

Vinieron luego las guerras instestinas que convierten a los hombres de este terruño en nada mas que objetos para destruir o ser destruidos -como lo expressba Kant-. Se infló la guerra y la educación, la cultura y el civismo, pasaron a segundo término como aspiraciones denigrantes, subversoras, demasiado comunistas.

El hombre fue empujado a la guerra, a tomar un bando, a estar en medio de las ráfagas, los obuses y las ominosas escenas de los paisajes de la muerte. El campo se llenó de muertos, se convirtió en un gigantesco osario que apesta a carroña, la fosa común más grande del mundo.

¿Qué se puede esperar de un pueblo condenado a la mendicidad, al latrocinio, al hambre, a la ignorancia, a votar, participar y vivir apuntalado por la boca de un revólver?

¿No volvía Ulises a ítaca cansado de pleitear con los dioses? ¿Es el descanso de la guerra el maná que alienta -o degenera según algunos, como Cioran y Nietzsche- las más altas expresiones de los pueblos de la ecumene? ¿Tenemos derecho a descansar de la guerra, a vivir en paz?


Coda.
Vean la película Max Manus de director noruego Joachim Ronning para ver lo que la guerra hace en el hombre. Les dejo un temita para que se lo bailen al son de un porro.

https://www.youtube.com/watch?v=U7_vNpVXubA


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Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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