El pasado 08 de julio, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), visitó, de manera express y muy a su estilo (con la austeridad por delante, viajando en una aerolínea comercial), al presidente de Estado Unidos, Donald Trump. Una reunión que, básicamente fue para mejorar la relación política entre ambos mandatarios, ya que, el acuerdo comercial de América del Norte (T-MEC) ya fue ratificado, e incluso, ya entró en vigor, por lo que no fue el tema central de la visita, ni la construcción del muro fronterizo y mucho menos la política interior de ninguno de los países.
Para entender esta visita tenemos que observar el contexto en el que se da el encuentro de estos presidentes. Es un año electoral en el que se juega la permanencia de Donald Trump como presidente; año electoral en el que su popularidad ha caído en algunos sectores y el descontento por la brutalidad policiaca tiene colapsadas a muchas ciudades estadounidenses donde el COVID-19 ya no es una preocupación. ¿Por qué el coronavirus ya no preocupa a los políticos estadounidenses?, sencillo: nadie quiere tomar medidas que puedan provocar disgusto entre la población y por ende, se traduzca en una reducción en el número de votantes, tanto para los demócratas como para los republicanos, por eso la oposición a Trump mantiene un discurso sobre la violencia ejercida, en ocasiones, por policías, y no enfocada en la pandemia mundial.
Pero, regresemos al punto central de este texto. Independientemente de los comentarios y la agenda antinmigración que el presidente Trump mantiene desde su primera campaña presidencial de 2016, podemos ver un claro movimiento político para mejorar su posicionamiento entre los electores: primero, tenemos el encuentro ya mencionado con AMLO, donde ambos dieron un mensaje en conjunto sobre la relación histórica entre los países que representan en el marco del nuevo acuerdo comercial, y donde se encargó de dejar claro que él considera a López un amigo y un gran presidente. Recurre a la popularidad de AMLO para congraciarse con sus seguidores; segundo, después de proponer, en repetidas ocasiones, terminar con el programa DACA (para la protección de los hijos de migrantes), el presidente Trump anunció una “amplia reforma migratoria” a través de una orden ejecutiva basada en “méritos”, que ofrecerá una vía a la obtención de la ciudadanía estadounidense para los jóvenes migrantes conocidos como dreamers.
Es claro el mensaje de la agenda electoral de Trump: cambiar el discurso proteccionista antinmigración radical por uno más moderado y mucho más incluyente, donde, dentro de este nuevo “proyecto nacional”, caben tanto el socio número uno de Estados Unidos en América Latina (México), como los dreamers.
¿Esta nueva agenda pro latina le servirá a Donald Trump para ganar la reelección?, el 3 de noviembre, día de las elecciones, podremos ver si esta nueva narrativa le es suficiente para volver a emocionar a su electorado, de lo cual, Trump es todo un profesional, al igual que López Obrador, por lo que su encuentro y posterior relación (según ellos “de amigos”) es clave, pero no definitoria, para mantener la popularidad de cada uno de ellos.
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