“La novedad de Antígona como tragedia es siempre aparecer bajo las formas del poder.”
En un mundo donde la mayoría se jacta de escepticismo e individualidad, existe la creencia colectiva de que lo viejo está separado de lo nuevo. Sin embargo, no solo lo antiguo está en tensión con lo moderno, sino que es el origen de este. El cordón umbilical que comienza en el pasado se tensa en cada manifestación que hace en el presente bajo la forma de lo nuevo. Y en las imágenes de la historia tenemos pruebas del ahora.
La guerra, la sobrevivencia, incluso el amor, se exponen en cada época con los materiales de su origen. Estos tres tópicos siempre tan recientes en el periodismo, en las conversaciones, en la experiencia de cada época, los vemos reunidos en una tragedia griega tan antigua y tan presente como Antígona de Sófocles.
La justicia y el derecho son protagonistas en el ímpetu de Antígona como hermana, pero, sobre todo, como ciudadana de Tebas, al intentar restituirle a su hermano muerto su derecho de ser humano.
En Antígona la historia promueve el pensamiento. Se percibe la posibilidad del presente cuando reconocemos las decisiones políticas modernas sobre los vulnerables.
En una proyección de semejanzas entre el pasado de la tragedia de Sófocles y un presente que ya es pasado para nosotros, podemos afirmar que cuando Hitler llegó al poder inhibiendo los derechos humanos, se hacía presente el rey Creonte asumiendo su visión del mundo como la única forma del orden a seguir. Y, posteriormente, cuando los jóvenes de la Alemania Oriental se acercaron al muro en 1989, la imagen de Antígona se manifestaba parcialmente desafiando el poder para exigir humanidad hacia los cuerpos muertos que el comunismo alemán ofreció como castigo. Antígona se redime en ese abrazo fraternal que, después de cruzar el muro, se dieron los ciudadanos de la Alemania occidental y los ciudadanos de la Alemania oriental.
La novedad de Antígona como tragedia es siempre aparecer bajo las formas del poder. Hugo Chávez en Venezuela usaba su programa aló presidente en Cadena Nacional de radio y televisión para designar cargos políticos o decretar expropiaciones a empresas privadas; se manifestaba la voz del poder cuyas palabras como las de Creonte, significaban la materialización de la tragedia.
Antígona como paradigma de la renovación de lo antiguo, no debe considerarse un modelo para establecer comparaciones estériles que solo convocarían jerarquías sobre la legitimidad de lo trágico. La tragedia de Sófocles no contiene un aura sagrado inquebrantable que la hace superior, por el contrario su actualidad reside en la capacidad que, como obra dramática de la Antigüedad, tiene para convertirse en el umbral de pensamiento que atraviesan los hechos históricos posteriores a ella, un pensamiento que convierte las imágenes sociopolíticas del presente en punto de relación con el pasado para dejar en evidencia una “constelación” como llamó el filósofo alemán Walter Benjamin a las relaciones que podían darse entre fragmentos temporales de la historia.
La voz de Antígona es la voz infantil doblemente marginada por ser mujer. Queda claro cuando el rey, negándose a sus peticiones, le responde que mientras él viva no lo dominará una mujer. Está relegada a una naturaleza sin cultura porque su voz es considerada una lengua sin habla, cual animal sin discurso y sin posibilidad de comprensión porque carece de las formas de narrar y por tanto de las historias que necesitan dichas formas. Antígona es pura animalidad para el Estado dirigido por el rey Creonte, pero ella transforma esta naturaleza animal del dolor de hermana, en el mismo momento en que se manifiesta, en una exigencia ética ciudadana dirigida a la cultura a la que pertenece, le exige al soberano rey un derecho que él no ha contemplado formalmente, cuestiona la autoridad del poder. La palabra de Antígona es desafiante y definitiva corre por un destino sin examinar posibilidades que prevé le serán negadas porque no es escuchada. Sin embargo, logrará que reconozcan su voz en las acciones de su cuerpo. La animalidad sin discurso de Antígona se mueve para sepultar el cadáver de su hermano Polinices y demostrar que para que haya una voz debe haber un cuerpo, o dos.
La emoción que encierra el lamento de Antígona como en cualquier ser humano es ante todo un fenómeno visible. El principio del pathos se manifiesta en la gestualidad “patética” de un rostro adolorido acompañado por un lenguaje que rompe el sentido con la pregunta: “¿Por qué?” o “¿Por qué a mí?” como un coro musical cuya repetición ambienta la circunstancia del dolor.
Del pathos han derivado lo patético y lo apático. En el primero el sentido ha virado por esa forma despectiva mencionada que se asocia a la debilidad de quien demuestra sus emociones o sentimientos, en el segundo el significado es mucho más justo con su origen y describe la falta de pasión o ánimos de quienes forman parte de una comunidad. Es posible que lo nuevo tenga mucho de patético y lo viejo mucho de apático cuando la experiencia pretende cristalizarse sin considerar en los nuevos contextos. No obstante, hay un patetismo en la juventud que no es un confinarse en el mero sentir. Cuando el sujeto no se repliega en su dolor, el duelo se convierte en una revuelta. Antígona lo experimenta, es “patética” hasta las últimas consecuencias y dice:
-Volved los ojos hacia mí, ciudadanos de mi patria,
recorro mi último camino.
Veo los últimos rayos de sol,
Jamás veré otros.
El 12 de febrero de 2014 en Venezuela se cumplió el bicentenario de la Batalla de la Victoria en la que jóvenes estudiantes, muchos de ellos adolescentes, conformaron un ejército que derrocó las tropas realistas en la lucha por la independencia del imperio español. Doscientos años después otros miles de jóvenes organizados salieron a las calles a marchar para protestar contra la escasez y el gobierno represor de Nicolás Maduro en las principales ciudades y poblados del país. Exigían otra independencia de la tradición de opresores que se actualizaba como una transcripción del manual de dictadores sin pretensiones de mediar con la población. La tradición democrática venezolana una vez más, desde el ejercicio del poder de Hugo Chávez, fue demolida en su “democracia revolucionaria”. La Constitución se convertía en un librito que hacía de imagen política exhibida en las alocuciones presidenciales y en los mítines partidistas del Estado, se trataba de un instante, el tiempo fugaz de esa imagen que se materializaba en los hechos que vilipendiaban la ley. Las protestas se mantuvieron por algunos meses y fueron duramente reprimidas desde el primer día cuando un joven fue asesinado con un disparo en la cabeza producto de ejecuciones de francotiradores del ejército venezolano. No fue el único muerto y tampoco el único de ese modo. La soberanía moderna ha pasado de ser una condición del Estado democrático para constituirse como un dispositivo de control político que funciona a través de la exclusión de los sujetos sociales del sistema jurídico que los ampara, pero que, a su vez, estos sujetos deben estar incluidos en ese sistema como amenaza para la soberanía.
Bajo la figura del homo sacer, el filósofo italiano Giorgio Agamben, desarrolla un trabajo que estudia estas formas de gobierno basadas en una biopolítica a la que ya no le interesa controlar las vidas de los individuos, sino sus muertes por medio de esa exclusión justificada en la amenaza desde adentro. Esta nueva generación biopolítica se ha refinado y ya no necesita del maniqueísmo de derechas o izquierdas más que como camuflaje de buenos propósitos.
En la confrontación entre lo nuevo y lo antiguo de la historia de Antígona se encierran dos tragedias, la de la joven y la del pueblo de Tebas. Tanto Antígona como el pueblo deben enfrentarse a la palabra soberana, pero no legítima, de Creonte, quien como monarca hace prioritaria su necesidad de demostrar que tiene el poder más que de ejercerlo según la tradición que respeta la ley. La ruptura que hace el rey Creonte con dicha tradición no es producto de una revuelta que pretende hacer valer la igualdad de los derechos, por el contrario, se hace desde una voz que silencia la del pueblo.
Pero, ¿De qué modo la antigüedad de la tragedia de Antígona se mantiene contemporánea? desde su origen teatral en la re-presentación, es decir, el hacer otra vez presente la pasión humana universal en una historia singular, se mantiene contemporánea no como anécdota, sino como pensamiento. Su modo es ontológico, artístico y religioso, bajo esas formas, captura la atención de quienes se acercan a su historia para hacerla respirar en sus propias experiencias.
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