Esto que suena macabro, tristemente le sucedió a mi sobrina, y no hago esta referencia por defender un caso personal. Lo hago por levantar la voz, de quienes repudiamos por despreciable, cobarde, y denigrante un delito de feminicidio.
Ana María nació hace 18 años en México, hija de una colombiana y un emprendedor mexicano que vivió muchos años en nuestro país. Ya radicados como familia en México ella fue una estudiante sobresaliente, compitiendo siempre por el primer lugar en su promoción, y siendo ejemplo de compañerismo, alegría, responsabilidad, servicio e integridad.
Muchas veces vino a Colombia y recorrió lugares alejados de nuestro país sirviéndole a los más necesitados. En uno de esos viajes, en el departamento del Guaviare, descubrió su vocación por la medicina y lo hizo en brigadas sociales donde actuaba como ayudante de los médicos que prestaban su servicio.
Ya con 18 años cumplidos y estando sola en su casa, presuntamente su ex novio, de quien había recibido amenazas y acoso luego de haber terminado, la golpeó en la cabeza y posteriormente la mató por estrangulamiento y asfixia. El asesino poco valoraba lo que significa la dignidad humana. Quien cometió el delito, tuvo además la sangre fría de escribirle desde el computador de Ana María a su madre, que se encontraba en Italia, fingiendo un motivo de suicidio.
Imagínese usted el viaje de unos padres a 11 horas de distancia, sabiendo que Ana María había fallecido y sin tener certeza del porqué. Fue ese un viaje de llanto y desesperanza. Ya a su llegada a México queda absolutamente claro que no había sido un suicidio, ninguno de los hechos podrían implicar esto, pero además existían agresiones verbales previas y el propio levantamiento del cadáver.
Esto que suena macabro, tristemente le sucedió a mi sobrina, y no hago esta referencia por defender un caso personal. Lo hago por levantar la voz, de quienes repudiamos por despreciable, cobarde, y denigrante un delito de feminicidio. Por decir “ni una más” o “ni una menos”. Por ser conscientes de que no podemos ser indiferentes a un delito que roba la vida de una persona y una familia.
En este caso se robó la vida de una niña que llevaba dos meses estudiando medicina, su sueño, la carrera más difícil en México, para seguramente salvar luego muchas vidas. La misma razón por la cual su madre no entendía el mensaje que el asesino se inventó para esconder su delito. Ana María nunca antes había estado tan feliz y orgullosa de sí misma.
Pero también se robó el sueño de una familia que se imaginaba entregándola en un matrimonio, que soñaba con nietos o primos, que la veía fulgurar como cardióloga, que aún se la imagina bailando salsa y comiendo arepa de huevo y jugo de lulo en su segunda patria Colombia.
Pero como esto no puede volver a suceder, hoy uso esta columna para alzar la voz e invitarnos a rechazar este tipo de actos, y una manera es pidiendo justicia para Ana María. El sospechoso está retenido, y lo único que se espera es que la justicia actúe rápidamente, porque de no hacerlo, seguirán muchas más Ana Marías siendo víctimas de la impunidad de los victimarios.
Nunca te olvidáramos Nana. Y si la justicia opera eficaz y oportunamente, ya no con vida, pero desde el cielo, salvarás muchas vidas de otras Ana Marías, como era tu sueño.
*Rector Universidad EIA
Comentar