
“Llámese azar, destino o Dios; el lugar y la familia en la que nacimos fue lo que nos tocó”.
Hace un tiempo escuché una frase que palabras más, palabras menos dice que Dios reparte las cartas y uno elige cómo jugarlas. Independiente si se cree en Dios o no, la frase lo que quiere decir es que buena parte de nuestro destino no lo controlamos pero que con la actitud y las decisiones que tomemos en la vida, podemos hacer de nuestro paso por el mundo una experiencia gratificante o, por el contrario, una experiencia dramática.
Ninguno de nosotros escogió a los papás que nos tocaron, ni a los hermanos, mucho menos la clase social en la que nacimos, tampoco el lugar de nacimiento. Llámese azar, destino o Dios; el lugar y la familia en la que nacimos fue lo que nos tocó. No tiene sentido renegar de nuestros orígenes y tampoco compararnos con quienes creemos que les tocó más fácil en la vida, son situaciones que no podemos cambiar, ni revertir. Lo que tenemos que hacer es remangarnos y hacer magia con las herramientas que tenemos en la mano y tratar de sacarle el máximo provecho a la vida.
Una persona cercana, a quien admiro mucho, quedó viuda y con tres hijas pequeñas. No llegaba a los 30 años cuando vivió esta trágica experiencia. Pudo haber contemplado en ese momento varias posibilidades: sumirse en la tristeza y dejarse derrotar; entregar a sus hijas al cuidado de familiares cercanos mientras buscaba cómo recomponer su vida; o simplemente tratar de salir adelante con sus hijas. Ella entendió que el pasado no lo podía cambiar y que por tanto no se podía quedar enfrascada en la tristeza de esa pérdida; porque si no, como ella misma lo menciona, se “morirían de hambre”. Hoy la veo como un ejemplo de fortaleza, disciplina y organización. Parafraseando a Joe Dispenza en Sobrenatural hay que proyectar y sentir con convicción el presente y futuro deseado y dejar a un lado el pasado.
Muchas historias de empresarios también tienen ese sentido de resiliencia, perseverancia e ilusión de tener un futuro mejor. Escuché hace poco la historia de un señor que llegó hace 20 años con su familia a Jericó, Antioquia, proveniente del corregimiento de Bolombolo (Venecia, Antioquia), donde trabajaba como mesero en un restaurante de pollo asado. A Jericó llegaron en un Renault viejo, sin nada que perder. Cambió el Renault por una fábrica de arepas y el resto es historia: reconvirtió la fábrica de arepas en un desayunadero, luego los mismos clientes le dijeron que empezara a vender almuerzos y en pocos años su restaurante se convirtió en uno de los más acreditados en el municipio y sus hijos abrieron otras sucursales en la misma localidad.
Otro chef que llegó a Jericó después de quedarse literalmente en la calle en un negocio que no le dio resultado en Envigado, Antioquia, también es ejemplo de resiliencia, superó la crisis y la depresión con la que quedó después de fracasar en el negocio al que le había dedicado todo su tiempo y esfuerzo, para empezar desde cero porque no tenía ni plata para mandar a hacer el aviso del nuevo negocio en Jericó. Lo hizo a mano, con cartulina y con un mensaje que decía: “Pizzas, nachos y taquitos”. 13 años después de estar en Jericó, es uno de los restaurantes que mayor empleo formal genera en este municipio: 23 personas.
Ninguna de estas personas lo tuvo fácil en sus inicios, tuvieron fracasos, derrotas, incertidumbres. Esas fueron las cartas que les tocó jugar en su momento y a pesar de las adversidades siguieron jugando con optimismo, perseverancia e ilusión. Hoy recogen los frutos de sus esfuerzos.
Las cartas que nos tocaron son las que nos tocaron, tratemos de sacarles el máximo partido para hacer de nuestras vidas una experiencia memorable y con sentido.
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