Buenos días, saludo a los lectores de Al Poniente desde la Concha Acústica de la ciudad universitaria de la Universidad Nacional de Colombia en la ciudad de Bogotá, en el marco de los Juegos Nacionales Universitarios 2014 para funcionarios y docentes de la institución.
Quiero compartir con el público lector unas reflexiones presentadas a los deportistas participantes con motivo de la inauguración de dichos juegos:
El deporte es una escuela de formación de carácter y de equilibrio psicoemocional, y es, a su vez, un eje formador de disciplina para la vida en sociedad, ya sea en el ámbito laboral o, más ampliamente, en el entorno de nuestras relaciones familiares y comunitarias.
Hay dos tipos de deporte, individual y colectivo, cada uno de los cuales nos entrega elementos de vida para interactuar proactiva y positivamente en la sociedad a la cual pertenecemos.
El deporte individual nos enseña que, para salir adelante en la vida, dependemos de nosotros mismos. Por más apoyo externo que tengamos, nunca lograremos nuestros propósitos personales si no tenemos una alta dosis de autonomía de pensamiento y de acción. El deporte individual nos enseña a fijar nuestras propias metas, que una vez alcanzadas deben ser reemplazadas por otras nuevas más exigentes y difíciles de lograr.
En mi historia personal la práctica del tenis de mesa me enseñó a trabajar por metas personales, que nadie podía conseguir en mi nombre. Al enfrentarme a un competidor, tenía que tomar decisiones de tipo individual para alcanzar el triunfo. Tal vez las voces de aliento del entrenador serían de motivación, pero finalmente la raqueta estaba en mi mano derecha y las opciones de juego estaban en mi mente y sólo yo tenía la responsabilidad de tomar decisiones en milésimas de segundo.
El deporte colectivo, a su vez, nos enseña que en el trabajo corporativo casi siempre pertenecemos a un equipo. En muy pocas situaciones de la vida de las organizaciones nos enfrentamos a proyectos y decisiones como llaneros solitarios. El trabajo colectivo supera, con creces, a la suma de una serie de logros individuales. El deporte colectivo nos enseña que por encima de las individualidades están las metas de la organización.
Dándole una mirada a mi historia de vida, la práctica del fútbol me enseñó a trabajar por metas grupales, que sólo son posibles con el esfuerzo de todos y cada uno de los miembros del equipo. Cuando un miembro del equipo no se integra a este pensamiento, hace que el trabajo grupal se diluya en intereses particulares. A la hora de un partido “todos sumábamos” y el egoísmo era castigado, las más de las veces, por los resultados del partido.
Ambos, deporte individual y deporte colectivo, son importantes puntos de apoyo para ser mejores seres humanos y mejores ciudadanos y para lograr las más encumbradas metas organizacionales, porque las empresas, grandes, medianas y pequeñas, están formadas por grupos de personas.
A propósito del deporte de competencia como una disciplina, quise traer a escena el denominado “Manifiesto del Skyrunner”, presentado por el español Kilian Jornet, uno de los deportistas de élite mas importantes de la actualidad, quien cuenta en sus memorias que lo tenía colgado de la puerta de su apartamento y que releía antes de salir a cada jornada de entrenamiento:
Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el intento. Perder es morir, ganar es sentir. La lucha es lo que diferencia una victoria, a un vencedor. ¿Cuántas veces has llorado de rabia y de dolor? ¿Cuántas veces has perdido la memoria, la voz y el juicio por agotamiento? ¿Y cuántas veces, en esta situación, te has dicho: «¡Otra vez! ¡Un par de horas más! ¡Otro ascenso! El dolor no existe, solo está en tu mente. Contrólalo, destrúyelo, elimínalo y sigue. Haz sufrir a tus rivales. Mátalos»? Soy egoísta, ¿verdad?.
El deporte es egoísta, porque se debe ser egoísta para saber luchar y sufrir, para amar la soledad y el infierno. Detenerse, toser, padecer frío, no sentir las piernas, tener náuseas, vómitos, dolor de cabeza, golpes, sangre… ¿Existe algo mejor? El secreto no está en las piernas, sino en la fuerza de salir a correr cuando llueve, hace viento y nieva; cuando los relámpagos prenden los árboles al pasar por su lado; cuando las bolas de nieve o las piedras de hielo te golpean las piernas y el cuerpo desnudo contra la tormenta y te hacen llorar y, para proseguir, debes enjugarte las lágrimas para poder ver las piedras, los muros o el cielo.
Renunciar a unas horas de fiesta, a unas décimas de nota, decir «¡no!» a una chica, a las sábanas que se te pegan en la cara. Ponerle huevos y salir bajo la lluvia hasta que te sangren las piernas debido a los golpes que te has dado al caer al suelo por el barro, y levantarte de nuevo para seguir subiendo… hasta que tus piernas griten a pleno pulmón: «¡Basta!». Y te dejen colgado en medio de una tormenta en las cumbres más lejanas, hasta la muerte. Las mallas empapadas por la nieve que arrastra el viento y que se te pega también en la cara y te hiela el sudor. Cuerpo ligero, piernas ligeras. Sentir cómo la presión de tus piernas, el peso de tu cuerpo, se concentra en los metatarsos de los dedos de los pies y ejerce una presión capaz de romper rocas, destruir planetas y desplazar continentes. Con ambas piernas suspendidas en el aire, flotando como el vuelo de un águila y corriendo más veloces que un guepardo. O bajando, con las piernas deslizándose por la nieve y el barro, justo antes de impulsarte de nuevo para sentirte libre para volar, para gritar de rabia, odio y amor en el corazón de la montaña, allá donde solo los más intrépidos roedores y las aves, agazapados en sus nidos bajo las rocas, pueden convertirse en tus confesores. Solo ellos conocen mis secretos, mis temores. Porque perder es morir.
Y uno no puede morirse sin haberlo dado todo, sin romper a llorar por el dolor y las heridas, uno no puede abandonar. Hay que luchar hasta la muerte. Porque la gloria es lo más grande, y solo se debe aspirar a la gloria o a perderse por el camino habiéndolo dado todo. No vale no luchar, no vale no sufrir, no vale no morir… Ha llegado la hora de sufrir, ha llegado la hora de luchar, ha llegado la hora de ganar.
Esta es una bellísima lección que nos regaló Kilian Jornet para los deportistas de todos los tipos y niveles competitivos, para los jóvenes emprendedores, para los empleados de todo tipo de organizaciones y para la vida.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2013/09/580236_172249229563741_1626946748_n1.jpg[/author_image] [author_info]Diego Germán Arango Muñoz Ingeniero Administrador de la Universidad Nacional de Colombia Psicólogo, de la Universidad de Antioquia Administrador Turístico, del Colegio Mayor de Antioquia. Especialista en Mercadeo, de le Universidad Eafit. Especialista en Investigación Social, de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Universidad nacional de Colombia desde 1977. Profesor invitado a 35 universidades hispanoparlantes. Consultor en Marketing para más de 350 compañías. Director de más de 3,500 investigaciones empresariales en el campo del Marketing. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]
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