Jubilarse: el Mismo Trabajo

Primero, hay que tener en cuenta que trabajar teniendo 79 años es una alerta crítica. En Colombia, la edad de jubilación es de 57 años para las mujeres y 62 años para los hombres, con una fuerte tendencia a que se incremente en el mediano plazo. Luego de los 60 años, el cuerpo tiende a experimentar una serie de cambios importantes en todos los aspectos de la vida. Se experimenta pérdida de masa muscular y fuerza, disminución de la densidad ósea, adelgazamiento y menor elasticidad de la piel, aparición de arrugas y manchas, problemas de equilibrio, menor eficiencia del corazón, deterioro de la visión, etc… Se podrían continuar listando innumerables factores asociados al envejecimiento cuya relación con el mundo del trabajo y la productividad es ilógica, pero, como bien se sabe, ante las circunstancias, lo que prima es el instinto primario de la superación de la adversidad y no las indicaciones y contraindicaciones médicas de la actividad física y el reposo.

La realidad pensional de los adultos mayores es un tanto cruda. En Colombia, sólo el 25% de los adultos mayores cuenta con acceso a una pensión[1]. Esta cifra es el resultado de un mercado laboral excluyente, una vida de trabajo informal por las condiciones del entorno, la insensatez del patrón, la desidia propia y la cultura del rebusque. Para 2004, la informalidad laboral en Colombia se situaba sobre el 60%, cifra que ha tenido una reducción significativa hacia 2022. Para este año, se habla de un 43-44% de personas trabajando de manera informal. Los impactos significativos han sido producto de una insuficiencia en el ingreso que obliga a las personas a priorizar gastos ordinarios mensuales sobre los aportes a la seguridad social; también de una evidente falta de concientización acerca de la importancia de los aportes y, en últimas, de las características sui generis de un país de ingreso medio cuyas capacidades, en todos los sectores, tenderán siempre a la selectividad, considerando como prerrogativas simples derechos.

En sus 79 años, Petronilo recibe una factura escrita a puño y letra que lee minuciosamente. Se percata de que, en su pedido, hacen falta los Cifrut; en lugar de quejarse o desesperarse por la omisión que acaba de advertir, se tranquiliza: ‘ellos pasan mucho por acá, todo el día tienen que estar pasando y ahí les hago el reclamo [por el pedido que falta]’. Petronilo es un ventero ambulante que todos los días transita desde Palacé con Bolivia hasta la Avenida Ferrocarril, rodeado por el IDEA, la Universidad Digital de Antioquia, el Fondo Nacional del Ahorro y el resto de las instituciones que caracterizan el sector; un sector asociado siempre con la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Medellín. Tiene 79 años y por cosas de la vida se arrojó hace ya unos cuantos a las ventas en la calle, al denominado sector de la Economía Popular en el que el bolsillo es un resorte, pues todo lo que ingresa de una venta se destina rápidamente a la alimentación, los servicios y la reinversión.

Petronilo no trabajó siempre como vendedor ambulante. Desde su adultez temprana – y durante un largo período – se dedicó a la zapatería. Oriundo de Rionegro, viajaba a la ciudad de Medellín a vender el calzado que fabricaba en el trajín semanal. Lo vendía en diferentes zapaterías que cedieron ante la implacable presión del made in China. También realizaba sus ventas en La Ceja, La Unión y hasta en Barranquilla, fiel a su denuedo y coraje paisa. Durante mucho tiempo fue fabricante y tuvo que dar un paso al costado por haber desarrollado una alergia a la acetona que lo sigue condicionando. ‘Yo nunca fui de empresas ni de nada, toda la vida fui independiente’ fue lo que respondió al consultarle acerca de cómo lograba recibir servicios en salud. Esa vida como independiente se construyó entre los zapatos, el tinto y las chucherías, siempre con la compañía de su esposa, tal vez unos tres o cuatro años menor que él.

Lo primero que señala Petronilo al entablar una conversación es que tiene permiso de espacio público. Por lo general, este permiso es el origen de fraternidades y disputas, pues quien goza de él confía en sus garantías y, en cierto sentido, se siente legitimado para ejercer su actividad económica; sensación que difiere considerablemente a la de aquella persona que no cuenta con un permiso de espacio público, pues su actividad económica es frágil y removible desde el punto de vista de la administración. Petronilo se estableció en un lugar apartado de la zona más transitada de El Centro, zona en la que se encontraba antes. Lo que él dice es que, como en todo, cada día tiene su propio afán. A menudo puede beneficiarse de los eventos de ciudad que se desarrollan en Plaza Mayor, de las personas que necesitan realizar trámites en el FNA, de las personas que se acercan a expedir su pasaporte y de la ordinaria afluencia de gente que caracteriza al sector.

Su carrito es una tienda y otras cosas más: un punto predilecto para el encuentro, una parada técnica para fumarse un cigarrillo y tomarse un tinto, una zona de hidratación y un reloj, pues dio la casualidad de que un par de personas le consultaran la hora (en esta época de las omnipresentes pantallas). No tiene certeza acerca de los gastos de su negocio, sólo sabe que logra subsistir y su presencia podría confirmarlo: su aspecto es sobrio; su memoria no es senil y ha perdido algunas piezas dentales. Su masa muscular se ha reducido considerablemente, pero es una persona feliz, sobre todas las cosas.

Dice que lo llaman el presidente por el parecido que su nombre tiene con el de Petro. También dice que recuerda con precisión el día que Pambelé perdió el título orbital porque días antes habían cumplido años él y, por poco, la República, un 19 de julio. En efecto, el 2 de agosto de 1980 Pambelé perdería definitivamente, tras nueve años, su título en San Juan (Puerto Rico) y por esos días Petronilo recién cumplía 35 años. La vida lo fue sacando de El Centro, donde dice que encuentra mucha competencia. Sería normal pensar que es un lugar peligroso para un ventero ambulante, pero cuando surgió el tema de conversación, pudo explicar que El Centro no es hostil con los venteros pues entre éstos y quienes husmean las pertenencias ajenas, existe una connivencia obligatoria: aquellos que honradamente tratan de sortear el día y quienes lo deshonradamente lo distorsionan. En contraste con la mayoría de chazas[2], la de Petronilo tiene un robusto surtido: todo tipo de mecato, bebidas y vicios (legales, claro) pues su café, por defecto[3], tiene una cantidad angustiante de azúcar.

Su diálogo es naturalmente afable. Acercarse a Petronilo es una conversación con la vastedad de los años, pues indiscutiblemente tendrá una forma inocente de contar cada uno de los hechos triviales del momento inmediatamente anterior. De esa forma se dispone a hablar y le entusiasma conversar sobre sus ventas diarias y su impulso habitual. Reconoce con intuición el sector que habita y lo habita en medio de su envejecimiento, pues sin querer ensalzar una condición indeseable, tener un trabajo de exposición permanente a la calle, el hollín, el sol, la polución, la violencia y el desamparo es una situación adversa para alguien en el umbral de los ochenta años. Reconoce cada calle del centro por su nombre[4], haciendo oda al nombramiento que los ciudadanos de antaño hacían de la Tacita de Plata. Reconoce su sector y su tranquilidad, por eso expresa orgullosamente disponer de un permiso para trabajar en espacio público, cuestionando a colegas que por desinterés o incapacidad no lo tienen; situación difícil, pues podría decirse que la gran mayoría, entre el 60 y el 70 por ciento, no lo tienen.

Una vez más, Petronilo es el rostro curtido de la búsqueda del pan, aunque en su caso en particular, su forma de referirse a sus actividades cotidianas es una remembranza indirecta al Juan Pérez de Martillos y Ruedas[5], para el cual ‘su único apego es la monotonía de sus labores’. La suficiencia de sus ventas diarias impulsa el hálito octogenario de una persona blindada por sus quehaceres, sin más límite que el chocolate nocturno y el café matutino. Sin mayores aspiraciones que la tranquilidad que El Centro le ha otorgado, pues aunque exista un consenso mínimo en torno a El Centro y hostilidad, para muchas personas es un refugio y una oportunidad.


[1] Se fundamenta en una investigación adelantada por la organización HelpAge International y la Universidad Pontificia Javeriana: https://www.infobae.com/colombia/2023/06/21/solo-el-255-de-adultos-mayores-en-colombia-tiene-una-pension-segun-estudio/

Cifras del DANE: https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/empleo-informal-y-seguridad-social

[2] En Antioquia se le reconoce como chaza a la tienda generalmente ambulante, que puede desplazarse fácilmente de un lugar a otro por estar formada partir de un carrito de fácil movilidad.

[3] Petronilo vende un café dulce por defecto; es decir, no le da la oportunidad al cliente de que endulce al gusto su bebida.

[4] Cuando se le consultó por la ubicación de su vivienda, habló de muchas calles antes de referenciar la propia: Palacé, Argentina, Perú, Junín, Carabobo, Girardot, Ayacucho, Ecuador.

[5] En esta canción, Canserbero realiza una descripción etnográfica de un personaje ficticio que puede ser muchos al tiempo, pero siempre enunciando un rostro humilde. “Juan Pérez es el campesino, el profesor; el de la bodega, el heladero o cualquier con-valor. Juan Pérez el estudiante, el agricultor, el periodista, la madre soltera o el madrugador”.

Brandon Arboleda Jaramillo

Cronista de la vida en Medellín. Politólogo. Defensor de la paz. El retrato noble de la vida es la narración de su dignidad y vileza.

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