En un país donde la política muchas veces se reduce a negociaciones entre bastidores, favores mutuos y lealtades compradas, la figura de Juancho Muñoz se levanta como una rareza incómoda y necesaria. Diputado de la Asamblea de Antioquia, sociólogo de la Universidad de Antioquia, Magíster en Desarrollo de la Universidad Pontificia Bolivariana, defensor de Derechos Humanos y docente-investigador, Muñoz representa una forma de hacer política que no se acomoda, que no baja la cabeza y que, por lo mismo, muchas veces incomoda.
Pero no siempre estuvo en el escenario departamental. Su historia política empezó en las calles, en las aulas, y sobre todo en el Concejo de Bello, donde aprendió a caminar “descalzo sobre vidrios en un salón lleno de máscaras”. Así lo relata él mismo en un mensaje publicado con motivo del Día del Concejal, una carta visceral y honesta en la que abre su memoria como quien abre una herida que no ha terminado de cicatrizar.
“Desde entonces, ya los ‘políticos profesionales’ me advertían que no sabía hacer política. Que tal vez era inteligente, tal vez hasta honesto… pero que eso no alcanzaba.”
Ahí, en la crudeza del ejercicio político local, Muñoz enfrentó los dilemas éticos que definen a los líderes auténticos. Mientras muchos buscaban contratos, él prefería debates. Mientras otros se plegaban al poder, él se alejaba de los “preconcejos”, esos espacios donde se pactaban los beneficios personales disfrazados de acuerdos colectivos.
Su militancia política no es decorativa, es vivida. Sabe lo que es tener el refrigerador vacío y los honorarios embargados. Sabe lo que es salir corriendo de una sesión del Concejo para dictar clases y así poder sobrevivir. Sabe lo que es caminar solo. Y también, lo que duele cuando los propios le dan la espalda por no cumplir expectativas clientelistas.
“¿Para qué elegimos a este si no consigue contratos, si no nos da trabajo?”, recuerda que decían a sus espaldas.
Ese relato no es una queja: es una radiografía descarnada del poder local en Colombia, donde la dignidad suele ser más castigo que virtud. Pero también es un homenaje a quienes, como él, han decidido no venderse ni claudicar. Su regreso a la política después del estallido social no fue casual: fue un acto de coherencia. En medio del caos, decidió volver para seguir apostando por la utopía.
Hoy, desde su curul en la Asamblea de Antioquia, Juancho Muñoz extiende un abrazo lleno de gratitud a quienes como él han optado por la terquedad honesta y la resistencia comunitaria:
“Es un honor verles debatir sin miedo y sin ambigüedades. Un orgullo verles caminar junto a sus comunidades, organizad@s, coherentes. (…) Gracias por seguir caminando la utopía, aún con el lodo hasta las rodillas.”
Con palabras que parecen escritas con rabia, ternura y esperanza, Muñoz hace visible a quienes suelen ser invisibles: los concejales de los municipios más lejanos de Antioquia, los líderes sociales que desafían al poder desde trincheras rurales, los que construyen dignidad entre amenazas, pobreza y abandono institucional.
Su mensaje no es solo un saludo, es una declaración política: la de que otra forma de hacer política es posible. Una política que no se fundamenta en el cálculo, sino en el amor por la gente, en la defensa de la tierra, en la coherencia ética, en la memoria histórica y en la capacidad de resistir incluso cuando todo parece perdido.
Juancho Muñoz no pretende ser un héroe; su narrativa está lejos de la autocelebración. Más bien, se reconoce frágil, humano, y profundamente comprometido. Y quizás ahí radica su fuerza. En una época donde la política suele estar dominada por cinismo y espectáculo, su testimonio es un recordatorio de que la dignidad aún tiene cabida en lo público.
Y eso, en Colombia, no es poca cosa.
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