“No es que a los jóvenes no nos importe la economía. Es que la economía lleva años sin importarles a quienes la diseñan para otros”
En cada informe técnico, en cada debate económico, hay una frase que se repite como mantra: “la juventud no está interesada en la economía”. Se dice con suficiencia desde escritorios, como si el problema fuera de apatía y no de desconexión estructural. Pero en las calles, los grupos de WhatsApp y los trabajos informales de medio tiempo, los jóvenes vivimos la economía cada día… aunque no con los términos que usan los expertos, sino con las facturas vencidas, los contratos de prestación de servicios y la incertidumbre que acompaña a cada nuevo mes.
En nuestro país, la tasa de desempleo juvenil sigue rondando el 17%, y si sumamos la informalidad, el subempleo y el desaliento, esa cifra se vuelve todavía más cruda. No es que los jóvenes no participen de la economía: es que lo hacen desde los márgenes, desde una precariedad normalizada. La mayoría no tiene acceso real a crédito, no conoce un trabajo con estabilidad y jamás ha tenido vacaciones pagas. Pero cuando se habla de crecimiento económico o de política fiscal, rara vez se tiene en cuenta esta parte de la película.
Nos dicen que no planeamos a futuro. Pero ¿cómo se planifica cuando lo que ganamos apenas alcanza para lo más básico? Nos dicen que no ahorramos. ¿Pero cómo se ahorra cuando el salario mínimo es el techo y no el punto de partida? Nos hablan de inversión, pero nunca han escuchado cuánto cuesta ser joven en un país donde la movilidad social parece una promesa rota.
Es hora de que los análisis económicos incluyan nuestras voces no como casos marginales, sino como parte del centro de la discusión. ¿Qué pasaría si el presupuesto nacional se pensara con enfoque generacional? ¿Y si las reformas tributarias dejaran de cargarle el peso a las generaciones más jóvenes, que ya nacen endeudadas? ¿Y si hablar de productividad no fuera solo hablar de máquinas, sino también de motivación, salud mental y proyectos de vida dignos?
La desconexión no está en los jóvenes. Está en una economía que aún cree que los problemas estructurales se resuelven con consejos de finanzas personales. Una economía que sigue esperando que nos comportemos como adultos funcionales, mientras nos ofrece condiciones laborales propias del siglo pasado.
Es hora de cambiar la narrativa. No somos una generación perdida. Somos una generación que entiende el sistema desde adentro, porque ha tenido que sobrevivirlo sin garantías. Queremos participar, sí, pero en un modelo económico que no nos trate como un problema, sino como parte de la solución.
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