Del dicho al hecho.
“Uno no sabe la juventud de hoy en día qué está pensando”, “esos pelaos’ de hoy en día están perdidos, no saben ni pa´ donde van”, son algunas de las frases que he escuchado por parte de algunos mayores. En contraste, la Constitución colombiana hoy día es fruto de pelaos’ que sí sabían para dónde iban y que la cabeza no sólo les servía para tener el afro. El movimiento de la Séptima Papeleta en 1990 ha sido uno de los tantos acontecimientos en la historia de nuestra sociedad en el cual los jóvenes se han consagrado como dueños del cambio y la renovación.
En la vertiginosa actualidad estamos siendo testigos del papel protagónico de los jóvenes rompiendo con el statu quo, eliminando el paradigma de indiferentes y apáticos frente a realidades sensibles. Generalmente, estas realidades son delimitadas por el arte, la cultura y el medio ambiente, de las cuales se ha venido construyendo una conciencia de responsabilidad.
En muchas esferas sociales se encuentran jóvenes con una profunda convicción, aguerridos y que defienden a capa y espada sus ideales. Jóvenes que traen consigo ganas de participar y deseos de transformar e innovar, combinando a la perfección lo que ya está inventado con nuevas formas de hacer las cosas, la experiencia con las ideas frescas. El principal motor que mueve estos jóvenes es su inconformidad con la realidad social y la fuerte en creencia en sí mismos que los conduce tomar cartas en el asunto.
Las acciones juveniles habitualmente están convocadas por organizaciones estudiantiles, civiles, religiosas, deportivas, cívicas, políticas o simples grupos informales con denominadores comunes, todos apuntando a un norte global común: el mejoramiento integral de la sociedad. De ahí parte uno de los rasgos más distintivos de la juventud, y es que no pertenece a casas matrices ni sigue individuos, simplemente se identifica con causas y creencias, toma posición y actúa.
Por alguna razón las acciones contundentes por parte de las jóvenes no son constantes en el tiempo. Desde el 2011 no se conoce en país un movimiento masivo de jóvenes que repercuta en la participación activa y conquista de espacios y escenarios en la agenda política. Esto no quiere decir que no hemos estado activos, porque siempre lo estamos en lo social, cultural, deportivo o en el activismo. Lo que pasa es que no se pueden seguir haciendo esfuerzos aislados. Se debe convocar a la unidad de fuerza y acción. Sucede que gran parte de los esfuerzos de los jóvenes en sus organizaciones se ve traducido en la elaboración de iniciativas para políticas públicas que considerables veces se queda en eso, iniciativas, no por su procedencia, sino porque quienes se encargan de legislar dicha política pública obedecen a intereses que distan de aquellos de los jóvenes.
Los jóvenes estamos hastiados de la política tradicional, de ser relegados en los partidos a ser simplemente directores de juventudes en las regiones sin posibilidad a ocupar cargos. Miramos con desconfianza la burocracia y el clientelismo de la clase dirigente actual. Ha llegado la hora en la que los jóvenes le apostamos a la ejecución de nuestras propias ideas sin la necesidad de que los anquilosados nos adopten e indiquen el camino. Somos 8 millones de jóvenes colombianos poseedores de herramientas digitales que permiten que nuestra labor sea conocida por muchos, en la era de la democratización de la información y con el entusiasmo y convicción que caracterizan nuestras causas y creencias. Somos un imposible del pasado hecho posible en el presente, somos la peor pesadilla de aquéllos que se han mantenido en el poder durante años.
Es aquí, es ahora. Somos nosotros para generar una vorágine de transformación desde la proposición, los argumentos claros, la crítica constructiva, la unidad de causa. Tenemos la convicción de asumir las riendas de nuestro país y de los diferentes escenarios de decisión política para materializar los ideales por los que hemos venido luchando.