Los escritores no vivimos la vida de forma existencial, sino de manera literaria. El horror cotidiano siempre puede ser sustento de una buena narración.
-José Revueltas
La verdad es que el artista, con frecuencia (con más frecuencia aún si es un gran creador), ofrece a la colectividad algo que ésta no quiere aceptar, que rechaza por encontrarlo desagradable.
-Herbert Read
Herbert Read (s.f.), en su libro: Al diablo con la cultura, plantea que: “El arte es siempre el índice de la vitalidad social, la aguja que, con sus movimientos, va señalando el destino de la sociedad” (p. 7). Páginas más adelante remata:
La sociedad espera que el artista exprese algo más que su yo y, en el caso de los grandes artistas a quienes me he referido, lo obtiene. Obtiene lo que podríamos llamar expresión de la vida; más la “vida” que se ha de expresar, la vida que, en efecto, expresa el gran arte, es precisamente la de la colectividad, la conciencia orgánica del grupo. La misión del artista radica en dar al grupo conciencia de su unidad, de su comunidad. (p. 9)
Hablar sobre la funcionalidad de la literatura es un tema que genera una serie de discusiones en el medio del arte; ¿funcionar para qué?, es el cuestionamiento que se realiza a la hora de enfocar el aspecto utilitario. La función de la literatura es ser fiel a sí misma, esa es una aseveración en la que, me atrevo a decir, la mayoría estaría de acuerdo; en todo caso, pretender anteponer la utilidad política y social a la escritura es faltar a un principio básico del arte mismo: su propia construcción y objetivo. Pero cuando la utilidad de la literatura se enfoca en aspectos ajenos al arte, no es en sí una ofensa entre el artista y el arte que edifica, sino que esta funcionalidad se entrelaza a lo más esencial del ser humano: lo social.
En la antigua Grecia, alcanzar la perfección se convirtió en la estética de lo social, una idealización que se transformó en objetivo de vida y práctica reflejados en el arte: Mirón, Fidias o Policleto. La sensibilidad de la época se enfocó en la perfección como un canon de proporciones simétricas y armónicas, es así que la belleza física se relacionó con la belleza artística expresada en la música, la escultura, la pintura, etc., así como la belleza del triunfo (Píndaro llama a Kalón la belleza del triunfo), y la belleza de lo moral (Sófocles). En este entorno social, la tragedia griega mostró la vida humana en su defecto, rompió con la perfección tan anhelada porque retrató la inevitable perdición humana, la catástrofe por vía de la fatalidad (Esquilo y Eurípides). El teatro y la escritura evidenciaron el síntoma estético de la perfección griega.
La literatura es una institución que rehace lo social en un sentido estético, apunta al hecho sensible que se vislumbra en lo artístico y conforma parte del llamado Espíritu de la época, es decir, de los hechos esenciales de los sucesos sociales distintivos de un lugar y un tiempo. Las cosas y las imágenes recobran un sentido y un significado a partir de un sentimiento que la literatura retoma bajo ciertos criterios estéticos, sin ello, sólo son meros objetos; en este punto, la literatura, como praxis, significa y sensibiliza sólo en relación con lo social. Pero, ¿qué es la estética?, en términos básicos y particulares, la estética es “el sentido de reflexión acerca del arte” (Bayer, 1980, p. 7), y ¿qué representa el arte en un sitio y tiempo específico? Representa la mentalidad y sensibilidad de los hombres de ese contexto. El escritor es un producto de su época, pero la época es también un producto del escritor. Si bien, el sentido de la literatura debe su lealtad hacia sí misma, la sensibilidad del entorno en sus componentes escénicos, simbólicos y sociales (como unidad), así como sus aconteceres, son procesos que atentan contra, o a favor, de la percepción artística y, por sucesión, su estudio se vuelve social; de este modo su compromiso de rechazo, de aceptación o de su transformación es parte del entramado sociocultural en el que se desenvuelve. Como expresa el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (1996):
Toda interpretación de lo comprensible, que ayuda a otros a comprender, tiene, ciertamente, carácter lingüístico. Toda la experiencia del mundo se transmite lingüísticamente; se delimita a partir de ello un concepto más amplio de tradición que como tal no es lingüístico, pero que, sin embargo, es susceptible de interpretación lingüística. (p. 7)
José Revueltas (1914-1976) ha marcado, durante décadas, un hito en la literatura mexicana al darle voz, como pocos, a la decadencia ideológica, la problemática existencial y la marginalidad social del siglo veinte. La pobreza, el subdesarrollo, la soledad, el absurdo destino es una mezcla de aflicciones que toma por figura la palabra escrita en un país de circunstancias que proclama, en su sentido más trágico, la desesperanza con un ínfimo hueco de anhelo vitalicio.
La escritura revoltiana se convierte en una forma de desenmascaramiento del sentido y la lógica imperante hundida en el desasosiego. La estética nacional, expresada en la exacerbación de lo mexicano, como sentido ideológico de unificación, se verá cuestionada por la dinámica social y artística en los años posteriores a la revolución, desde la pintura (Tamayo) hasta la escritura (Revueltas) la evidencia del fracaso de un proyecto, así como la tragedia griega a la perfección, será la catástrofe de la estética nacionalista hasta en esa época dominante.
Revueltas es así, el escritor de una realidad social que desnuda con amplitud desde la marginalidad; ahí, desde ese encierro de exhibición degradante y que, más allá de los muros contraídos, es el aprisionamiento del hombre reducido y deformado el que se limita a un espacio, escribió parte de su obra que ocasionaría el destierro político por una convicción radical restringida, más no limitada, al rechazo, la marginación y el áspero recorrido por las cloacas de la intolerancia política. ¿Qué implica la disidencia en un mundo anquilosado? Ciertamente la percepción estética de un lugar olvidado.
Estaba de rodillas, rezando, la actitud ferviente y llena de monstruosa fe, arrebatado por una constricción abrumadora, la cabeza caída sobre el pecho de un modo total, la cabeza de alguien a quien un verdugo torpe guillotinó de mala manera y entonces aún pende del tronco, sujeta por alguna terca membrana, los cabellos sobre el rostro, caídos hacia adelante igual que las alas rotas, desmadejadas, de algún pájaro gigantesco y quieto, rezando, rezando para sí mismo, sin decir palabras, apenas nada más con una respiración increíble y sucia, envuelta en flemas y mucosidades. (Revueltas, 2004, p. 94).
La funcionalidad de la expresión, a través de la escritura, es la de la intermediación entre lo que sucede y quien lo percibe; parece indiscutible que la escritura sea retomada como un elemento propio a la realidad social, ya que esta es desarrollada en un entorno en el que el valor social se rehace; “los valores estéticos no se presentan aislados; son funciones de valores morales y políticos” (Bayer, 1980, p. 7). En este panorama, el escritor necesita de lo social, así como lo social al escritor, en el sentido en que este último le otorga trascendencia, comprensión, sensibilidad, le da espíritu; en tanto que lo social le otorga algo por qué escribir, un contexto, una época y de formas diversas, una identidad.
El escritor es un ser social, demasiado humano como el resto, perceptible de los acontecimientos de su tiempo. La utilidad que hace de la escritura se ve enfocada a la sensibilidad con el entorno que le rodea, no es el arte en sí mismo el que obedece a su naturaleza, sino que trasciende sus aspectos formales y los focaliza para, de igual forma, sensibilizar al otro que lee, que siente. Así como la perfección en la Grecia antigua se vio contradicha por la tragedia, José Revueltas contrarió la “perfección” política por la tragedia de una prisión (El Apando), del destierro (Los Motivos de Caín), de la degradación y descomposición (Los muros del agua), del desencanto ideológico (Los errores), etc. Es así que, leer a Revueltas, se transforma en un acto de comprensión y visualización de una época y lugar determinados. Aunque, como bien lo selañan René Wellek y Austin Warren (1966):
El sentido de una obra de arte no puede definirse simplemente en función del sentido que tenía para su autor y sus contemporáneos. Es más bien el resultado de un proceso de acumulación, es decir, la historia de su crítica por parte de sus muchos lectores en muchas épocas. (p. 52)
José Revueltas, como un escritor con un claro compromiso social, que evidencia una realidad ensimismada, y que recalca con gran talento la estética de lo grotesco, de lo marginado, de la decadencia política, jurídica y social de un entorno, es un claro ejemplo de la función social de la literatura respecto a su entorno; es la sensibilidad con los acontecimientos lo que enfatiza con mayor envergadura el compromiso social de la escritura, no porque en su función tenga que separar su naturaleza de su utlización, sino que la escritura como ese rehacer de la realidad estética, requiere de escritores comprometidos con el hecho sensible. Si bien, esta aseveración puede acusarse de su ligadura con un entramaje ideológico (desde el realismo), es innegable que en un mundo totalizante, de evidente sobreexplotación, exclusión, dominación y guerra, la literatura puede fungir como un arte subalterno de la vociferación de las particularidades, de ese otro sumergido en la ausencia que permita explorar la estética en su integridad.
Leer a Revueltas es conocer la tragedia mexicana del siglo XX.
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