El reciente fallecimiento de la primatóloga Jane Goodall, el pasado 1 de octubre de 2025 a los 91 años, no solo representa la partida de una de las figuras más importantes en la defensa de los derechos de los animales no humanos y los derechos de la naturaleza en la Tierra, sino también una forma de ver el planeta y la vida misma, que la llevó a cuestionar los fundamentos mismos de la civilización humana.
Lo menciono porque, detrás de la defensa de la biodiversidad y de la vida animal no humana por parte de Jane Goodall —luego de demostrar científicamente que los chimpancés poseen emociones, herramientas y sociedades complejas—, hay una crítica profunda a la idea antropocéntrica y especista de que los seres humanos somos el centro del planeta.
De ahí que la crítica a la depredación ecológica y la negación de los animales no humanos como seres sintientes y sujetos de derecho, que planteó Jane Goodall durante toda su vida, no es algo que siempre haya sido así y que los seres humanos siempre hayamos creído estar por fuera de los ciclos de la naturaleza.
Por el contrario, es parte de un proceso reciente de los seres humanos, de hace no más de unos pocos miles de años atrás, con la aparición de la civilización en Mesopotamia, la cual quiso borrar un período muchísimos más extenso de tiempo, como lo fue el Paleolítico, en el que los seres humanos vivían de manera mucho más sostenible con su entorno y sintiéndose parte de él.
Esto fue planteado por Jane Goodall en sus mensajes para el Día de la Tierra (1), en los que nos señalaba cuán armónicamente vivían las comunidades humanas cazadoras-recolectoras con la naturaleza, previa a la aparición de la civilización, las cuales tenían un impacto ambiental mínimo, en contraste con el proceso antropocéntrico que comenzó en Mesopotamia y que nos tiene en la actualidad en una crisis ambiental catastrófica, si no cambiamos en serio el rumbo existente.
Un proceso descrito por Jane Goodall que, si bien tiene sus bases en la Revolución agrícola del Neolítico y la aparición de la civilización —instaurando el patriarcado y la desigualdad a través de la creación de Estados que concentraron el poder—, con la irrupción de la modernidad, el capitalismo, la Revolución Industrial y la era neoliberal y digital actual, se ha generado un nivel tan alto de acumulación y destrucción de la naturaleza, que nos tiene al borde de un colapso.
Lo peor de todo es que la pandemia por el COVID-19 no solo nos mostró las consecuencias de sistemas económicos insostenibles que han invadido espacios naturales, facilitando la aparición de nuevos virus, sino también nuestra incapacidad de ver ese período trágico como una gran alerta para hacer un giro a nuestra forma civilizada de vivir, de manera que cambiemos nuestras prácticas y formas de relacionarnos.
No obstante, Jane Goodall, al contrastar la vida nómada con la civilizada, no era ingenua: no buscaba que volviéramos a ser cazadores-recolectores, sino justamente mostrarnos que la huella ecológica gigantesca existente no es una condena ni un proceso inevitable. Por eso tomaba como ejemplo a comunidades indígenas como guardianes de la biodiversidad mundial, ya que detrás de eso había un vínculo con la naturaleza muy fuerte, que no está presente en nuestra vida moderna y occidentalizada .
Por eso es que seguimos siendo testigos de los impactos de las lógicas civilizadas contra la naturaleza, justificadas con las nociones coloniales de progreso y desarrollo, y vemos, por ejemplo, los impactos del extractivismo en América Latina a nivel socioambiental y la muerte de múltiples luchadores defensores de la vida en la región, como es el caso de la mujer mapuche Julia Chuñil, quien por defender el bosque nativo y la protección de tierras ancestrales mapuche en la comuna de Máfil, Región de Los Ríos de Chile, fue presuntamente asesinada.
Dicho todo lo anterior, que la partida de Jane Goodall sirva no solo para visibilizar su enorme trabajo científico y su inmenso compromiso y empatía en relación con la defensa del bienestar animal y la conservación de la biodiversidad, sino también para que sea un llamado a la acción colectiva, dentro de un escenario mundial que necesita urgentemente cambiar su rumbo, antes de que sea demasiado tarde.
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