“En Las confesiones de un anciano, Italo Svevo (1861-1928) describe a un hombre que se pregunta sobre qué ocurriría si Mefistófeles se presentara en su lecho a medianoche para proponerle el consabido pacto. El fatigado anciano, dispuesto a entregar su alma no sabe qué solicitar”.
En Las confesiones de un anciano, Italo Svevo (1861-1928) describe a un hombre que se pregunta sobre qué ocurriría si Mefistófeles se presentara en su lecho a medianoche para proponerle el consabido pacto. El fatigado anciano, dispuesto a entregar su alma no sabe qué solicitar: “¿qué le pediría entonces yo, que tampoco quisiera ser viejo y que no deseo morir? ¡Dios mío!”. Desdeña la juventud por su insensatez y arrebato, la inmortalidad sería insoportable por la monotonía de la vida, y la muerte es a final de cuentas irrevocable. El viejo sonríe ante el vacío en el que ha desembocado su propia existencia e imagina el asombro de Mefistófeles sin tener ningún tipo de atractivo para ofrecerle. La sonrisa es ante todo una renuncia al deseo. El texto de Svevo imprime un sesgo irónico a la ambición del anciano y al poder de Mefistófeles; tanto uno como otro son ridiculizados: el viejo por su apatía al desear y el diablo por su incapacidad de seducir.
A partir de la ironía, generadora de un sentido ambivalente: afirma y niega, identifica y diferencia, en Las confesiones de un anciano Svevo retoma y examina la tradición del demonio en el folclore alemán para incorporarse a ella bajo el principio crítico de la figura tragicómica. El anciano más que dejarse arrastrar por la hybris —exceso o desmesura originada por la ambición, en opinión de Pierre Brunel— se muestra, por el contrario, escéptico y desinteresado; se percata de que ya no puede, ni quiere desear nada más, de que no tiene ningún interés hacia el qué enfocarse con ciega pasión, al punto que afirma: “¡Qué difícil es pedir algo cuando ya no se es un niño!”, y se ríe del estupor de Mefistófeles que ante tal situación estaría en el infierno impertérrito: “Lo veo sentado en su infierno rascándose la barba, violento”.
Mientras que en el Fausto de Goethe, Mefistófeles es descrito como embustero y tramposo, inteligente y poderoso; en Las confesiones de un anciano de Svevo, el diablo es ingenuo y estúpido, débil e incapaz de comprender la naturaleza humana. El anciano, al no dejarse arrastrar por la hybris, establece la renuncia como la principal estrategia para no dejarse engañar por la ambición de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama, como usualmente ocurre con la mayoría de los mortales. La hybris era para los griegos la más grave de las faltas, debido a que infringe el equilibrio entre hombres y dioses al negar la moderación como virtud. El anciano se orienta en la tradición de aquellos que han sido capaces de superar las tentaciones adversas de la hybris y aceptan su destino con resignación y aplomo. Al asumir esta postura, la arrogancia da paso al equilibrio característico de la némesis; aunque en este caso, con una burla fina y disimulada.
De acuerdo con Robert Walser, afortunado aquel que no echa nada en falta y que descubre razones para estar alegre sin esfuerzo, molestia o necesidad; puesto que “los deseos son indignos. Nos equivocamos al tener aspecto menesteroso. Los deseos esclavizan, y la falta de deseo es muy buena consejera”. La renuncia es radical. El deseo no es posible colmarlo o satisfacerlo. Así por ejemplo, si se aspira a comprar una casa se trabaja intensamente en ello; una vez adquirida, surgen inmediatamente nuevas necesidades pues se empieza a buscar casas más grandes, con jardín, con piscina, con más habitaciones. El deseo siempre está en el futuro, se confunde inevitablemente con la esperanza; no puede ser colmado puesto que el hombre tiende a quedar insatisfecho. En Las confesiones de un anciano, Svevo ironiza sobre la naturaleza del deseo y la ambición; el hombre busca generalmente ser lo que no es. El viejo no sólo se burla de Mefistófeles sino también de sí mismo; reconoce que la vida está llena de ausencias, de insatisfacciones y aunque por mucho que pueda ofrecerle el diablo, nunca será suficiente; de ahí que su mujer le diga: “Tú siempre te ríes, incluso en este momento. ¡Dichoso tú!”.