“…es que el cambio no se puede lograr con los mismos que representan lo contrario y creo que Petro lo sabe…”
Se han cumplido dos años de “Colombia potencia mundial de la vida” un eslogan macondiano adecuado para este país en donde nada sucede, en donde todo está bien y los escándalos de corrupción de este gobierno no son relevantes por la sencilla razón de que, en gobiernos anteriores han sucedido escándalos peores.
La campaña Petro presidente fue sin duda, una potente expresión del lenguaje metafórico, simbólico y fantástico. La relatoría se enfocó en amalgamar en un ideario político tal variedad de necesidades, peticiones, esperanzas y sueños que su estructura principal brilló por la capacidad de recoger en un solo espacio la multiplicidad de querencias y suplicas que un grupo determinado de la población tenía con relación a una fantasiosa idea de gobierno. La vistosidad de las pautas publicitarias, la denominación de “los nadies” como un elemento “representativo” de un sentir popular catapultó una campaña presidencial de izquierda soportada sobre las bases nobles de unos sueños de cambio y transformación integral. Petro, haciendo gala de lo que considero su mayor virtud: el discurso, acaudaló con un estilo caudillista mareas de personas que veían en él la transparente posibilidad de hacer política de forma diferente, sincera, de cara al pueblo, ondeando banderas de cambio, reconciliación, paz, justicia y cero corrupción. Bajo el amparo de esas premisas y el temor a que el candidato de derecha ganara, nos abalanzamos a creer en su relato y depositamos el voto por la inocente utopía de que él representaba un cambio. La expectativa siguió creciendo al ver el gabinete que iba conformando, los perfiles adecuados para cada cartera, un reparto técnico con algún toque de mermelada que, a pesar de ello, brindaba esperanza a largo plazo. Pero Petro no pudo dejar de ser Petro y el pasar del tiempo ha ido hundiendo las altas expectativas sembradas en ese ideario. Su terquedad y obtuso razonamiento, sumado a sus nefastas alianzas políticas han terminado por tirar al trasto cualquier viso de cambio y de este último, queda la reflexión de que se refería más bien a un juego de palabras que a una realidad tangible.
Se han cumplido dos años, los resultados no son nada alentadores y sí, quizá ha hecho cosas buenas que valdrá la pena resaltar, sin embargo, en la balanza del escarnio público los resultados negativos son los que toman el papel protagónico. Lo que sí ha garantizado “el gobierno del cambio” es la alta rotabilidad en el gabinete presidencial, tal vez como una medida para evitar que los ministros y directores de departamentos administrativos se aburran en un puesto y puedan aprender cosas nuevas en cada cargo a ocupar. Al mejor estilo del entrenador de fútbol Juan Carlos Osorio, los funcionarios pasan de un cargo a otro como pasan la calle cuando el semáforo está en verde y al igual que en el deporte más famoso del mundo, tal estrategia produce una inestabilidad profunda que no permite construir bases dejando en el aire la consistencia, en este caso, de un programa de gobierno. En ese orden de ideas, el cambio ha consistido en una mera promesa escupida en plaza pública y desechada por la imposibilidad de hacerla real; es que el cambio no se puede lograr con los mismos que representan lo contrario y creo que Petro lo sabe.
En campaña política el relato mata el dato y en gobierno el dato mata el relato. Bajo esa premisa los números no destacan en la administración del presidente actual, sumado a la baja ejecución del presupuesto nacional se tienen hechos de corrupción como el de la UNGRD que es vergonzoso a todas luces y otros detalles alternativos que empañan y destruyen las principales premisas de su campaña electoral. Insisto, para mí Gustavo Petro es el mejor orador de la actualidad, sus capacidades discursivas son dignas de elogio y reconocimiento, por algo fue un brillante congresista y por eso mismo es un mal administrador y presidente, porque el discurso y el relato no son lo fundamental en el ejercicio de la administración pública, porque de este lado lo que importa es la capacidad de materializar, de hacer tangible lo hablado, lo expresado en palabras y justamente eso no ha podido hacer Petro: darle forma palpable a unas promesas enlistadas en plaza pública, darle sustancia que permita ver como una realidad lo imaginado y esto se da, quizá, debido a su incapacidad de ceder a sus postulados ideológicos, a escuchar la técnica por encima de la fantasía, a no estar preparado para el cargo (durante tantos años lo soñó y cuando le llegó el momento no fue capaz de salir de la burbuja) a seguir usando su rol de presidente para creerse aun congresista y no pasar de cuestionar y criticar errores y escándalos pasados que son historia y que a hoy no determinan el éxito de su gobierno; si fracasa es por él, no por la derecha, ni por las élites capitalistas del mundo ni por el fracking o el sistema de salud de la ley 100. Es ahora donde tiene la oportunidad de “cambiar” todo lo que ha dicho que esta mal y justo esa oportunidad la viene desperdiciando porque lo esta haciendo peor, porque se ha convertido en todo lo que ha criticado a lo largo de su vida política. Suelo pensar que el hecho de estar tanto tiempo en un bando opuesto te nubla el juicio cuando llega el momento de estar en el bando que has criticado. La comparación entre el Petro congresista y el Petro presidente se ha vuelto viral, con justa razón. Creo que ambos deben ser diferentes en su forma, pero no en su fondo y él es diferente en ambas y eso lo perjudica.
Pienso que sus promesas políticas se inflaron como un inmenso globo que ha venido en decaída a razón del peso (no es bueno prometer mucho y menos cosas tan grandes) y que además se ha encontrado con los alfileres de la corrupción, baja ejecución presupuestal, inestabilidad ministerial, radicalismos ideológicos, incongruencias administrativas, mermelada mal repartida, contradicciones y otras cosas que terminarán por explotar su gobierno de cambio. Su ambicioso plan implica la necesidad de otros gobiernos de corte progresista al suyo, ya se ven precandidatos a seguir sus banderas, las cuales no ondean en manos de ellos, así como también se ven precandidatos de derecha dispuestos a “recuperar el país” en este caso es mejor pensar en un muy buen humor negro cuando de sus alternativas se trata. Al final lo que nos ha traído Gustavo Petro es un intercambio de roles, un enroque en juego de ajedrez, de antagonista a protagonista de lo peor de la politiquería colombiana.
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