Instrucciones para parar el tiempo

A quienes apagan la alarma cada mañana

En 1962, el escritor argentino Julio Cortázar, publicó en la Editorial Minotauro su obra fantástica Historias de Cronopios y de Famas, en uno de sus fragmentos titulado “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj” manifiesta de manera tajante que, cuando nos obsequian un reloj, nos obsequian un pequeño infierno, un pequeño fragmento de nosotros mismos, nos regalan la obsesión de atender la hora.

Es decir, cuando nos obsequian un reloj, nos regalan un objeto que luego de atarlo a nuestra mano, pasamos a ser de él, domina nuestra vida a través del tiempo, nos impone las reglas para poder determinar qué debemos hacer y a qué hora, nos asigna una suerte de horarios que, de no cumplirlos, nos atenemos a las consecuencias sin sentido, y cuando el reloj es olvidado o robado, nuestra vida se difumina en un mar de incertidumbres por no saber qué deberíamos estar haciendo a esa hora del día.

Pero, si de ahora en adelante, nos respondemos “prefiero no hacerlo” y ¿cambiamos nuestras rutinas determinadas por los rigores del tiempo a un holocausto de eventos fortuitos? Esto me recuerda a Bartleby, el escribiente personaje del cuento con el mismo nombre del escritor estadounidense Herman Melville, donde suspende toda actividad laboral respondiendo a esa frase y se convierte en un disidente ante las funciones burocratizadoras de la vida y pone en pausa cualquier insolvencia de la cual ha sido fruto.

Por eso, dentro de los actos más valientes que podríamos cometer es olvidar el reloj y establecer una suerte de desobediencia a los horarios establecidos, intentar vivir sin tanta presión por la perfección, llegar más tarde a las reuniones de trabajo, saborear con placer el café por las mañanas, releer los pasajes de los textos que se empolvan en nuestros anaqueles, aprendernos letras de canciones desconocidas, caminar mientras hacemos pausas para observar productos que no vamos a comprar, llamar con más fidelidad a nuestros amigos hasta agotar la batería, conversar con desconocidos en las filas de los bancos, mirar películas sin la distracción de los afanes, concebir las salidas a la tienda como una viaje con destino, dibujar objetos desconocidos con la forma de las nubes, probar ese plato de comida que nos han recomendado, hacer el amor con la intención de un orgasmo, abrazar a nuestros padres o parejas sin la ambición de despedirnos y levantarnos cada mañana sin la gravedad de las alarmas. Porque todo lo anterior también se convierte en recuerdos, en reminiscencias que no se diluyen con el pasar de las semanas, sino que se resignifican como un vino que se añeja y una fotografía que se desgaste por las contingencias de la humedad.

El escritor y filósofo español Miguel de Unamuno en su maravilloso ensayo Del Sentimiento Trágico de la Vida explica que los años determinan nuestra memoria como base de nuestra personalidad individual, porque vivimos en y por el recuerdo, porque nuestra vida espiritual solamente es un reclamo a la perseverancia por detener el tiempo. Porque si viviéramos con la lentitud de los respiros, nos preocuparíamos menos por el pasar de los minutos, contemplando la serenidad de la pérdida del tiempo, no nos preocuparíamos por las inclemencias que impone un calendario y dictamina un horario. Pero ¿es posible? El astrónomo estadounidense Carl Sagan en la introducción del libro Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros del físico teórico británico Stephen Hawking relata que a menos que seamos niños colmados de curiosidad, nos preguntamos acerca del cosmos o si el tiempo correrá en sentido contrario algún día, porque pocas veces estamos pendientes de qué hacemos con nuestro tiempo, sino de qué hace el tiempo con nosotros.

¿Y sí nos arriesgaríamos a vivir imponiendo una pausa o lentitud ante el tiempo? Creería que podríamos recordar que “Todas las personas grandes han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan”, frase que nos interpela cuando leemos la Novela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y nos permite recordar que la mejor manera de resistir ante el tiempo, es no dejar que el tiempo nos pase sobre la vida.

Así, dejaríamos de perder la vida mientras nos pasan los años, y reivindicaríamos las imprecisiones que realizamos para lograr vivir, y los placeres que perdemos por miedo al fracaso serían las mejores anécdotas para contar antes de morir. Arriesgarnos a saborear lo atípico de no medir los minutos mientras nos pasan, es volver a vivir desde el primer grito que expresamos al nacer, es la posibilidad de revivir en medio de las diatribas de aquellos que nos imponen la seriedad de la vida en medio de las directrices del cumplimiento de la vida como un recetario de comida.

La escritora y filósofa francesa Simone de Beauvoir en 1967 escribió el libro La Mujer Rota donde a través de un conjunto de historias manifiesta como la idea del amor romántico socaba la idea de la libertad de la mujer y perpetúan la desigualdad femenina. En el inicio del texto Beauvoir escribe algo estupendo a través de una pregunta que hace: “¿Está parado mi reloj?” su respuesta es que no, pero que las agujas no dan la sensación de girar, ante eso, la recomendación es no mirarlas, reflexionar sobre otras cosas, para no pensar en la agitación que el día espera.

En definitiva, mi invitación es que de ahora en adelante “vivamos” un día donde podamos concebir la vida sin los detrimentos consuetudinarios que implica programar la existencia como un anuario desdichado que, refleja los augurios de las festividades que el tiempo no nos deja disfrutar; como lo diría el personaje Oinos del cuento El Poder de las Palabras del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, será que nuestro saber aumenta de hora en hora, entonces ¿qué pasaría con el detrimento sobre el tiempo? Tal vez, la concepción de felicidad cambiaría para ser cómplice de las tenues inclemencias de una vida atemporal.


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Referencias

Allan Poe, E. (2012). Cuento I. Alianza Editorial
Cortázar, J. (2014). Cuentos completos II. Alfaguara.
De Beauvoir, S. (1975). La Mujer Rota. Editorial Sudamericana
De Saint-Exupéry, A. (2019). El Principito. Ediciones Suromex
De Unamuno, M. (1964). Del sentimiento trágico de la vida. Editorial Losada.
Hawking, S. (1989). Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros. Editorial Crítica.
Melville, H. (2019). Bartleby, el escribiente. Pinguen Clásicos.

 

Jorge Alberto López-Guzmán

Politólogo (2015), Antropólogo (2019) y Filósofo (2023). Especialista en Gobierno y Políticas Públicas (2017) y Magíster en Gobierno y Políticas Públicas (2020) de la Universidad del Cauca. Actualmente, es candidato a Doctor en Antropología, también en la Universidad del Cauca

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