“Indigno de ser humano” y mi aspiración personal de “chico bueno”

Sólo los humanos podían acudir a la ambigüedad con tal maestría que eran capaces de ver sufrir a otro ser humano mientras sonreían y se chupaban un helado.

El amor es más que una pasión porque la pasión es una deformidad del carácter.


Hace unos días, un gran amigo, me regaló y a otro cuarentón, el libro “Indigno de ser humano” de Osamu Dazai. Lo curioso fue que esa misma tarde el cuarentón encarnó una versión desteñida de Yozo Oba, el protagonista de la novela. A este cuarentón lo llamaré Lenguado.

El Lenguado, como a pocos escritores, la literatura le ha dado cierta visibilidad en la fauna intelectual de Medellín. Aunque, para mí, no es más que uno de esos personajes segundarios que se instalan en la historia como un boceto sin relieve.

El Lenguado dijo que buscaba el amor, pero, se ufanó de ser amante de una mujer casada que, además, era su subordinada. No obstante, pocas horas después, en un bar, se emborrachaba y se besaba con otra chica. Una historia digna para una ranchera.

Dejemos, por unas líneas, al Lenguado y vamos a la novela “Indigno de ser humano” de Dazai. Tal vez así, se profundice en la insustancialidad del Lenguado. La novela se desarrolla a través de los cuadernos de Yozo, un joven pintor, en desgracia, drogadicto y alcohólico, incapaz de conectar con los demás. Aunque, desde niño, Yozo llevó la máscara de bufón para ocultar la tristeza y habitar un mundo que no comprendía y que lo rechazaba.

Osamu Dazai (1909–1948) fue el seudónimo de Tsushima Shuji. Pero, el autor, también se dejó ver en el personaje Yozo Oba. Y para tejer la vida del autor con la vida ficticia de Yozo, Dazai estableció tres tópicos fundamentales: sentimiento de alienación, adicción y destrucción y relaciones problemáticas.

Sentimiento de alienación: Yozo no entendía las normas sociales. “Sé que le caigo bien a la gente, pero imagino que carezco de la facultad de querer a los demás”. Y tanto el personaje, como el autor, provenían de una familia aristocrática, pero les fue imposible sentirse parte del entorno social. Por lo que emprendieron una lucha anormal por parecer “normales” y ocultar el sufrimiento.

Adicción y destrucción: Dazai era conocido por su pulsión por el alcohol y la morfina. “El alcohol y las mujeres eran mis únicos consuelos”. Eran los vicios con los que Yozo y el autor querían escapar al dolor o caer más hondo, sin punto de retorno.

Relaciones problemáticas: las relaciones de Yozo eran caóticas. Pero son las amorosas las que lo hundieron en el lodazal de la destrucción. Tal por ello, habló de manera despectiva de las mujeres: “Comprender los sentimientos de cualquier mujer es más complicado y desagradable que estudiar las emociones de una lombriz”, o “Las mujeres me aburren cuando comienzan a hablar de sí mismas”. No obstante, Yozo las necesitaba como el aire: con una intentó suicidarse (ella murió y él sobrevivió), otra lo sostuvo económicamente mientras él dibujaba pornografía y se emborrachaba, con otra se casó y estuvo indiferente cuando la violaron… Y todas las mujeres representaron una esperanza de redención. Sin embargo, Yozo, vio colapsar cada una de sus relaciones en su búsqueda infructuosa del amor. Búsqueda obstaculizada por el sentimiento de no merecer la felicidad. Como él mismo lo dijo: “Los cobardes temen hasta la felicidad. Pueden herirse incluso con el algodón”. De manera similar, Dazai fue desheredado por estar con una geisha. Y después de cuatro intentos de suicidios, en 1948, Dazai se ahogó a los 39 años en el río Tama junto a su amante. “Indigno de ser humano” fue publicada poco antes de su muerte.

Empero, “Indigno de ser humano”, más que una novela sobre la autodestrucción, exploró la condición humana e intentó representarla con imágenes potentes; por ejemplo, el autor planteó que la humanidad era como una vaca pastando tranquila y, de pronto, levantaba la cola contra el tábano. Bastaba la ocasión para llevar a cabo la naturaleza cruel que había permitido que la humanidad sobreviviera. Con imágenes como esta, el autor dejó ver entrelíneas que sólo los humanos podían acudir a la ambigüedad con tal maestría que eran capaces de ver sufrir a otro ser humano mientras sonreían y se chupaban un helado.

Ahora, volvamos al Lenguado, que con menos ingenio que Yozo o Dazai, quiso mostrarse como un “chico malo”; pero, a su edad, parecía más un insomne con resaca.

Recodemos que el lenguado quería encontrar el amor. Lo curioso es que, para tal propósito, representó al hedonista aventurero con un elevado grado de pedantería y estupidez disfrazada de lectura.

Pero pensemos en el amor. El amor, del modo que se aborde, es la búsqueda de significados para la existencia y así, darle a la vida cierta profundidad. Por lo que el amor impulsa a buscar la conexión con otros para construir vínculos que trasciendan la supervivencia y el impulso reproductivo.

Y para que la experiencia del amor sea posible, hay que evitar disfrazar con el ideal del amor el impulso sexual para no lazarse como ciego a satisfacer el deseo que es como hambre. Luego, lleno, uno se pregunta: ¿qué hago con esta persona? Y al darse cuenta de que la respuesta es insatisfactoria, ¿qué se hace? Beber, buscar más aventuras y expandir la herida. Y, ¿es necesario hacer tanto daño y herir a tantas personas?  ¿En verdad es lo que se busca?

No creo. Yo al menos, quiero seguir en una relación estable y sentir el amor como una experiencia vital y no como un aullido de perro moribundo. Porque, finalmente, el “chico bueno”, al estar fuera del alcance del alcohol y la mal sana costumbre de la conquista, entiende que el amor es más que una pasión porque la pasión es una deformidad del carácter. Pues, el apasionado se obsesiona y la obsesión es un conjunto de manías que subordina a los cobardes, los que son incapaces de ver que el amor es más que un instinto. Porque el amor es una creación de dos personas que se ocupan de cosas sencillas. Cuando hablo de cosas sencillas me refiero a aquellas que se pueden hacer con las propias manos. Cosas sencillas que, en el fondo, era lo que buscaba Dazai en la novela y, al no encontrarlas, dibujó a Yozo como un indigno ser humano.

Sin embargo, hombres como el Lenguado eligen lo difícil porque representa un desafío ya que lo sencillo no requiere conquista ni dificultad. Creen firmemente que la historia recuerda al insensato.

Ahora bien, para los Lenguados, es imposible que un “chico bueno” sea recordado porque la esencia de una vida sencilla es la posibilidad de vivir bien con otra persona, sin herirla. No obstante, sólo el “chico bueno”, experimenta los umbrales más grandes de la conciencia que le permite sentir que la vida es algo más que una reacción loca de los sentidos.

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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