“El odio visceral de Gustavo Francisco Petro Urrego contra la prensa colombiana es un claro indicio de su debilidad personal y de su desesperación, que pueden atribuirse a una falta de capacidad mental. La forma en que su presidente transmite desde hace tiempo su resentimiento a los jóvenes, a su familia y al pueblo colombiano en su conjunto tiene el efecto de socavar un principio democrático fundamental: la libertad.”
Los constantes ataques desde los micrófonos y la tribuna presidencial en las plataformas digitales tienen un impacto perjudicial en el proceso democrático. El uso de términos peyorativos como «muñecas de la mafia» o «cartel de la corbata» para calificar a los periodistas atenta contra el libre derecho del ejercicio profesional en la construcción de opinión pública. Gustavo Francisco Petro Urrego se está acercando a un punto crítico en el que con sus acciones comienza a constituir una forma de gobierno autoritaria con tintes dictatoriales. Es evidente que su mandatario empieza a desconocer paulatinamente el principio fundamental consagrado en el artículo 20 de la Constitución Nacional: «Dentro de las fronteras de Colombia se garantiza a todas las personas la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, así como la de informar y recibir información veraz e imparcial». Los implacables ataques lanzados por su dignatario son una manifestación tangible del temor de la izquierda a que la verdad aflore frente a un gobierno corrupto y vinculado a actores inescrupulosos.
Cuando se ataca y estigmatiza a la prensa por hacer su trabajo, que es informar a la opinión pública, queda clara la estrategia de Gustavo Francisco Petro Urrego para engañar a sus fanáticos seguidores y encubrir su ineptitud. A medida que se descubren más y más hechos que revelan las deficiencias de este gobierno, se hace cada vez más evidente que el enfoque de su presidente es insostenible. Es imperativo que desde los escenarios sociales no se eviten los temas cruciales que enfrenta la nación, y que se haga frente a los retos que circunda actualmente el periodismo. El enfrentamiento de su mandatario con la industria de los medios, como cuarto poder, refleja los delirios de persecución que sufre un individuo que vive en constante zozobra por el hecho de que quien la hace se lo imagina. El asalto a la democracia y a la libertad, que intenta disfrazar las carencias del gobierno del cambio, es una táctica sin escrúpulos empleada por un actor político populista que teme enfrentarse a la realidad de su ineptitud, ineficacia e incompetencia.
La difusión de contenidos responsables y la comunión con la verdad, sin las presiones de factores externos, genera tensiones en el seno del gobierno. A la izquierda política colombiana le incomoda la libertad de expresión y el ejercicio de control que corresponde al periodismo. La estrategia de la administración Petro Urrego de graduar de periodistas a influenciadores que tergiversan y defienden lo indefendible marca el inicio del autoritarismo, sello de las dictaduras tiránicas que no toleran el escrutinio y por lo tanto corren el riesgo de socavar la democracia. Es comprensible sentir miedo, pero es inaceptable que los agentes del cambio den mal ejemplo afirmando que en este país no es posible la disidencia pacífica. La estrategia urdida desde la Casa de Nariño y en consonancia con la agresión al periodismo nacional recuerda la época en que los narcotraficantes atacaban a los medios de comunicación para impedir que informaran sobre sus actividades.
Paso a paso, comienza a normalizarse un desgobierno que no acepta los errores y las actuaciones que ha llevado a cabo y que eran inadecuadas. El desentrañamiento de un armazón de mentiras ideológicas que se construyeron como agenda de cambio es la grave ofensa del periodismo contra su dignatario. La emisión periódica de discursos de odio por parte de Gustavo Francisco Petro Urrego contra el periodismo serio demuestra la ineficacia de una estrategia política que es responsable del deterioro económico de Colombia, el empoderamiento del narcoterrorismo guerrillero, la ponderación de la ineptitud estatal y el abanderar la corrupción más importante en décadas. Es claro que en los dos años que lleva Gustavo Francisco Petro Urrego en el poder, ha logrado lo que muchos pensaban era una meta inalcanzable: ha consolidado un gobierno peor que el de Andrés Pastrana Arango e Iván Duque Márquez juntos. Su presidente y sus seguidores intentan disfrazar el mal desempeño de la primera administración de izquierda señalando a otros como culpables.
Un principio fundamental de una sociedad civilizada es garantizar la libertad de expresión y el ejercicio del periodismo. Es esencial respetar la diversidad de opiniones sin recurrir a la radicalización y la manipulación de la ciudadanía, como ejemplifica el progresismo socialista que propugna la izquierda en Colombia. Las continuas críticas a la prensa por parte de su mandatario, el más ruin y bajo que ha tenido Colombia, trata de invisibilizar el desespero de un sujeto acorralado por sus mentiras. Es peligroso que un gobierno intente crear una red de información engañosa para promover sus propios intereses mediante el uso de un lenguaje persuasivo. La violencia nunca será el camino de un ideario colectivo que está deformando el avance social que tanto anhelan los «nadies». Gustavo Francisco Petro Urrego tiene un historial de prácticas cuestionables, como estigmatizar, calumniar y perseguir a miembros de los medios de comunicación. Retaliación del poder contra quien se ha encargado de revelar la corrupción en el gobierno de la izquierda.
La utilización de los discursos presidenciales para atacar a la prensa y a los medios de comunicación representa un giro hacia un enfoque más dictatorial. Un claro indicio del mal temperamento de su dignatario es el odio vulgar que se desprende de sus estigmatizaciones. Esto va acompañado de una tendencia a evitar asumir la responsabilidad por el racionamiento de agua, electricidad, y gas que ya se comienza a vivir en Colombia. La aplicación de las reformas propuestas por el gobierno ha dado lugar a importantes problemas en diversos sectores, como la salud, el empleo y los combustibles, entre otros. Estos acontecimientos han hecho temer que Colombia se encuentre en una trayectoria acelerada hacia una situación similar a la de Venezuela. Para mantener su posición, los socialistas progresistas deben tratar de erosionar los fundamentos de la libertad y la democracia. También deben asegurarse de que la prensa sea silenciada y sumisa, proporcionando un apoyo incondicional a un gobierno que ha conseguido muy poco en los últimos dos años.
En un contexto de inestabilidad política, económica, social y legislativa como el que vive Colombia, el periodismo tiene un importante papel que desempeñar para impulsar el desarrollo a través de los contenidos que ofrece a la opinión pública. En Colombia, un número importante de periodistas han sido objeto de agresiones y han recibido amenazas por su cobertura de temas que han causado malestar en determinados grupos sociales. Actualmente se está en una fase en la que el periodismo puede desempeñar un papel fundamental para aliviar la carga causada por factores como la impermanencia, la incertidumbre, la mutación, el simulacro, la desinformación, las narrativas simplistas, las noticias falsas y el concepto de «comunicación de apariencia» o «comunicación líquida». Es esencial que la comunicación se lleve a cabo sin intolerancia ni acusaciones monotemáticas dirigidas de un sector específico de la población a otro extremo ideológico.
Las desafortunadas y poco profesionales interacciones de su presidente con quienes ofrecen críticas constructivas y mantienen opiniones divergentes sobre política demuestran una falta de comprensión de la importancia de la conducta ética en la vida pública. Ha llegado el momento de que quienes ocupan puestos de responsabilidad se replanteen sus propias acciones y comportamientos. Quienes son garantes de la construcción de la agenda informativa ciudadana deben marcar distancias con la manipulación que se basa en el ataque a los demás por el simple hecho de pensar diferente o tener una posición política contraria. Es vital que se adapten los códigos deontológicos y de buenas prácticas, donde la teoría sea el fundamento de la práctica. Esta profesión es más que una plataforma para buscar la fama. El papel del periodista es actuar como intermediario entre los hechos, la verdad y el ciudadano. Sirve de mecanismo de control y vigilancia en la construcción social de una nación, así le incomode al poder progresista.
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