Incendio diplomático temerario de Gustavo Francisco Petro Urrego

Gustavo Francisco Petro Urrego ha tomado la decisión de avanzar, una vez más, por la senda de la diplomacia, asumiendo los riesgos inherentes a tal decisión. Las constantes provocaciones de Colombia hacia Estados Unidos no solo contribuyen al incremento de la tensión bilateral, sino que también transmiten un mensaje inquietante a la comunidad internacional, lo que sugiere una posible tendencia del país hacia un posicionamiento que podría ser percibido como contrario a los esfuerzos por promover la estabilidad regional.


Las declaraciones impulsivas y las acciones erráticas, que se han convertido en una práctica habitual, contribuyen a un ambiente de agitación y generan inquietudes respecto a las posibles repercusiones de un liderazgo que parece estar guiado más por la emoción que por la racionalidad institucional. La preocupación no se centra únicamente en la forma, sino también en el contenido. Gustavo Francisco Petro Urrego se presenta como un actor rebelde frente al orden global, pero su estrategia carece de claridad, su proyecto diplomático adolece de coherencia y, lo que es más preocupante, no ha evaluado las consecuencias de sus acciones para el país. La relación con Estados Unidos ha sido, a lo largo de varias décadas, uno de los pilares fundamentales de la seguridad y la cooperación de Colombia. Por ello, sería altamente inconveniente y contraproducente que dicho país decidiera deteriorarla por motivos ideológicos. Esta situación se torna aún más preocupante en un momento en el que el crimen organizado ha experimentado una notable transformación, ha logrado integrarse a nivel regional y cuenta con plataformas criminales cada vez más sofisticadas.

No obstante, el punto de inflexión no radica en las disputas con Washington, sino en la alianza más significativa: el acercamiento crítico, casi servil, al régimen venezolano. Este fenómeno no debe ser considerado únicamente como un desafío político a la tradición diplomática colombiana, sino como un movimiento que compromete la seguridad nacional. Gustavo Francisco Petro Urrego ha optado por no tomar en consideración las evidencias que demuestran la protección que el gobierno de Nicolás Maduro proporciona a grupos guerrilleros y estructuras asociadas al narcotráfico. Esta complacencia no solo proporciona oxígeno a organizaciones que han causado décadas de dolor, sino que además legitima un entramado criminal que opera con absoluta comodidad a lo largo de la frontera binacional. La narrativa de su mandatario, que pretende justificar su cercanía con Caracas bajo el discurso de la «paz total», termina convirtiéndose en un juego de sombras que se despliega sobre el territorio.

Mientras Gustavo Francisco Petro Urrego aboga por la reconciliación y la soberanía, en la práctica fortalece a actores armados que utilizan Venezuela como santuario, corredor logístico y retaguardia estratégica. Esta dinámica compromete la integridad del Estado colombiano, debilita la capacidad operativa de la Fuerza Pública y perpetúa el ciclo de violencia que se esperaba neutralizar. Resulta preocupante que su presidente no reconozca o intente desestimar el hecho de que las organizaciones criminales no actúan en función de su agenda política interna. Estos grupos se caracterizan por su capacidad de transitar, comerciar, reclutar y reorganizar sus actividades en una red que trasciende las fronteras nacionales y encuentra en Venezuela un refugio tolerado, cuando no auspiciado. La actitud de indulgencia del Gobierno colombiano frente a esta situación no solo transmite un mensaje de debilidad, sino que también convierte al país en un actor vulnerable dentro del nuevo contexto del narcotráfico continental.

A este fenómeno se suma el desgaste institucional que provoca la retórica incendiaria de su mandatario. Cada ataque improvisado, cada mensaje descontextualizado y cada acusación sin fundamento contribuyen a la erosión de la imagen internacional de Colombia. Un país que, hasta hace unos años, era considerado un modelo de estabilidad relativa, actualmente se encuentra inmerso en una narrativa gubernamental que otorga prioridad a la confrontación sobre la diplomacia, el dogma ideológico sobre la razón de Estado y la complicidad silenciosa con regímenes cuestionados sobre la defensa de los intereses nacionales. Gustavo Francisco Petro Urrego sostiene la hipótesis de que las tensiones actuales son producto de una conspiración extranjera o de una élite que no acepta su proyecto político. Sin embargo, la realidad es más sencilla y contundente: la inestabilidad que actualmente experimenta Colombia es el resultado directo de las decisiones tomadas por sus gobernantes.

Asimismo, cabe señalar su inclinación a desafiar a los aliados históricos, al tiempo que profundiza vínculos con gobiernos aislados y cuestionados por violaciones de los derechos humanos. Con respecto a su apoyo a la legitimación de grupos armados que no han demostrado una voluntad genuina de promover la paz, es importante considerar los posibles impactos y consecuencias de esta decisión. En relación con su determinación de regir mediante el enfoque de la confrontación constante, es preciso considerar los aspectos relevantes que han sido expuestos. En este contexto, los riesgos no son meras especulaciones, sino que tienen una existencia concreta y tangible. Un deterioro significativo en las relaciones con Washington podría comprometer la cooperación en seguridad, comercio, inversión y lucha contra el narcotráfico.

Un alineamiento ciego con Caracas podría acarrear consecuencias nefastas para Colombia, conduciéndola a una órbita de régimen debilitado, autoritario y cooptado por redes criminales. La combinación de estos factores posiciona al país en una zona de alto riesgo político y geopolítico, cuyas consecuencias podrían prolongarse durante años. Colombia requiere un liderazgo que pueda comprender la complejidad del entorno internacional, no uno que busque generar confrontación. Por su parte, Gustavo Francisco Petro Urrego parece decidido a correr un riesgo calculado. Cuando se encienden tantos focos de tensión a la vez, el país entero corre el riesgo de verse atrapado en las llamas.

Es evidente que Colombia está siendo conducida, sin necesidad y sin obtener ningún beneficio, hacia un abismo que no ha elegido. Mientras Gustavo Francisco Petro Urrego se ve envuelto en discursos enérgicos contra Estados Unidos y se mantiene firme en su apoyo al régimen venezolano, la nación se enfrenta a fuerzas y amenazas que escapan a su control. La protección tácita a grupos guerrilleros vinculados al narcotráfico, la entrega de capital político a un gobierno cuestionado en el ámbito internacional y la ruptura innecesaria con los socios estratégicos de la nación no son decisiones menores: son medidas que comprometen la seguridad, la economía y el futuro del Estado.

Gustavo Francisco Petro Urrego no está generando tensión en el país; está generando una ruptura. Esta acción no constituye una amenaza al orden internacional, sino que, por el contrario, tiene como objetivo aislar a Colombia en un entorno caracterizado por la presencia de intereses criminales y proyectos autoritarios. Su administración, inmersa en una encrucijada entre la improvisación y la ideología, ha transformado la política exterior en un factor de riesgo colectivo. Es preocupante señalar que ya no se trata de meras advertencias, sino de un deterioro palpable y acelerado. Si su presidente persiste en esta dirección, su legado no será el de haber transformado el país, sino el de haberlo expuesto a quienes lo acechan. Al recibir la factura correspondiente, que seguramente se emitirá, no se presentarán discursos, excusas o se identificarán enemigos imaginarios que puedan desviar la responsabilidad de un funcionario que, mientras afirmaba estar construyendo la paz, tomó la controvertida decisión de iniciar un incendio.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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