Idiotizados por la tecnología

Las pantallas no exigen, no estimulan el pensamiento, son entretención y facilitan la zona de confort”.


Nací en la época de la masificación de los computadores y los videojuegos, desde que era muy niño recuerdo que por instinto trataba de jugar Solitario así no entendiera su lógica, ese era uno de los juegos que traía el Windows 95; también abría el Word para escribir, así no supiera redactar, me llamaba la atención que cuando tecleaba, las palabras se resaltaban automáticamente en rojo, con el tiempo entendí que eran palabras sinsentido o llenas de errores ortográficos.

A inicios de los dos mil, conocí las primeras consolas de videojuegos, especialmente me enganchó la PlayStation, ese fue el regalo que le pedía al Niño Jesús cada año y posteriormente a mis padres, nunca lo pude tener; me consolaba cuando con mis papás iba algunos fines de semana a Medellín, a visitar a los abuelos y tíos -nosotros vivíamos y seguimos viviendo en Jericó-, porque sabía que varios de mis primos tenían ese videojuego y que ese fin de semana me permitirían disfrutar. Desde que me despertaba prendía la PlayStation y empezaba a jugar fútbol con mis primos, incluso uno de ellos se aburría de que le ganara tan seguido y me dejaba jugando solo contra la máquina, era tal la obsesión que me quedaba hasta la madrugada. En reuniones familiares, en la casa de los abuelos, nos encerrábamos en una habitación para seguir jugando, los papás se irritaban porque no queríamos compartir ni conversar, simplemente jugar, ellos, con impotencia, nos decían que los ojos se nos iban a volver cuadrados.

No nos provocaba hacer nada más, nos daba mal genio que nos interrumpieran o que nos llamaran la atención, entendí que tal vez esa era la razón por la que mis papás nunca me compraron un videojuego, mi mamá de manera tajante me decía que eso “idiotizaba”, que mejor me pusiera a leer, a estudiar, a ser autodidacta o a jugar con los amigos en la calle. Sentía una frustración que luego trataba de compensar, jugando en el computador así no fuera lo mismo.

Cuento esta historia porque esta semana salió un artículo en la BBC (ver) titulado “Los nativos digitales son los primeros niños con un coeficiente intelectual más bajo que sus padres”, es una entrevista al neurocientífico Michel Desmurget, a propósito de su libro “La fábrica de cretinos digitales”, sustenta que el uso excesivo de la televisión, los celulares y los videojuegos afecta el desarrollo neuronal, entre las consecuencias, de acuerdo con el autor, están la pérdida de la concentración, la memoria y dificultades con el aprendizaje, en especial de los más jóvenes que son los que están en fase de desarrollo. De ahí su tesis. No es descabellada su afirmación, viendo en retrospectiva mi propia experiencia y lo que observo en los niños y jóvenes de ahora. Las pantallas no exigen, no estimulan el pensamiento, son entretención y facilitan la zona de confort. Es fácil pasar horas y horas jugando frente a una pantalla o viendo series porque no es agotador ni exigente. Ante la falta de estimulación el cerebro se adormece.

Es lo contrario a leer, escribir, hacer música, arte o cálculos matemáticos, actividades que invitan a pensar, a crear conocimiento, a reflexionar, donde la frustración y el agotamiento pueden sentirse más pronto que tarde por no encontrar con fluidez las ideas o respuestas. Hay dichos que a pesar de los años siempre están vigentes como el de “todo en exceso es malo” o “todo depende del uso que se le dé”, no es que los videojuegos, televisores o celulares sean malos per se. Está demostrado que la tecnología ha permitido que los seres humanos podamos vivir mucho mejor que siglos atrás. Tener contacto con cualquier persona del mundo en tiempo real con sólo tener internet es asombroso, así como tener información con sólo dar un clic, pero sí me viene impresionando que los niños, siendo tan niños, empiecen a utilizar pantallas, porque no les provoca nada más. Me sorprende más que lo hagan sin la orientación de los padres, que suelen caer en la tentación de darles tablets o celulares “para que no molesten” o por la presión social de que otros niños cuentan con tales aparatos y que “el hijo mío no se puede quedar atrás”.

Como padres tenemos una responsabilidad con la sociedad de formar personas con valores y principios, que le aporten a la humanidad, el ejemplo es fundamental, Einstein decía que “El ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única”, no podemos exigirles a nuestros hijos que no se excedan con las pantallas, cuando nos ven a nosotros haciendo lo mismo y sin prestarles la mínima atención.

José María Dávila Román

Comunicador Social - Periodista de la UPB con Maestría en Gerencia para la Innovación Social y el Desarrollo Local de la Universidad Eafit. Creo que para dejar huella hay que tener pasión por lo que se hace y un propósito claro de por qué y para qué, hacemos lo que hacemos. Mi propósito es hacer historia desde donde esté, para construir un mundo mejor y dejar un legado de esperanza y optimismo para los que vienen detrás. Soy orgullosamente jericoano.

Nota al pie: El columnista tiene o ha tenido vinculación laboral con la minera AngloGold Ashanti. 

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