Ideología del cambio

“La ansiada transformación política, económica y social del colectivo ciudadano, capitalizada por la izquierda latinoamericana, está arrasando con todo. Es evidente que la búsqueda del bienestar colectivo es incompatible con agendas políticas que cercenan las libertades individuales e impiden la capacidad de crear oportunidades”


El concepto de cambio, propugnado por la izquierda progresista colombiana, parece basarse en la premisa de que la ciudadanía debe estar limitada por unos recursos escasos. La atomización de diversos sectores, como la industria, la banca, la salud, las instituciones, la clase política e incluso la prensa, demuestra que el sistema está viciado y necesita reformas. Es imperativo que los colombianos dejen de engañarse con la visión utópica del socialismo y, en su lugar, centren sus esfuerzos en devolver la esperanza y la confianza al país. Esto puede lograrse reconstruyendo a Colombia del desastroso camino por el que la han llevado Gustavo Francisco Petro Urrego y su séquito de aduladores. La convicción de que el acceso a las necesidades fundamentales de la vida está inherentemente limitado a unos pocos elegidos indica que los postulados propugnados por los políticos del Pacto Histórico están precipitando gradualmente un deterioro de las condiciones sociales y económicas.

La ciudadanía exige seguridad, prosperidad, orden y valores, pero no a cualquier precio. Quienes abogan por el progresismo socialista colombiano aún no han demostrado capacidad para ejercer un liderazgo efectivo, coherente y decente. Esto es particularmente evidente en su incapacidad para abordar los problemas más apremiantes de la nación de una manera que priorice el bienestar de todos. Es evidente que el mundo está experimentando una transformación, y todos los observadores son testigos del ascenso de la democracia como el derecho más valioso, el principal medio para salvaguardar una nación del relativismo moral propugnado por la izquierda. Quienes hacen promesas de gratuidad y defienden acciones indefendibles, como las de Fidel Alejandro Castro Ruz y Hugo Rafael Chávez Frías, siguen sus pasos. La destrucción de una nación al amparo de una ideología que promete socialismo e invita a la muerte.

El espectro de la libertad que se cierne sobre el mundo indica que la doctrina de la izquierda es cada vez más irrelevante. Italia, Francia, Alemania, España y Austria en el Viejo Continente, Argentina, Ecuador y El Salvador en América Latina, y lo que se vislumbra para las elecciones presidenciales de Estados Unidos, indican en conjunto una clara tendencia alineada con la derecha, lo que sugiere que cada rincón del planeta está experimentando una transformación. Por esta razón, Colombia no puede conformarse con Gustavo Francisco Petro Urrego y su clara intención de acabar con todo a toda costa. El propio intento de su presidente de llevar al país a la destrucción se percibe como una vuelta al pasado menos progresista. El entorno de zozobra y angustia demuestra que la victoria ética consistirá en que las clases populares reconozcan que el comunismo sólo sirve para dividir a la sociedad entre ricos y pobres, buenos y malos, y para enfrentar a unos grupos contra otros. Ecosistema en donde el comunismo fomenta la cultura de la pereza y rompe con la regla del sistema fiscal.

Es evidente que quienes actualmente celebran que la derecha no gobierne Colombia son conscientes de que la situación se está deteriorando. Falta electricidad, agua, alimentos y empleo, pero gobierna el Sensey de los humanos. A menudo se pasa por alto que la falta de seguridad inhibe la inversión, lo que a su vez impide el crecimiento de las empresas, la innovación, la tecnología, el empleo y el desarrollo. En ausencia de negocios y cadenas productivas, no se generan ingresos fiscales, y sin estos ingresos, el gobierno, los departamentos y los municipios carecen de los fondos necesarios para la ejecución de proyectos de desarrollo, salud, educación, vivienda, agua y saneamiento, carreteras y desarrollo agrícola. La concesión de terreno al ELN, las FARC, los reductos de las AUC y otros grupos ilegales tiene un impacto directo en la economía, obstaculiza el desarrollo, mina la confianza de los inversores, impide el flujo de efectivo, provoca la quiebra de empresas, dispara el desempleo y mina el bienestar. Se trata de un proceso circular.

La situación actual de Colombia, caracterizada por el aumento de robos, extorsiones, reclutamiento forzado de menores, secuestros y luchas entre ilegales por rentas, entre otros, indica que la espiral social requiere un liderazgo urgente. Un compromiso político que, desde el punto de vista técnico, apunte a mejorar la seguridad, reformar la justicia, racionalizar la asignación de recursos y evitar compromisos políticos que puedan comprometer las intenciones de un gobierno. Colombia requiere un principio rector que, sin la influencia de egos grandilocuentes, con el apoyo del constituyente primario, las fuerzas del orden y el empresariado, conduzca a una reconstrucción de la dignidad, la esperanza y la confianza que, por ahora, parecen inalcanzables. Salir de las catastróficas consecuencias de una equivocada decisión tomada ante un líder que se hizo con el control incitando al malestar e infundiendo una sensación de pesimismo, similar a la vivida por los cubanos que abandonaron la isla de la felicidad sobre neumáticos, o los venezolanos que atravesaron el Tapón del Darién con su desoladora realidad.

El deber de los políticos es servir a los ciudadanos, que les proporcionan sus impuestos y, con sus votos en las urnas, les crean oportunidades de empleo. Son servidores públicos que se apropian de recursos ajenos y desde la izquierda, con su ideología, son responsables de la perpetración de atropellos y de la destrucción del país. Es hora de analizar otras oposiciones políticas que han tenido éxito en el mundo, sin necesidad de dar golpes de estado, con el propósito real de atender los problemas de la nación y de cara al pueblo. Es imperativo que Colombia priorice el empoderamiento de sus regiones, con un enfoque particular en el manejo efectivo de sus recursos y la erradicación de la corrupción. La población vive actualmente un estado de desilusión, con muchas promesas hechas que no se han cumplido. Se ha perdido la confianza en los gobernantes, que parecen indiferentes a la multitud de problemas sociales que afectan a la colectividad. Para protegerse del caos, se tiende a priorizar los intereses individuales sobre los colectivos. Colombia está sometida a una prueba en la que tuvo que llegar a un nadir para valorar lo útil.

Es imperativo que se tomen sin demora todas las medidas necesarias si se quiere ofrecer esperanza al pueblo colombiano y asegurar que el futuro del país siga siendo brillante. Colombia es un ejemplo de ello. Está afligida por una ideología radical que excluye a quienes no están de acuerdo con el régimen que gana las elecciones a pesar de una plétora de decisiones equivocadas para administrar la nación. Además, existe una arrogancia desenfrenada que no acepta los errores, lo que ha hecho que el país pierda el rumbo. La nación requiere una visión política integral que llegue efectivamente a los ciudadanos y les asegure que son conscientes de sus derechos y obligaciones. Actualmente, Colombia carece de una figura política dominante. Los precandidatos a las elecciones de 2026 aún no han captado el mensaje subyacente, ya que los aspirantes de la izquierda se refieren principalmente a Álvaro Uribe Vélez y los postulantes de la derecha se centran en Gustavo Francisco Petro Urrego.

Colombia se ha dado cuenta de que el concepto de relativismo moral es insostenible. Para lograr una sociedad justa y equitativa es necesario reconocer que un estado de bienestar no puede sostenerse sin el compromiso con el trabajo y la voluntad de contribuir al bien común. La destrucción de los valores democráticos y la aniquilación de un sistema social no son los medios para crear una sociedad justa y equitativa. El culto a la pereza es lo único que permite a la extrema izquierda manipular la realidad. Es importante recordar las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, en la que los gobiernos socialistas levantaron barreras para impedir la salida de sus ciudadanos. Los que intentaban marcharse eran a menudo asesinados. La doctrina del socialismo no surgió de la población en general, sino que fue producto de un sector que se creía intelectual, y que se arrogó la autoridad de dictar una visión utópica de la mejora de la sociedad. La ideología del progresismo es una noción equivocada y mal concebida que se disfraza de intelectualismo. Sus defensores se alinean a una retórica que es, al menos en apariencia, romántica e idealista, pero en la práctica un completo fraude.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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