Desde mi retiro del Ejército por voluntad propia en diciembre de 2013, he escrito más de 400 columnas de opinión y análisis, la gran mayoría publicadas en medios de comunicación digitales. Este trabajo, sin ningún tipo de pago o estipendio, me ha asegurado independencia de ideas, madurez política y libertad de pensamiento, además de enconados contradictores y una que otra amenaza.
Ha sido una década de crecimiento personal y profesional, tiempo en el que creo que he madurado el zoon politikón que hay en mí, y que Aristóteles y Platón atribuyeron a todo ser humano. Este tiempo, además, me ha permitido mirar en retrospectiva y ha afianzado la quintaesencia de aquellos principios y valores que adquirí en mi hogar, en el colegio, en la universidad y en mi experiencia laboral de más de 30 años en los sectores público y privado.
Un prestigioso colega –a quien admiro por su larga trayectoria y que actualmente funge como editor de una reconocida revista de opinión– dice a modo de consejo y mofa: “Espejo debería quitarse el uniforme cuando escribe”. A él y a muchos otros les respondo siempre lo mismo: es un presupuesto bien difícil de llevar a la praxis. Intentar negar que mi paso de 23 años por el Ejército dejó huella honda en mi ser y en lo que soy, sería tan estúpido como pretender tapar el sol con un dedo.
Con todo, en este tiempo como columnista de opinión, jamás había sentido la mordaza de la censura dada mi condición de militar retirado hasta hace tres semanas. Ni siquiera experimenté tal sensación cuando, en diciembre de 2021, más de 400 colectivos, nodos y organizaciones de “derechos humanos” suscribieron una carta pidiendo a la dirección de El Espectador la suspensión de mi espacio en línea en el Portal Colombia +20, luego de que publicara varios trabajos críticos sobre el desempeño de Francisco de Roux y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV).
Al intentar colgar en La Silla Vacía un escrito coyuntural relacionado con el deterioro de la seguridad pública del país, noté con extrañeza que mis credenciales de publicación habían sido revocadas. Supuse que se trataba de un error en el sistema, por lo que tomé contacto vía correo electrónico y WhatsApp con la nueva editora de la Red de la Paz, sección del portal en la que se publicaban algunos de mis escritos desde mediados de 2017, aclarando que fue por invitación del medio mismo y que jamás recibí paga alguna por tal colaboración.
La respuesta que recibí me dejó entre perplejo e incómodo. “[…] por cuestiones de sostenibilidad financiera y capacidad de manejo del sitio, nos vimos forzados a disminuir el número de columnistas y de columnas que recibimos y publicamos en el espacio, pues ha sido cada vez más difícil conseguir alianzas que nos permitan mantener el espacio (SIC)”, me respondió ella en un escueto mensaje de WhatsApp.
Quizá ella no sabe que, además de militar veterano, soy periodista titulado de la Universidad Central (1990) y que precisamente ingresé al Ejército para ejercer esta profesión, previos pinitos en la sección judicial de El Tiempo, en Radio Deportes de Caracol Radio y en otros mass media. Tampoco debe saber que fungí como director de comunicaciones estratégicas del Comando General de las Fuerzas Militares, labor que me permitió conocer y gestionar todo el espectro de posibilidades que ofrece la comunicación de masas.
Y no, no saco a relucir mis escasos pergaminos al mejor estilo criollo del “usted no sabe quién soy yo”. No. Hago esto para que el lector entienda que conozco la dinámica editorial de un portal o sitio web periodístico. De ahí que la respuesta que recibí de esta editora, según mi criterio y experiencia profesional, carece de fundamentos de peso y me lleva a pensar que la decisión editorial bien podría estar relacionada con el tono ácido e incómodo de mi prosa.
De hecho, de los cinco medios de comunicación digitales en los que he escrito, del único que alguna vez he recibido llamadas y mensajes solicitando el cambio de un título, una entrada o un párrafo, o bien matizar una expresión o una palabra, fue de La Silla Vacía. Jamás me negué a hacerlo en mi férrea convicción de que las verdades absolutas no existen (incluidas mis verdades) y que mi opinión es solo eso, una más de las que afloran en un país polarizado y dividido por las ideas. Es más, permití que una de mis columnas más taquilleras (unas 70 mil vistas) fuera modificada en su esencia después de estar al aire por 72 horas.
En consecuencia, me inclino a creer que Juanita León, fundadora, directora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía, y Daniel Pacheco, su editor general, no tuvieron nada que ver con la decisión de retirar mi voz del portal y que esta medida la tomó de manera autónoma y unilateral mi imberbe editora. A modo de anécdota, me permito comentar que con Juanita recientemente hablé por teléfono, y con Daniel me distingo desde que él presentaba y dirigía el programa de opinión y debate Zona Franca del canal de televisión Red+ Noticias.
“Las cosas se deshacen de la misma forma como se hacen” repite con sabiduría mi amiga Fenita Romero. Esta máxima que ha hecho carrera en el Derecho es aplicable en casos como el que expongo en este escrito. Así como fui contactado por un editor de La Silla Vacía en 2017 para que publicara en el portal, debí recibir una comunicación oficial en la que me informaran que ya no iba más. La libertad de prensa consagrada en nuestra Constitución no obliga a los medios de comunicación a publicar escritos que no van con su línea editorial o su pensamiento de país, por lo que una comunicación signada bajo tales premisas hubiera tenido más sentido para mí.
Al final del día y con relación a este episodio, solo me resta decir que nunca me retractaré por las opiniones, las ideas y las denuncias que he hecho y haré a través de mis columnas, eso sí, ofreciéndole excusas a mis detractores por ser un acérrimo defensor de la democracia, el Estado de Derecho, la separación de poderes, la vigencia del imperio de la ley y la institucionalidad, y exigir que en Colombia se respete la autoridad y se aplique el peso de la justicia a los delincuentes de todos los pelambres.
Notas:
- SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA: Esquivel y Suárez de Urbina, A. M. (1846). Los poetas contemporáneos: Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor [Óleo sobre lienzo]. Museo Nacional del Prado, Madrid España. https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/los-poetas-contemporaneos-una-lectura-de-zorrilla/3a2f6b1a-9d87-4f5b-855b-3c84981a98e6.
- Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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