“Los empleos que primero desaparecerán, como sucedió en la Revolución Industrial del siglo XVIII, son aquellos relacionados con actividades repetitivas y que a la vez requieren alto esfuerzo físico como el de los trabajadores de los peajes”.
Hace días escribí una columna donde contaba una visión optimista del mundo, identificado con planteamientos del psicólogo canadiense Steven Pinker que plantea que los humanos de hoy gozamos de mejores condiciones que nuestros antepasados: mejor salud y mayor expectativa de vida; más acceso a la educación y a nuevas tecnologías; facilidades de transporte y comunicación.
Sin embargo, desde la irrupción del internet y el rápido desarrollo de la inteligencia artificial, un nuevo reto -y por qué no, paradoja- se nos está planteando.
Esta semana, Fedesarrollo publicó un documento diciendo que “Seis de cada diez empleos en Colombia están en riesgo de automatización” (ver), lo que, en otras palabras, se traduce en empleos que desaparecerán por cuenta de las máquinas, robots, chatbots, que, además, ya funcionan en varias industrias.
Los empleos que primero desaparecerán, como sucedió en la Revolución Industrial del siglo XVIII, son aquellos relacionados con actividades repetitivas y que a la vez requieren alto esfuerzo físico como el de los trabajadores de los peajes que hacen siempre la misma tarea para dejar pasar los carros. En países como Estados Unidos, el pago de peajes ya está automatizado pegando un chip al carro que se vincula con la tarjeta de crédito o cuenta de ahorros para que se debite automáticamente el pago y no tener que hacer cola para pasar. Colombia ya transita ese camino y buena parte de los peajes se pueden pagar con esta tecnología.
Los otros empleos en riesgo de los que habla Fedesarrollo son los de “la industria manufacturera, la limpieza, la agricultura, los servicios de comida rápida, el telemarketing, así como asistentes administrativos, contables y trabajadores de seguros” porque ya existe tecnología que permite desempeñar esas funciones y muchas de ellas mejor que los humanos. La tecnología trabaja 24/7, no necesita vacaciones ni fines de semana libres. Para solicitar un certificado bancario no requerimos llamar a una persona del banco sino hacer la solicitud con un chatbot; las empresas ya no requieren contratar a una persona para responder preguntas o solicitudes de sus clientes, estas se pueden parametrizar con base en las preguntas más repetidas y con base en esto automatizar las respuestas. Los call centers ya usan voces artificiales que según el algoritmo puede atraer al cliente para así dar el primer paso para cerrar una venta.
Documentos legales, cartas, guiones de video, noticias, documentos técnicos, entre otros, pueden ser escritos rápidamente por Chat GPT dándole unos simples datos de contexto.
La paradoja de la que hablaba al inicio es la que plantea Yuval Noah Harari en su texto 21 lecciones para el siglo XXI: si las revoluciones obreras y sindicales surgieron como protesta contra la explotación laboral, la próxima manifestación de los humanos será contra la irrelevancia, que se traduce en protestar porque no somos requeridos en los trabajos del presente y menos del futuro.
Harari también sustenta, con razón, que lo que le permitió al humano ser la especie dominante del planeta, fue la combinación entre las habilidades físicas y cognitivas, que ninguna otra especie logró; hasta que inventamos a la inteligencia artificial, un ser inorgánico que combina fuerza e inteligencia, como nosotros, pero de manera más eficiente.
Fedesarrollo y Harari plantean que una de las soluciones para este nuevo contexto es reentrenar a las personas que desempeñan oficios que serán reemplazados por las máquinas para que se trasladen a sectores con alta demanda como programación y análisis de datos y a otros que aún no están siendo afectados por las máquinas, pero que pronto lo serán como los relacionados con habilidades creativas y sociales.
En ese sentido, debe haber ajustes en la educación para que implemente estos temas y los niños y jóvenes se familiaricen rápidamente con estos conceptos. Si antes había colegios que formaban a sus estudiantes en agropecuaria, electrónica, manufactura, ahora debe ser en inteligencia artificial y todo lo que esto comprende. Asimismo, las carreas profesionales deben ser más cortas.
Debemos estar preparados para estudiar permanentemente y para cambiar de oficio recurrentemente. El mundo de hoy no es el de nuestros padres que con sólo una carrera y tal vez, un postgrado, bastaba para desempeñarse en una empresa toda la vida y haciendo lo mismo.
La competencia que tenemos por delante no es sólo contra nuestra misma especie sino contra las máquinas.
Un riesgo final que se avecina, en la visión de Harari, es la gran desigualdad que se puede generar entre las grandes empresas tecnológicas que manejan los datos, y los humanos corrientes que apenas aprenden a adaptarse a nuevos oficios. Una posible solución que plantea el autor es implementar en todo el planeta sin distinción, la Renta Básica Universal que garantice la calidad de vida mínima de todos los habitantes y que, con esta, muchos humanos puedan decidir dejar de competir contra la irrelevancia y se puedan dedicar a sus intereses personales, como lo hace Israel con varios judíos ultraortodoxos.
Sí, vivimos en un mundo mejor que el de nuestros ancestros, pero debe haber un gran acuerdo para que la transición hacia una nueva era dominada por lo artificial sea inclusiva con lo humanos y no perdamos el interés de vivir por sentirnos irrelevantes.
Todas las columnas del autor en este enlace: José María Dávila Román
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