EL HISTÓRICO FRACASO DE LAS IZQUIERDAS
Es una fórmula que debe trascender el anquilosado maniqueísmo de izquierdas y derechas. Perfectamente subsumible bajo una nueva categorización sociopolítica: el liberalismo social. Que superando las viejas ventanas del entendimiento pueda suscitar el apoyo de ciudadanos enamorados de la libertad provenientes de todos los sectores. Orientado al futuro, deslastrado del pasado. En principio, un Partido Por la Democracia. Un Partido por la Libertad.
¿Será posible? Si no lo fuera, preparémonos para el próximo ciclo de crisis. Podría llegar mucho antes de los imaginado.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A Antonio Ledezma
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La caída de Cristina Kirchner, arrastrando al populismo peronista afincado desde hace más de ochenta años sobre el expoliado cuerpo de la nación argentina, ha marcado un giro copernicano en la historia contemporánea de América Latina. Ha señalado, por una parte, la crisis agónica de los embates exitosos del neo populismo puesto en acción por la yunta Lula Castro desde los años noventa, a través de esa auténtica cuarta internacional del socialismo marxista en la región que ha sido el llamado Foro de Sao Paulo. Y con la victoria de Mauricio Macri ha venido a marcar, por la otra, la única alternativa posible al desalojo del populismo estatólatra y socializante: el desarrollo de un proyecto político liberal democrático. Afincado en el emprendimiento, el desarrollo de la autonomía de la iniciativas privada frente al autoritario predominio del Estado y la independencia y fortalecimiento institucional, en gran parte sustentado en la civilidad y el respeto irrestricto a la autonomía de los poderes y la absoluta abstinencia política y estricta profesionalidad de las Fuerzas Armadas.
Es, si se quiere, el proyecto antagónico al del sociólogo argentino Norberto Ceresole, que animara el montaje de la llamada “revolución bolivariana”, comprada por el teniente coronel Hugo Chávez recién conquistada la presidencia de la República como eje estratégico de acción para iniciar el desquiciamiento del estado de derecho en Venezuela, originariamente liberal democrático, a través de la troika pueblo, caudillo y fuerzas armadas. El de Ceresole suponía desencajar a las fuerzas armadas de su rol garante del Estado de Derecho – fracturando así el sistema de dominación imperante en su columna vertebral – politizándolas y convirtiéndolas en el partido político hegemónico de la revolución, minimizar, si no anular del todo la acción civil opositora de los partidos, activar a las masas de respaldo del proceso y casarlas en un compromiso de vida o muerte con el líder de la revolución, convertido en caudillo todo poderoso, e iniciar un proyecto autocrático de corte nacional socialista, ajeno a toda veleidad con el castrismo y orientado, en política internacional, hacia los países árabes. Un renacimiento del peronismo, a cuarenta años de su muerte.
Su anticomunismo fue motivo esencial para que las fuerzas castristas anidadas en el proceso bolivariano lo expulsaran de Venezuela. El canciller era entonces José Vicente Rangel, un político marxista de viejo cuño. Se mantendrían sus consideraciones estratégicas de naturaleza fascista pero subordinadas a una entrega del proceso, en cuerpo y alma, a la tuición de Fidel Castro. De esa mezcla de castrismo y ceresolismo, adobado con la resurrección de la figura y el ejemplo continental de Simón Bolívar y su Gran Colombia, nacería la ideología neo fascista que animaría al Foro de Sao Paulo llevándolo a conquistar la región, financiada su política injerencista por la renta petrolera venezolana permitida por los altos precios del petróleo y puesta a disposición del régimen cubano y el expansionismo forista `por el gobierno de Hugo Chávez.
Adecuada a las condiciones específicas de cada nación latinoamericana, ese proyecto expansionista logró, en dos décadas, conquistar la simpatía de los electores y hacerse con el control de las dos potencias suramericanas – Argentina y Brasil – de los principales países del Pacífico – de Venezuela, madre del proceso, a Ecuador, y Bolivia -, y sumando a Uruguay, Paraguay, Chile y Centroamérica, hacerse con el dominio de UNASUR, MERCOSUR, el ALBA y la joya de la corona, la OEA, puesta en manos del socialista chileno José Miguel Insulza. No se trató entonces de que Cuba volviera a la OEA, para los Castro un instrumento obsoleto, inútil y desprestigiado: se trató de que la OEA siguiera mansamente a los hermanos Castro. Esa, no otra, fue la misión de José Miguel Insulza.
En franco y llamativo contraste, no hubo, en todos estos años, ninguna política regional que tuviera ni la capacidad, ni la fuerza, ni siquiera la idea de hacerle contrapeso a esta práctica conquista de la región por el neo castrismo. Los Estados Unidos, absortos en la guerra contra el terrorismo islámico y carentes de una auténtica estrategia continental para América Latina o bien borraron del GPS del Departamento de Estado, la existencia de la región, como fuera el caso durante el gobierno republicano de George Bush, o buscaron bajo el gobierno del demócrata Barak Obama y la secretaría de Estado en manos de Hillary Clinton aliarse al eje Lula-Kirchner, renunciando a toda participación activa a favor de las aspiraciones liberal democráticas de su “patio trasero”, incluso en los foros internacionales, como la OEA, abandonando a su suerte a todos los países foristas, particularmente a Venezuela, sometida a un invasivo proceso dictatorial, para buscar, en cambio, la reconciliación con el régimen castrista. En esa política de abandono de toda responsabilidad por la reconquista de la estabilidad democrática continental y el freno al castrocomunismo de nuevo cuño, terminaría encontrando el respaldo del Vaticano en la figura de su nuevo papa, el argentino Jorge Bergoglio. La suerte de América Latina entregada a la voracidad del castrocomunismo y sus aliados parecía definitivamente sellada.
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Es esa situación de absoluto deterioro de las condiciones liberal democráticas de la región la que se ha visto súbita y sorprendentemente cuestionada por la profunda crisis de todo orden, pero particularmente política y de credibilidad que ha comenzado a sufrir el populismo neo castrista latinoamericano. Es la debacle de la izquierda socialista latinoamericana y de todos sus gobiernos. Que ha afectado a todos los países foristas, comenzando por la trágica situación de deterioro y crisis humanitaria que sufre Venezuela, hoy al borde de un sangriento y explosivo estallido social, hasta la caída reciente de Cristina Kirchner y Dilma Rousseff. Derrotada electoralmente la primera, y separada de su cargo por el Congreso brasileño, la segunda. Crisis que también se expresa en el fin de los períodos de dominio del indigenista Evo Morales y del ecuatoriano Rafael Correa. Incluso de la socialista chilena Michelle Bachelet, acosada por la crisis de su gobierno y el desprestigio de su autoritas ante los casos de corrupción, ya emblemáticos en los gobiernos de la izquierda socialista latinoamericana.
Es, como lo hemos venido afirmando desde hace algún tiempo, el fin del ciclo abierto con el golpe de Estado de los comandantes venezolanos el 4 de febrero de 1992, la conquista del gobierno por Hugo Chávez en diciembre de 1998 y el ascenso al Poder de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Michelle Bachelet y otros miembros del Foro de Sao Paulo. A punto estuvieron de caer en manos del Foro el Perú, Colombia y México.
La inesperada derrota del candidato del kirchnerismo a manos de Mauricio Macri, la derrota de Dilma Rousseff, desalojada de su cargo por 180 días para proceder a su enjuiciamiento político, que seguramente culminara en la sentencia de culpabilidad y la culminación de su período de gobierno por su vicepresidente, el presidente interino Temer, en Brasil, la disputa por la presidencia del Perú en las figuras de dos políticos de centro derecha y la desesperada situación en que se encuentra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela indican que en este nuevo ciclo político las tendencias marcan un giro hacia el centro y la derecha del espectro político. O, si se quiere, en la derrota final del agónico gobierno cubano y el derrumbe del Foro de Sao Paulo. La izquierda ha culminado su último embate en el absoluto descrédito y su recomposición dependerá más de la incapacidad de las nuevas fuerzas dominantes por consolidar un proyecto multinacional y estratégico liberal capitalista y democrático de largo plazo y gran alcance, que de su propia capacidad regenerativa.
Este último ciclo ha durado, grosso modo, un cuarto de siglo. Logró imponerse sobre la insatisfacción y veleidad de las masas populares, la fragilidad de las instituciones democráticas, la decadencia de las élites y un arraigado populismo socializante, estatólatra y clientelar, favorecido por los altos precios de las materias primas. En Venezuela logró desencajar la institucionalidad democrática y quebrantar la esencia del entendimiento de las élites, pervertir y corromper de raíz sus fuerzas armadas, violar todo el andamiaje jurídico y judicial, desatar un virulento odio social y dejar a la sociedad postrada al borde de una crisis humanitaria. Siendo el último bastión de la tiranía cubana y un elemento clave de su sobrevivencia material, es perfectamente imaginable la tragedia que arrastrarán sus ciudadanos más conscientes hasta poder sacudirse el yugo de la satrapía y sumarse a las tendencia regionales imperantes. Más que sacudirse de un mal gobierno y conquistar uno de nuevo signo, más auspicioso, deberá desalojar al viejo régimen dictatorial y reconquistar su perdida libertad e independencia.
No soy optimista en cuanto a la conformación de una contrapropuesta regional a la marxista que nos ha asfixiado durante estos últimos veinte años desde La Habana y el Foro de Sao Paulo. Una contrapropuesta estratégica que coadyuve a la emergencia de un nuevo liderazgo y pretenda el desiderátum: erradicar la maleza del populismo de todo signo para enamorar a nuestras sociedades con un liberalismo democrático y emancipador, capaz de garantizar estabilidad política y fortalecimiento estructural al mismo tiempo que modernizar nuestras anquilosadas instituciones y desatar las fuerzas de la prosperidad y el progreso.
Es una fórmula que debe trascender el anquilosado maniqueísmo de izquierdas y derechas. Perfectamente subsumible bajo una nueva categorización sociopolítica: el liberalismo social. Que superando las viejas ventanas del entendimiento pueda suscitar el apoyo de ciudadanos enamorados del futuro provenientes de todos los sectores. Orientado al futuro, deslastrado del pasado. En principio, un Partido Por la Democracia. Un Partido por la Libertad.
¿Será posible? Si no lo fuera, preparémonos para el próximo ciclo de crisis. Podría llegar mucho antes de los imaginado.
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