“Otra consecuencia de este cambio de paradigma, y es la que me interesa más acá, fue la constatación de la necesidad de una superación de la subordinación a la que tradicionalmente se sometió al espacio frente a la historia y un entendimiento de que ambos constituyen, en igual medida, la realidad social en la que nos relacionamos”
A nadie sorprenderá hoy en día la afirmación de que el espacio no es un mero telón de fondo donde se suceden los acontecimientos, sino que se involucra de manera activa en la producción de estos. Esta ausencia de sorpresa tiene que ver con una relativamente reciente transformación en los currículos universitarios del área de las ciencias sociales, donde comenzaron a incorporarse otras formas de aproximarse al espacio como las geografías humanas y las críticas, las cuales nacen a partir del cambio de paradigma ocurrido en la geografía y las ciencias sociales durante el periodo de posguerras, encaminado a entender el espacio como un producto de las relaciones sociales (Werlen, 2022) y, por tanto, a problematizar conceptos y herramientas que anteriormente parecían dotadas de legitimidad como la cartografía o la concepción administrativa del territorio.
Otra consecuencia de este cambio de paradigma, y es la que me interesa más acá, fue la constatación de la necesidad de una superación de la subordinación a la que tradicionalmente se sometió al espacio frente a la historia y un entendimiento de que ambos constituyen, en igual medida, la realidad social en la que nos relacionamos. Vale la pena detenernos un momento sobre este punto.
La idea del tiempo como régimen de comprensión y movilización del mundo toma su sustento, en gran medida, de la idea hegeliana de que este se encuentra depositado en el espíritu y le conduce hacia el fin de la historia; mientras que el espacio cumple, en este proceso, un rol secundario, accesorio, y, sobre todo, externo (Pardo, 1992). No obstante, con la irrupción del materialismo, aunque se mantuvo una mirada teleológica de la historia, apareció una importante preocupación por las particularidades espaciales y la forma en que estas producen diferentes tipos de sociedades. Esto ocasionó que, con el paso de los años, la balanza comenzara a equilibrarse hasta llegar a un reconocimiento del tiempo y el espacio como dos sistemas de ordenamiento que se producen a través de un conjunto de prácticas y actividades sociales y que se constituyen mutuamente de la mano de las sociedades (Harvey, 2018).
Esto en la teoría. Sin embargo, vale la pena detenerse también en las precisiones metodológicas respecto a cómo vincular tiempo y espacio sin que exista una prevalencia entre ninguno de los dos elementos. El primer asunto por considerar tiene que ver con la forma de aproximarse al archivo, elemento central en el trabajo del historiador. Más allá de las usuales recomendaciones que desde la historia se hacen para este acercamiento, muchas de ellas basadas en el rigor y el contraste de fuentes, considero pertinente aplicar el método que Hernández (2021, 96) denomina “etnografía del archivo” y que define como la posibilidad de “preguntarnos por su tránsito [de los archivos], es decir, por los circuitos de producción, circulación y de apropiación de este objeto”. Así, este ejercicio puede leerse como una forma de espacializar el contenido del documento, buscando reconstruir no solamente los cambios y permanencias que se hallan inscritos en él, sino también las múltiples reconfiguraciones que se producen en el espacio durante esas transformaciones, así como los significados otorgados por la sociedad a estos procesos.
La segunda consideración tiene que ver con una problematización constante de la cronología de la cual se parte para la investigación. Y es que, si bien toda investigación histórica debe partir de un primer acercamiento a los hitos más determinantes para el lugar de interés, es importante también reconocer que dicha aproximación constituye solo una mirada ―externa y academicista― de las circunstancias. Por tanto, y siguiendo a Montoya (2018, 165), considero pertinente generar momentos de interacción conceptual con las comunidades con quienes se construye la investigación, promoviendo así “espacios adecuados para que los lenguajes y categorías de interpretación, propias de los técnicos y de las comunidades, puedan acercarse, reconociendo su historicidad y el sentido específico que tienen conceptos que, a priori, podrían ser considerados como homologables”. Es decir, que las categorías, temporalidades y herramientas de este ejercicio investigativo estarán sujetas a modificaciones a partir de las geografías del conocimiento que emerjan durante el diálogo con las comunidades.
Finalmente, el tercer elemento que considero importante vincular tiene que ver con el entendimiento del cuerpo como un agente que es producido por el espacio, pero que, paralelamente, tiene la capacidad de producir espacialidades. Es decir, se trata de hacer consciente que nuestro cuerpo carga con todos los elementos que constituyen los espacios en los que nos desenvolvemos y que, por ende, al entrar en contacto con otros cuerpos, podemos generar un conflicto epistémico e, incluso, llegar a imponer ciertas lógicas o sentidos. Así, señalar la inexistencia de categorías o elementos objetivos o apolíticos se convierte en un deber ético y metodológico, en tanto se reconoce que la representación de estos es una construcción que se hace desde el poder (Guzmán, 2019, 6). De esta manera, es importante reconocer que las categorías de análisis se deben construir a través del diálogo y el reconocimiento de que un cuerpo que no se descoloniza, acabará colonizando otros cuerpos.
Para terminar, notará el lector que he dejado por fuera la importante relación entre el historiador y algunas formas de representación del espacio como los mapas y los planos. Sin embargo, considero que este punto en particular requiere de una mayor profundización, por lo cual espero poder dedicarle una columna entera a este tema en un futuro no muy lejano.
Todas las columnas del autor en este enlace: Jorge Andrés Aristizábal Gómez
Referencias
Guzmán, A. (2019). Descolonizar la memoria, descolonizar los feminismos. La Paz – Bolivia. Editorial: Tarpuna Muya Feminismo Comunitario Antipatriarcal, Qullasuyu Marka.
Hernández, E. (2021). Los “cuerpos” del delito. Etnografía los expedientes judiciales: una herramienta para la historia. En: Natalia Quiceno Toro y Jonathan Echeverri Zuluaga (Eds.). Etnografía y Espacio. Tránsitos conceptuales y desafíos del hacer (pp. 91-116). Medellín: Universidad de Antioquia.
Montoya, V. (2018). Cartografías y diversidad epistémica en la producción de conocimiento. En: María Luisa Eschenhagen, Gabriel Vélez Cuartas, Carlos Maldonado, Germán Guerrero Pino (Eds.) Construcción de problemas de investigación: diálogos entre el interior y el exterior. Medellín: Universidad de Antioquia – Universidad Pontificia Bolivariana.
Pardo, J. (1992). Las formas de la exterioridad. Valencia: PRE-TEXTOS
Werlen, B. (2022). La construcción de las realidades geográficas: Una geografía de la acción. Editorial Universitaria
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