Heidegger y el “giro teológico” en la filosofía

Martin Heidegger nos habló a lo largo de su obra acerca del ser cuyo olvido es dado en la técnica, por lo cual la necesidad de su re-apropiación se torna vital para superar los tiempos que corren y construir una nueva idea del hombre y de la historia.

Sin embargo, la “búsqueda de este recuerdo” nos enfrenta con otro desafío, me refiero al problema de su implementación política. ¿Es posible que en su momento Heidegger encontrara dicha respuesta en el nacional socialismo?

Es claro que el nazismo no resultó ser lo que el filósofo de la Selva Negra esperaba. Un fracaso de tal envergadura precipitó su “Kehre” —o viraje en su pensamiento—, comprendiendo entonces que el retorno al ser debía darse ahora a través del arte, del lenguaje y de la mística. De allí que pueda hablarse de un “giro teológico” dentro de su edificio teórico.

Este término fue acuñado por Dominique Janicaud en 1990 para designar a una nueva corriente contemporánea que, junto a pensadores como Gabriel Marcel, Emmanuel Levinas, Jean-Luc Marión, Michel Henry y Jean-Louis Chrétien entre otros, meditaron sobre el “recuerdo del ser” a través de la espiritualidad y no de proyectos políticos míticos e inviables. Razón por la cual fueron centro de duras críticas por parte de los sectores más radicalizados, como por ejemplo las ideologías marxistas hoy en franca decadencia.

No obstante esto, todavía queda un hecho oscuro por dilucidar. Como no podía ser de otra manera Heidegger comienza su itinerario filosófico con una “cosmogonía”. En el origen era el ser. Solo los primeros hombres tenían su apropiación: los griegos; pero esto se fue perdiendo a lo largo de la historia del pensamiento de Occidente. A propósito de lo antedicho los mitos del Génesis nos narran lo mismo. En el principio “era Dios” y de su “Logos” deviene el cosmos donde su creación perfecta “cae” en el olvido de su creador.

En la estructura soteriológica occidental era necesaria una redención: “el acontecimiento de Cristo” proveyó la vía del perdón y de la reconciliación con Dios a través de un sacrificio que hiciera posible la recuperación de los tiempos perdidos. Para el joven Heidegger, al igual que para la Escuela tradicionalista, esto fue entendido como un “retorno a lo sagrado”, lo que implicaba bajo un espectro político la propuesta de volver a una sociedad superior aria.

¿Pero cómo redimir al ser perdido? ¿Será a través del sacrificio de los entes en cuanto tales? ¿Será una justificación entre velos del Holocausto? Para tal apropiación ¿la matanza de millones de personas sería inevitable para la salvación del mundo? Un Gólgota colectivo, ¿solo para resucitar al ser?

Auschwitz, según algunos intelectuales de la Escuela de Fráncfort, fue el símbolo del fracaso anunciado de la razón pura; y, diría más, Hiroshima y Nagasaki fue la exacerbación más siniestra y acabada de la técnica moderna cuya carrera bélica y espacial estiró a una modernidad en fase terminal hasta el desmembramiento de la Unión Soviética.

En la década del sesenta y setenta, ante la crisis del bloque comunista, una parte importante de la filosofía quiso salir de Karl Marx (esto propició como consecuencia colateral el olvido de Jean-Paul Sartre) y dejar atrás lo que quedaba en pie de dicha modernidad. Heidegger suministró esa posibilidad.

Michel Foucault en su libro “Las palabras y las cosas” publicado en 1966, al estilo nietzscheano “mata al sujeto” y lo de-construye. Ahora el “cogito” cartesiano pasa a ser un “objeto de saber”; y la fenomenología en su análisis descriptivo dio su propio giro hacia un nuevo horizonte: a la estructura por un lado y la religión por otro (No olvidemos la importancia de la obra de Claude Lévi-Strauss y “El pensamiento salvaje”).

La escuela teológica y fenomenológica será vital para poder asumir el presente milenio. Es decir, constituir la esperanza de resucitar a un sujeto nuevo (no en el sentido cartesiano, sino en cuanto “ser en el mundo para su cuidado”), además de una filosofía renovada que haga posible tal superficie (“otro pensar”), y por supuesto, una dinámica de la historia cuya apertura posibilite rescatar lo que queda de lo ilustrado bajo una dimensión ética, al margen de las escuelas tradicionalistas y neoesotéricas que, en su momento, apoyaron el surgimiento de los fascismos.

Observar al hombre a través de lo teológico proveía un aporte no menor a la necesidad de salir del sujeto y del paradigma moderno a través del “Dasein”. La religión es expresada por medio de la trascendencia del sujeto en función de un Ser Supremo que en este caso es Dios. Y cuando logra esta “unio mystica” en realidad el ente “se re-apropia del ser”.

Ante dicho acontecer retorna al “ser perdido” en los orígenes míticos del pensamiento. Y si hay ser (como nuevo “Dasein” existente) hay historia, en el sentido que se superarían aquellos mecanismos de control biopolíticos que arruinaron al siglo XX y se abriría un nuevo trasfondo social para el futuro. Es un ideal; claro está. Pero es curioso que las filosofías que se utilizaron para salir de la modernidad al desestructurar al sujeto cartesiano sean las mismas que proporcionen la esperanza para revivirlas desde otro lugar.

¿Estaría en la búsqueda de la “vivencia mística colectiva” de las épocas la posible luz al final del camino? En esto hay que tener mucha cautela. Una cosa es un “giro teológico” teórico que piense una nueva ética, y otra cosa muy distinta es la praxis política: no olvidemos que cuando se buscó la totalidad espiritual en la historia solo presenciamos el surgimiento de los totalitarismos. En esto creo que la Escuela tradicionalista que avaló a las dictaduras debe realizar una sincera autocrítica.

La historia, la filosofía y el sujeto han muerto. A partir de esa premisa podemos establecer que estamos en una “modernidad fantasma”, viviendo sobre los restos mortuorios de una etapa cadavérica cuyo duelo no alcanza para reencauzar la época venidera. Sin embargo, la posible salida hipotética está. El “giro teológico” a mi entender tiene mucho que aportar y todavía no ha pronunciado su sentencia final. Ahora ¿existirá el capital humano para levantar una perspectiva más esperanzadora para el siglo en curso? ¿Podremos lograr como humanidad una solución sin «soluciones finales»? Una redención sin el costo de un Calvario.

El desafío es contribuir a forjar una nueva época. Los recursos son escasos y las expectativas son pocas. Muchos cambios casi imposibles se tendrían que dar. Sobre todo, una conducta y una realización de la sabiduría primera: el amor.

Ante lo inane de un futuro inexistente no me queda otra que citar al siempre presente René Descartes: “dudo de todo”. Dudo de un hombre que hoy se encuentra inhabitado. Dudo de un mundo que ha confundido lo real con lo simulado. Dudo que el “verdadero opio de los pueblos” —me refiero a la religión comunicacional y su deidad digital—, sean alguna vez superados en función de la protección la vida. Dudo de la posibilidad de una moral nueva y dudo que en una sociedad tecnificada cada vez más narcisista y desorientada sea posible pensar el amor, la ética, la trascendencia y la salvación de los pueblos.


Todas las columnas del autor en este enlace: Sergio Fuster

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.