Hasta que la vergüenza cambie de bando

El valor de cada ser humano es invaluable, inacabable, intransferible, inalienable… El valor de una persona no se condiciona a sus circunstancias ni mucho menos está determinado por la violencia y el abuso que otros puedan perpetrar.

Un alma rota y un cuerpo lastimado conservan siempre su dignidad íntegra por el simple hecho de seguir con vida, y aún al partir, porque se hacen memoria.

«La vergüenza debe cambiar de bando», es la frase que le da la vuelta al mundo al ser sentenciada por Gisèle Pelicot cuando solicitó que el juicio penal en el que actúa como parte víctima de violencia sexual se hiciera público para someter al escarnio a los depravados perpetradores, quienes son los que realmente merecen el desprecio y la condena social. Gisèle es una mujer francesa de 72 años que fue abusada entre 2.011 y 2.020 por su exesposo, Dominique Pelicot, quien además la drogaba y la ofrecía por internet para ser violada por otros hombres, aproximadamente 83, de los cuales 54 han sido identificados y 51 ya comparecen ante la Justicia.

Esta semana, las redes también están explotando con el juicio en contra de Puff “Diddy” Sean Combs, un rapero estadounidense acusado de tráfico sexual, crimen organizado y abuso sexual de menores. El arresto condujo a investigaciones que llevaron a encontrar entre sus pertenencias contenido audiovisual terriblemente perturbador que utilizaba para extorsionar a sus víctimas y que entre otros, bien podría ser catalogado como pornografía infantil, además de objetos (dildos, por ejemplo) y productos (drogas y más de 1.000 aceites para bebé y lubricantes) que sugieren el alcance de sus delitos. En medio de la investigación, surgen rumores y especulaciones de que una de sus víctimas pudo haber sido el cantante Justin Bieber cuando tan solo tenía 15 años de edad, edad en la que el joven prodigio musical se convertiría en una estrella de talla global… con todas sus implicaciones.

Internet ha servido como un amplificador de fenómenos que nos permite proyectar muchos de los “secretos” sobre los cuales se soportan círculos de victimización y violencia que determinan con poder la pirámide en la que se han convertido nuestras sociedades. No pocas veces ha funcionado como plataforma para revictimizar y callar por mofa a quienes más necesitan nuestra ayuda como humanidad, revelando la perversidad de ciertas creencias populares instauradas que algunos valientes han intentado derribar, pagando el precio de perder sus carreras o de sucumbir al suicidio mismo.

Sin embargo, en todos estos años de hiperconexión, algo empezó a cambiar. La mirada atónita y escandalizada de la sociedad en general, se estremece y se culpa por lo sucedido con Gisèle y Justin. Reconocemos el llamado de auxilio que estuvo siempre presente pero que solo hasta este momento logramos entender (Ver: Yummy), preguntándonos por herramientas para atenderlo, porque efectivamente no habíamos hecho nada como cultura para cuestionar y evitar que acontezcan los motivos por los cuales nos remiten este desgarrador mensaje. Mujeres ultrajadas como objetos y pedofilia, asuntos que lastimosamente no son ajenos a las instituciones religiosas, artísticas, deportivas, políticas y económicas que nos gobiernan.

La necesidad de justicia, en estos y otros casos similares, que hoy exigen las personas a través de tendencias en redes sociales, data de una generación que no pretende someterse impune, de comunidades que están ‘civilizando’ y sensibilizando la red para que la tecnología no simplemente nos mejore materialmente sino también como seres humanos a través de la empatía, superando el miedo que sede como cómplice del irrespeto y la degradación de nuestra especie. La valentía detrás de las historias personales de Gisèle y Justin señala rutas de tenue esperanza que sólo brillarán con la verdad, y que juntos debemos afrontar, recorrer y transformar como civilización:

Hasta que la vergüenza cambie de bando.

María Mercedes Frank

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