Que gobernar signifique comunicar, implica sacrificar el contenido que sostiene a cualquier Estado y gobierno. Los de arriba y sus aliados ya no piensan en ideas de bienestar general, justicia, igualitario o libertad, ni siquiera de legalidad o individualismo.
Es mentira. Hassan Nassar es de esa clase de sujetos que no leen nada. A lo sumo las cláusulas de contratos millonarios, uno que otro libro de autoayuda regalado por un pariente que no lo conoce muy bien y párrafos de la extensión de un tweet. Y aún así, la frase con la que él justificó el plan de comunicaciones por el que la empresa Du Brands fue contratada por el Gobierno Nacional, «gobernar es comunicar», es una consigna epocal, es la frase de alguien que es hijo de su tiempo, algo que pudo haber dicho cualquier poskantiano instruido. No es un lector del Kant que se empolva en la estantería de una biblioteca, sino del Kant que determinó la forma de pensar durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Hace unos cuantos meses, la gente para la cual trabaja Nassar se escandalizaba por la llegada a Colombia de lo que ellos llamaron la «ideología de género», un moquete bajo el cual pretenden encasillar una gran cantidad de movimientos que más o menos coinciden en algo: la construcción social del género e incluso del sexo (en algunos casos). Es una reducción de la gran riqueza intelectual de estos movimientos, pero hay que reconocerlo, alcanza a resumir su núcleo teórico.
La idea de la construcción del género y el sexo es hija del puritano Kant. Cría cuervos. Kant convirtió la filosofía en epistemología. Abandonó la pretensión de comprender la realidad en sí, lo que se encuentra más allá del pensamiento, para comprender el funcionamiento de la razón. No se puede pensar lo impensado (la realidad) pues entonces, lo estaría pensando, y por tanto, no sería lo impensado. Si existe algo así como la realidad, no vale la pena buscarla, nunca saldremos de ese atolladero. Solo podemos vivir dentro de los márgenes el pensamiento, según Kant.
Kant bautizó a su aporte, con no poca humildad, como giro copernicano, porque hizo del hombre la medida del mundo. El mundo es sólo lo que el hombre piensa. No existe mundo sin pensamiento, y como esto es algo exclusivo del ser humano, no existe mundo sin el ser humano. Después, en el siglo XX ocurrió el giro lingüístico y el hermenéutico, acotaciones al giro kantiano. Si el mundo es pensamiento, y este funciona mediante el lenguaje, pues entonces el mundo no es más que un texto, con su propia historia, autores y lectores. Es en este ecosistema intelectual en el que surge la idea de la construcción social del género y el sexo. Estas palabras no se refieren a datos duros, objetivos e inmodificables, son más bien el producto de un devenir histórico.
La derecha es tan kantiana como sus opositores. Lo que pasa es que son selectivos. Desde hace unos meses Bolsonaro y Trump han aseverado que el COVID-19 y la actual pandemia son una construcción mediática y una conspiración de la OMS y el comunismo internacional. ¡El virus no existe!, dicen ellos, así como Judith Butler alguna vez aseveró la inexistencia de la distinción entre género y sexo.
Volvamos a Hassan Nassar. Alguna vez, cuando el joven Nassar leía algo más que contratos en el Emerson College, le ensañaron (pues estudió Ciencia Política con énfasis en comunicaciones), que el «medio es el mensaje», el mantra inventando por Marshall McLuhan y que repiten cansinamente los periodistas y comunicadores sociales y en el que pocos se detienen a pensar. Al anteponer lo formal al contenido se termina sacrificando la objetividad de los datos por la forma en que se presentan. Poco importa si los hechos son reales o no, lo que importa es la manera en que el espectador accede a ellos. El contenido se vuelve irrelevante. ¿Entienden porque vivimos en un mundo donde existe Luisa Fernanda W o las Kardashian?
Que gobernar signifique comunicar implica sacrificar el contenido que sostiene a cualquier Estado y gobierno. Los de arriba y sus aliados ya no piensan en ideas de bienestar general, justicia, igualitario o libertad, ni siquiera de legalidad o individualismo (valores más cercanos al neoliberalismo). La potencia del capitalismo y sus defensores es que abandonan todo contenido por defender una forma, el mercado. No importa si los que imponen las condiciones son los autoritarismos asiáticos, las democracias occidentales, el fundamentalismo islámico o el neofascismo de Trump y Bolsonaro. Los contenidos de esos gobiernos son irrelevantes pues cualquiera de ellos cuenta con un plan de comunicaciones que «hace cosas con palabras». Para ellos los hechos son tan plásticos y tan modificables a través de una buena pieza publicitaria, como el legítimo cambio de sexo en un documento de identidad de un transexual.
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