“Así, como cualquier cosa propia del siglo XXI, llega a nosotros una fiesta con influencias de todo el mundo y de todas las épocas”
Si usted es una mujer, seguramente se puso los tacones de su mamá y caminó por toda la casa con su mejor actitud de diva. Si usted es hombre, usó el saco de su papá y desfiló en frente de los carritos, haciendo gestos de ejecutivo. (Eso reafirma todos los estigmas de género contra los que estamos luchando, pero entiéndase como el mejor recurso literario para demostrar que disfrazarse es natural de los niños).
Por eso, aunque vivamos en Colombia y la historia de Halloween sea bien lejana a nosotros, yo defiendo esta fiesta como necesaria en la infancia.
¿Usted se acuerda cuando le dieron un dulce que le gustaba mucho? Pues ahora se pueden recibir muchos dulces, muy ricos, de muchas casas, y en un solo día.
Disfracen a sus hijos. Déjenlos soñar, dejen que se imaginen que son princesas, o superhéroes, o animales, o carros, o médicos… o lo que ellos quieran.
Halloween es una mezcla de la fiesta pagana de Samhain y la fiesta religiosa del Día de Todos los Santos.
En Irlanda, los celtas tenían, el 31 de octubre, un festival conocido como Samhain (pronunciado “sow-in”) que significa “fin del verano” y que celebraba el fin del tiempo de cosechas y el inicio de un año nuevo. Esto, porque coincidía con el solsticio de otoño. Esta festividad representaba la muerte y el renacimiento de su dios, junto con la naturaleza y ellos mismos. (Técnicamente, lo mismo que la Semana Santa, entonces dejémonos de prejuicios).
Durante la fiesta, los celtas creían que se abría la puerta entre el mundo de los muertos y el de los vivos, por lo que los fantasmas podían divagar libremente. Así, el poder de los druidas (sacerdotes celtas) crecía inmensamente, porque había una conexión especial con el mundo astral. Era costumbre utilizar nabos llenos de carbones para alumbrar el camino a los familiares fallecidos y alejar a los espíritus malignos. Además, los niños recogían regalos de todos los hogares para ofrecérselos a los dioses en un ritual sagrado de los druidas.
Cuando las tribus celtas fueron conquistadas por los romanos, la religión de los druidas desapareció y sus fiestas fueron perdiendo importancia. El papa Gregorio IV, como buen cristiano, aprovechó esa festividad y la “cristianizó”, volviéndola el Día de Todos los Santos (‘All Hallows’ Eve’). Esta se popularizó en España y Latinoamérica, y se mezcló con el Día de los Muertos en México (que está muy bien retratado en la película de este año, Coco).
Así, como cualquier cosa propia del siglo XXI, llega a nosotros una fiesta con influencias de todo el mundo y de todas las épocas.
Yo quiero que Medellín se llene de pequeños campesinos, espantapájaros, enfermeros, ciclistas, ratones, piratas, abejas, extraterrestres y dinosaurios.
Además, si fuéramos a juzgarnos por celebrar una fiesta que no nos pertenece, mejor digamos que es la fiesta de Disney- Pixar, porque nada más tierno que un Buzz Lightyear, un Mr. Increíble o un Nemo corriendo por los centros comerciales de la ciudad.