Hackeo a los odiadores

“Mentir sin límites. Mentir desvergonzadamente. Mentir como si la mentira no fuera más que la verdad revelada. Esas parecen las fórmulas de la actualidad para inocular y hacer crecer el odio.”


Existe una excelente, aunque descarnada novela colombiana, inspirada en los hechos de El Bogotazo llamada El día del odio. Ese relato describe muy bien la manera como las heridas y roturas ocasionadas por el conflicto interno sobre el cuerpo social, se encarnan en las personas de a pie, y en especial en las gentes sin oportunidades y más desfavorecidas.

Mentir sin límites. Mentir desvergonzadamente. Mentir como si la mentira no fuera más que la verdad revelada. Esas parecen las fórmulas de la actualidad para inocular y hacer crecer el odio. En Estados Unidos, por ejemplo, ha surgido y viene escalando una respuesta ciudadana a ese odiador profesional que es Trump. La dificultad de esa deseable y hasta sana respuesta es que parece acometerse mayoritariamente, no desde la oposición racional y argumentada sino desde el simple odio. Se instrumentaliza el odio para hacer crecer el odio dentro de los oponentes, con lo que el instigador sale ganando.

Para analizar ese fenómeno, que en Colombia nombramos cotidianamente como polarización, es menester examinar algunos antecedentes de los que provienen los odiadores. En el caso de los gringos es fácil identificar esa matriz en las “ideas” supremacistas blancas asociadas en la actualidad al neoliberalismo, propias del capitalismo salvaje norteamericano. Línea de pensamiento que llega a naturalizar el hecho de que lo único que importa es lo propio, lo que pueda acumular el sujeto “afortunado” inserto en una realidad construida para sí mismo. Es por eso que allí no caben ni los migrantes, ni los negros, ni las minorías, ni los indígenas; incluso no caben las mujeres o las niñas y niños, o sí caben, siempre y cuando cumplan el papel de meros adornos.

En el país del norte esa lógica se reedita por lo menos a partir del último medio siglo desde Nixon, pasando por Reagan, los Bush y finaliza en Trump, aunque este último quiere dar un paso más del allá del amor a las finanzas y todo lo asociado con lo privado en la forma de hacer desaparecer el estado como institucionalidad garantista y que emerja en su lugar un ámbito de vida paralelo donde simplemente no tengan cabida los otros, los que incomodan, los que cuestan dinero que podría usarse en especulación, los que no dejan crecer el negocio.

Al final todo se reduce a un negocio en el que la política sirve solo como catalizadora del triunfo de quien la instrumentaliza; ya no importan las leyes, sistemáticamente despreciadas, sino las transacciones. Eso explica por qué esa gente procede con total impasibilidad y determinación dispuesta a completar un genocidio como el que se desarrolla en la actualidad contra el pueblo palestino, arrojar la bomba atómica o talar el último árbol. ¿Cuál sería la fórmula para oponérseles, no sólo desde los principios democráticos, valores o leyes, sino desde las transacciones que son lo suyo?

La transacción que proponen sujetos como Trump, Milei, Bolsonaro, Meloni, Netanyahu, Bukele y otros tantos delirantes en el poder es el odio, pero este es claramente un campo que les favorece.  Se les odia, en efecto, ¿Cómo no odiarlos? Pero ¿cómo hacer que ese odio no les sirva de alimento?

Algunos optimistas o ingenuos hablamos de hackear la realidad, consistente en una especie de utopía en la que la ponzoña envenene a su vez las fuentes de la guerra, la exclusión, el racismo y la discriminación. Es la “cúpula de hierro” sionista siendo impactada por sus propios cohetes… pero sin cohetes.

¿Cómo se hace eso? No se sabe.

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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