Esta entrada estaba pensada para ser publicada en Halloween, pero como no vamos a hablar de fantasmas, sino de vivos que deciden desaparecer, creo que la fecha ya no importa tanto. Pongámonos en situación: Hace algunos meses estás hablando con alguien, tal vez ya se conocían en persona o quizás la pantalla se convirtió en su primera forma de interacción. Puede que la conversación haya empezado por Facebook o Instagram, luego decidieron intercambiar números de WhatsApp, y a partir de ese momento hablaron todo el día, todos los días.
Todo marchaba bien, hasta que un día dejaste de recibir mensajes, intentaste darle tiempo y decidiste escribir unos días más tarde; no obstante, la respuesta fue el silencio acompañado por un par de palomas azules que te recuerdan que te ha dejado “en visto”. No sabes qué pasó, qué le disgustó, si dijiste algo que le hirió, si algo grave le pasó, simplemente, al igual que Houdini, se esfumó. El término para este truco de magia es conocido en el mundo anglosajón como ghosting, una práctica bastante común entre millennials y centennials que, gracias a las redes sociales, han encontrado la forma perfecta para escabullirse de una relación afectiva sin mayores explicaciones.
Sí, es horrible. No sabes qué hacer. La rabia, la impotencia y el desasosiego te invaden. Es evidente que esta persona fue muy valiente para llevar tus emociones a tope, generarte una ilusión, hacer planes contigo, tener sexting contigo, aunque muy cobarde para darte la cara y aclarar la situación. ¿Cómo gestionarlo? A la par que hablamos del ghosting aparece la necesidad de hablar de responsabilidad afectiva. Es aquí donde me encantaría hacer un paréntesis para tratar de comprender qué es lo que debes afrontar, y lo más importante, quién debe hacerse cargo.
La responsabilidad afectiva es el cuidado emocional, el respeto y la claridad qué se debe tener con el otro en cualquier vínculo. Sin embargo, la responsabilidad afectiva empieza por casa, y para poder estar bien con los demás, primero tengo que estar bien conmigo mismo. Generalmente en el caso del ghosting tendemos a culpar al otro por habernos dejado de hablar, pero sin asumir nuestra responsabilidad y olvidándonos de que, en momentos de vulnerabilidad, el autocuidado y el amor propio vienen al rescate. No minimices lo que sientes, pero tampoco te quedes ahí. Es muy difícil, o casi imposible, tratar de racionalizar las acciones de los demás. Gastar tiempo intentando averiguar sus motivos, o sintiendo que no eres suficiente, no te permitirán enfocarte en lo que es realmente importante para ti.
Con todo esto no voy a justificar la falta de empatía o la poca inteligencia emocional de los que practican el ghosting. Pasa que, si quieres ser tratado como un fantasma, no mereces menos.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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