Gustavo Petro y la polarización, realidad o mito

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Somos la sociedad de la repetición, repetimos conceptos, palabras y frases, sin saber qué significan o de dónde vienen. Seguro han escuchado últimamente en los medios de comunicación, a columnistas, periodistas y políticos, hablar constantemente sobre “polarización”. Se ha introducido este concepto en la agenda política del país, y es normal en los discursos políticos del momento decir que nos encontramos en una división insostenible. Ya casi nos creímos todos el cuento de que Colombia es un país polarizado. Pero hay que bajar el tono a esa afirmación. Según la RAE, polarización es “orientar en dos posiciones contrapuestas”, y visto desde la Ciencia Política, los colombianos nos encontraríamos en uno de los dos puntos extremos políticos distintos de una línea imaginaria que para fines de claridad, nos trazaremos en nuestras mentes.

¿Existe tal polarización en Colombia?

En los últimos meses ha surgido un movimiento político fuerte que está reclamando una transformación de las instituciones políticas y sociales de nuestro país. Esa nueva voz que se escucha con potencia en encuestas, en redes sociales  y  en plazas públicas, estuvo muchos años en silencio. Si se quiere,  puede llamársele “pueblo”, “indignados”, o simplemente “ciudadanos con derecho a participar en política”. Este conjunto de personas que aspiran a la transformación  y reclaman participación, grueso favor le hacen a nuestra herida democracia.

Pero hay sectores de derecha política, a los que esta efervescencia democrática les resulta insoportable e incómoda, pues todo lo  que cuestiona  un poquito sus intereses, es riesgoso, sobre todo si este conjunto de ciudadanos, tiene la posibilidad de ser opción de poder, por  eso los descarnados ataques a su  figura más representativa Gustavo Petro.

Tanto así que se encargaron de construir con la siempre ayuda de grandes medios de comunicación, la idea de que esta nueva manifestación es un “extremo” que representa un peligro. Cuando  Petro propone un debate sobre los temas fundamentales de país, sobre las urgencias económicas y sociales, sobre la desigualdad y sobre la justicia, se le contesta con la irrelevancia de que sus inquietudes y propuestas de transformación, podrían llevarnos a ser como Venezuela.

La última vez que nos vendieron este discurso de la polarización,  fue en el más reciente plebiscito, donde para ilustrarnos un poco, el uribismo nos hizo creer que Juan Manuel Santos representaba todo lo contrapuesto a ellos, o sea el extremo distinto de la línea imaginaria. Pero realmente, no estábamos ante dos visiones absolutamente contrapuestas de país ni nada de eso, fue una farsa, pues  compartían estos supuestos dos polos la misma política económica, tributaria, social, etc., aun así nos dijeron que el país estaba polarizado, cuando en realidad lo único que al final  los distinguía, era su apoyo o no al proceso de paz. Esta estrategia  fue rentable al único verdadero extremo,  le permitió generar un miedo, sugerir un peligro, y luego presentarse como “la salvación”. Así ganaron las elecciones.

Ahora es distinto, pues este reclamo multitudinario que ha nacido, sí representa muchas cosas diferentes a la hora de pensar en país (lo que es normal en Democracia), en debate, pero la estrategia vuelve a ser la misma. Se ubican como salvadores, y a punta de calumnias situaron a la nueva voz en la política colombiana en un extremo perverso. Los medios y canales de información colaboran en construir ese imaginario colectivo, y relacionan a la nueva participación con situaciones perjudiciales o  catastróficas.

Pero esto no se detiene ahí y tampoco es lo más grave, pues algunos sectores políticos irresponsables, muy conscientes de esto, en vez de denunciarlo, compraron el discurso buscando qué utilidad pueden sacar de él. Se han situado según ellos, en el medio de una polarización que no existe. Hace unos días leía en una entrevista de la revista Semana  al politólogo Francisco Gutiérrez, uno de los mayores expertos en el funcionamiento de la democracia colombiana que con mucha razón decía en algunos apartes y que traigo a colación: “en Colombia, más que polarización, hay una radicalización de la extrema derecha.

Esta radicalización que se produce de un solo extremo, que  además tiene poder, maquinarias, apoyo económico, está tratando de negar por todas las vías de la calumnia, la mentira y la desinformación a cualquier otra posición.

A partir de ese análisis,  podemos decir que no se debe hablar de polarización, sino denunciar la clara agresión de un sector político que no permite ninguna visión contraria, y que de esa manera busca anular la democracia y la participación.

Le queda a los atacados,  lo  evidente o normal tratar de reafirmarse  y defender sus tesis.

Podemos concluir que la tal polarización no es más que la radicalización de la derecha, tratando de anular una participación democrática que puede afectar sus intereses y su forma de manejar el Estado colombiano directa o indirectamente.

No estamos  polarizados en Colombia, sino ante el intento de vendernos ese discurso nuevamente, discurso que  es rentable y se seguirá escuchando, hasta traernos la sensación de división o peligro, lo que al final va a repercutir de alguna manera en la decisión de nuestro voto en las próximas elecciones.

Vale terminar diciendo que estamos caminando hacia una democracia, los partidos, movimientos o manifestaciones  políticas, deben tener diferentes visiones de país, no todos podrían de ninguna manera estar en los mismos puntos de la línea imaginaria. La diferencia y la participación son esencial en democracia, y que pensemos, que opinemos, que tomemos posición, que respondamos a las calumnias que queramos desenmascarar mentiras, denunciar corrupciones y reclamar cambios, hace parte de un real ejercicio de participación, no solo es normal y necesario en una sociedad democrática, sino urgente.

¿Polarización? un mito. ¿Democracia? eso ¡sí!