Guerra de Argumentos

La verdad no tiene defensa contra un idiota decidido a creer una mentira. Mark Twain.


 

En esta etapa contemporánea de nuestra historia, estamos ante una serie de fenómenos emergentes que impactan la forma de relacionarnos y comunicarnos en sociedad. Hay muchos en realidad: retos o challenges, cultura woke, hipersensibilidad en redes sociales, falsa empatía, atomización de lobbies, entre otros; pero quiero que nos detengamos en uno: la guerra de los argumentos y contraargumentos. No es una guerra convencional, pues axiológicamente el único vencedor debería ser la verdad como bien supremo, pero no sucede así. Una mentira incluso sin disfrazarse de verdad puede ser la vencedora. No vale la pena dar pelea, pues las posiciones en la mayor parte de las veces no son racionales. Si bien parten de elementos llenos de razón, se construyen sobre falsas relaciones de sentido común para llegar a una distorsión teórica de un tema que luego presentarán como verdad. La técnica consiste en elevar el tema de conversación o de polémica a nivel elevado académico-científico o, peor aún,  ininteligible, donde el interlocutor o interlocutores no están habituados a estar, para luego, con todo lo que puedan rescatar de esa “alta esfera de pensamiento”, arremeter y derribar cualquier argumento obstáculo rival.

Nadie se preocupa por el contexto. Y dependiendo del entorno cultural, el que más haga ruido, más posibilidades tiene de ganar una contienda argumentativa. El mundo obliga a la celeridad extrema. El mundo híperacelerado te dice: “¡hey no pienses tanto!”. La trampa de pensar acelerado es que se obvian ramificaciones de pensamiento racional hacia silogismos, aunque redundantes, son necesarios en esta neoguerra. Luego que, en una guerra de argumentos y contraargumentos, se está a punto de caer en la derrota en el plano académico-científico, la pelea se traslada al plano de los derechos de minorías, incluso hasta llegar a la defensa de los pseudoderechos del “yo”. Puedes equivocarte: “Es tu punto de vista y todos deben respetarlo”. Nadie tiene el derecho de decidir que estás mal. Entonces tomas una decisión fácil, la cual consiste en engañar a tu cerebro diciéndole que has realizado un razonamiento impecable. Con la ayuda del tóxico combustible de las elevadas libertades y derechos personales, terminarás aplastando los argumentos reales de tu adversario.

Un autor llega a nosotros hoy, pero dicho autor es el constructo social y académico de cientos de años de un sistema de teorías que han ido emergiendo de la base de otros pensadores. Y desde esa perspectiva resulta difícil en muchas ocasiones tener la capacidad de comprender todo el contexto hermenéutico e histórico y de referencia de un tema en particular. Con lo cual, en esta actual guerra de argumentos, tomar una porción teórica de un tema, desconociendo todo su entorno de construcción y consolidación a lo largo de los años, hace más difícil la trazabilidad y nubla las posibilidades de una discusión racional y justa, máxime cuando no se ha terminado de dilucidar un tema en una discusión o polémica y como un tutti fruti tropical, mezclamos con otro tema completamente opuesto o con muy poca o escasa relación con el tema antecesor. De esta forma se quiere demostrar una pseudointelectualidad que no conduce a nada, más que al conflicto y al consecuente odio.

En esa guerra de argumentos, se toma un texto fuera de contexto, bajo la excusa de un pretexto, y ¡zaz! tenemos un nuevo argumento. Es como ir a un supermercado y tomar solo aquellos fragmentos de argumentos convincentes, unirlos arbitrariamente, creer que estamos ante algo nuevo y con un poco de habilidades blandas comunicativas, persuadir que se tiene la razón.

Hay muchos frentes de batalla, pero sobresalen las redes sociales. ¡Y vaya uno a creer que los argumentos allí encontrados, aunque estúpidos, han sido creados por humanos! Las áreas donde más se dan estas fútiles batallas son en el campo de la política, la religión, de la teología, de la psicología y, en general, en áreas de la conducta humana. En el campo de la teología, por ejemplo, una nueva herejía no es más que la mezcla de herejías antiquísimas o de elementos heréticos para los cuales ya han habido demostraciones de falacia y discusiones previas. Y alguien hoy puede decir que Dios está en todas las cosas. Pero otro puede decir que Dios está en el puñal que quita la vida del prójimo y lo que está haciendo no es quitar una vida, sino devolver al universo un paquete discreto de energía; y puesto que la energía no se crea ni se destruye, y materia y energía están íntimamente unidas, pronto se estará transformando en el mismo puñal que sirve de medio para devolver esa ínfima energía al universo de Dios creador. Con un conjunto descontextualizado de conceptos y teorías, mezclados adrede, estaremos ante un bucle de una guerra de argumentos sin tregua. Mientras la verdad toma su tiempo demostrarla, la mentira se construye en segundos.

Llevado esto al plano de nuestro sistema de valores hoy día, tenemos como resultado una sociedad fragmentada y caótica, donde se tiene en un pedestal la anarquía y el incumplimiento de las normas sociales que nos cohesionan. Esto se aprecia en redes sociales, en las cuales la gente lanza sus más “refinados” argumentos llenos de falacia y anarquía moral e intelectual, fundamentados en la crisis actual de los modelos de desarrollo y de la administración pública, tanto en la escala nacional como subnacional. Es decir, muchas personas se plantean la pregunta: ¿por qué debo cumplir una norma si la administración pública es corrupta y los privados nos aplastan? Y así, de esta forma, se aprecia un incumplimiento sistemático de normas que nos han permitido llegar hasta hoy, con un conjunto de instituciones más o menos consolidadas y en proceso de transformación.

Alguien es sorprendido cometiendo una infracción de tránsito y el argumento es: “¡maldito gobierno! Solo nos quiere sacar más dinero”. No se aprecia el reconocimiento de la falta objetiva, solo la justificación moral subjetiva del incumplimiento. No se aprecia la solicitud de solidaridad ante un agente de tránsito, sino la justificación a priori del acto de incumplimiento de la norma preestablecida. Y el argumento mayor: “la norma solo existe para oprimir al pobre”.

Así como resulta complejo leer estas reflexiones y pareciera estar divagando entre ideas sueltas, así mismo es la guerra de argumentos. Bucles interminables y collages de irracionales perspectivas y falsos silogismos. La situación no parece cambiar en el corto y mediano plazo. Hoy esta guerra parece incorporar nuevos actores desplazando poco a poco la capacidad de raciocinio humano hacia la manipulación mediante técnicas de ingeniería social del pensamiento colectivo, desorientando aún más a las personas hacia sistemas de pensamiento llenos de completa falacia, transformando su percepción de la realidad. Esos nuevos actores constituyen los potentes algoritmos, magnificando exponencialmente el problema.

Erlin David Carpio Vega

Ingeniero Ambiental y Sanitario, Especialista Tecnológico en Procesos Pedagógicos de la Formación Profesional y Magíster en Ciencias Ambientales. Más de 15 años de trayectoria en el sector público y privado. Docente, Instructor e Investigador. Autor de varios artículos científicos, capítulos de libro y libros de investigación. En la actualidad es Instructor del Área de Gestión Ambiental Sectorial y Urbana del SENA. También es columnista en El Pilón.

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