“El buen padre es el que a pesar de toda circunstancia nunca pierde la lealtad con los suyos”
Coman ustedes, yo no tengo hambre. Solía ser una de sus muchas expresiones cuando uno de sus hijos le ofrecía un bocado de su plato. Aun así, la destreza para la caza, su mano regia para la siembra y su pasión para cocinar aquellos sancochos que nunca faltan lo convertían en un hombre de valor.
Mi padre Adel Martínez (1961-2022) era un ser humano envuelto entre tantas anécdotas, principios y virtudes. Aunque parecía ser serio a simple vista, por dentro era un hombre de alma noble. Podía notarse taciturno, un poco callado o de pocas palabras, pero cuando entraba en el círculo de la confianza no había quien le pusiera un pare. Un hombre fuerte, y además de esto, no le tenía miedo absolutamente a nada. Mi madre Nirida Costa, siempre lo admiro por su notable valentía, fue ella la mujer afortunada de vivir con este hombre hasta que Dios le hizo un llamado a la Eternidad.
El don especial de mi padre consistió en ser un gran modelo de altruismo. Es decir, dar y dar; sin importar lo que tenga que recibir. Esto nació con él, inédito de su esencia. A parte de esta cualidad tan admirable, mantenía vivo el esfuerzo de sacar a sus cuatro hijos adelante: Yeissa, Adin, Kleidys y quien le escribe. Siempre permanecía atento, jamás salió de su boca una palabra desalentadora. Él quería a sus hijos, y su amor se mantuvo como el de un buen padre. A su madre Adelaida (la abuela yaya) solía visitarla y nunca llegaba con sus manos vacías; llegaba con un detalle a ella, o con una bolsa llena de productos comestible junto a una sincera sonrisa que le adornaba.
Recuerdo que mi padre era el fiel confidente de nuestros secretos (secretos de sus hijos). Había algo en él que decía: puedes contarme, no le diré a nadie, secretea conmigo. No era raro ver a alguno de mis hermanos charlando con él, con tal grado de confianza… entre carcajadas, mientras él escuchaba y opinaba sobre nuestras urgencias a tal punto de parecer amigos. La relación padre-hijo solía ser transparente. A pesar de su complicidad siempre mantuvo la corrección de sus hijos, con su tranquilidad y paciencia casi infinita que le jugaban a favor.
No olvidamos las épocas de Navidad papá, cuando llenabas la casa de alumbrados en su interior y exterior; sin embargo, ahora que no estas con nosotros encendemos la luz en tu honor, para mantenerte contento desde el cielo y agradeciendo todo lo que hiciste por nosotros.
Te amamos y te llevaremos en nuestro corazón. ¡Feliz Navidad papá! Te desea tu familia e hijos sin olvidarte en cada momento.
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