Gaza, Greta y el silencio que aplasta

“Mientras Gaza arde en el silencio cómplice del mundo, Greta grita la verdad que muchos temen: justicia climática sin justicia social es solo hipocresía.”


Mientras Gaza se desangra bajo el fuego implacable, el mundo parece atrapado en una paradoja cínica: la urgencia humanitaria de un pueblo sitiado convive con la indiferencia estructural de una comunidad internacional que responde con eufemismos o, peor, con silencio. No es una guerra. Es una masacre prolongada, sostenida, administrada. Y es, también, un crimen de lesa humanidad a la vista de todos.

Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó Israel y mató a unos 1.200 civiles, la respuesta israelí no ha sido proporcional, ni legítima bajo el derecho internacional humanitario. Según datos recientes de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), más de 36.000 palestinos han muerto en Gaza —entre ellos, más de 14.000 niños— y casi 1.9 millones han sido desplazados forzosamente, en un territorio donde ya no hay refugio ni agua potable. Hospitales destruidos, periodistas asesinados, corredores humanitarios bombardeados: Gaza es hoy el nombre de la impunidad convertida en política de Estado.

En medio de esta catástrofe, Greta Thunberg alzó su voz. Y fue lapidada por ello.

La joven sueca, que lleva años desafiando a las potencias por su inacción climática, escribió en su cuenta de Instagram: “Las vidas palestinas importan”. Y eso bastó para que la maquinaria del odio se activara. El gobierno israelí la acusó de “antisemita”, la prensa occidental la ignoró o tergiversó, y varias organizaciones ecologistas se desmarcaron de su postura, como si el compromiso ambiental debiera existir sin tocar la raíz del sufrimiento humano.

Pero Greta entendió algo que los grandes medios prefieren callar: la lucha por la justicia ambiental está intrínsecamente unida a la justicia social y al respeto irrestricto de los derechos humanos. ¿Cómo hablar de “transición verde” si se bombardea a un pueblo al que se le impide acceder al agua, a la energía, a los alimentos básicos? ¿Qué clase de ambientalismo es el que guarda silencio frente a la devastación de un territorio densamente poblado, que vive bajo bloqueo desde hace 17 años?

Israel controla el espacio aéreo, las fronteras terrestres y el mar de Gaza. Decide qué entra y qué no. Desde 2007, impone un cerco que la ONU ha calificado como “castigo colectivo”. Y sin embargo, en los grandes foros se sigue repitiendo el mismo mantra: Israel “tiene derecho a defenderse”. ¿Y los niños de Gaza? ¿Y las familias que mueren enterradas en escombros? ¿Qué derecho los ampara?

Thunberg, sin necesidad de alzar la voz, expuso esa hipocresía. Su indignación es incómoda porque no puede ser neutralizada con los recursos usuales: no representa a un partido, no responde a una embajada, no busca votos ni dinero. Solo exige que el mundo no mire para otro lado.

Y en ese gesto se vuelve profundamente política.

Porque no es solo Greta. Son miles de jóvenes en Europa, en América Latina, en los márgenes de un sistema que ya no representa ningún tipo de moral. Jóvenes que entienden que si la Tierra se quema, Gaza también. Que si se reclama justicia climática, no puede omitirse el apartheid. Que si se lucha por un futuro, no puede haber zonas del presente condenadas al olvido sistemático.

Lo que ocurre en Gaza no es un conflicto entre iguales. Es la ocupación más larga de la historia moderna, sostenida por la complicidad activa de potencias como Estados Unidos y por el mutismo de gobiernos que prefieren no “complicarse”. Y es también el fracaso de la humanidad frente a su propio espejo.

Greta Thunberg no salvó Gaza. Pero tampoco fue cómplice.

Su voz solitaria, en medio de los escombros, revela más que mil comunicados diplomáticos. Porque mientras los burócratas redactan excusas, los cuerpos siguen cayendo. Y mientras el mundo debate sin decidir, la juventud vuelve a decirnos que el futuro no será justo si el presente es genocida.

No podemos mirar para otro lado. No podemos permitir que las muertes en Gaza sean un punto ciego en la agenda global. No podemos seguir temiendo llamar a las cosas por su nombre.

Gaza arde. Greta grita. ¿Y nosotros?

 

Matías Leandro Rodríguez

Argentino, residente de la provincia de Buenos Aires. Abogado, escritor de Novela, Cuento y poesía.

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