Es una tristeza que tal como lo señaló la MOE ésta ha sido la peor elección en materia de seguridad desde el 2014 (un crecimiento de actos violentos en un 100% en los meses de campaña).
Y pasó un día clave de nuestra historia democrática, en la que fuimos a las urnas a elegir gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles. Una fiesta de la democracia regional en la que el primero desafío fue la seguridad y la integridad. No dejaron de presentarse tristemente dudas sobre inscripciones atípicas, compra de votos y donde, a pesar de ceses bilaterales de las disidencias de FARC y del ELN, no dejaron de darse alertas sobre riesgos de seguridad. Es una tristeza que tal como lo señaló la MOE ésta ha sido la peor elección en materia de seguridad desde el 2014 (un crecimiento de actos violentos en un 100% en los meses de campaña), con hechos aberrantes como el incendio y muerte de una funcionaria en la sede de la registraduría en Gamarra-Cesar.
Como todas estas jornadas, deja ganadores y perdedores, así como desafíos. Gana la registraduría que una vez más demuestra su capacidad institucional para dar resultados a tiempo y para operar este tipo de jornadas sin mayores contratiempos. Gana la democracia que envía un mensaje de equilibrio y “centro”, en lugar de la polarización y populismo como sucedió con los resultados de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Neiva, eje cafetero, entre otros. Ganan los ciudadanos quienes se expresaron críticamente frente a la herencia en ciudades como Medellín, Manizales, Neiva o Cali. Ganan los candidatos que dan continuidad a transformaciones sustantivas en beneficio del ciudadano como en Barranquilla, Atlántico y aún de manera indirecta en Bogotá. Y ganan liderazgos frescos como el de Oviedo en Bogotá.
Pierden líderes cercanos al gobierno nacional como Gustavo Bolívar, Daniel Quintero y parcialmente Carlos Caicedo, que sufren derrotas o debilitamientos y como era de esperarse en una contienda local, el Pacto Histórico poco papel cumple. Pierden los populismos, los polarizadores y los que gustan de la destrucción de lo construido. Pierden las reformas mismas que cursan en el Congreso de la República o las hacen más difíciles de lograr, pues indirectamente los ciudadanos se expresan y al disminuir gobernabilidad las debilitan.
Finalmente aparece el desafío de una multiplicidad y casi atomización de partidos y movimientos políticos (crecieron en más de un 100%), la mayoría desdibujados ideológicamente y convertidos más en microempresas electorales, que no configuran un escenario democrático maduro y generan riesgos de integridad y fragmentación política. Aparece el desafío desde el gobierno central de armonizar políticas con gobiernos territoriales en orillas distintas y lo contrario. El único camino de salida debe ser la construcción de consensos y el respeto mutuo sin arrogancias, siempre pensando en los ciudadanos y sus necesidades y no en cálculos políticos. Y finalmente queda el desafío de la construcción de una paz total que escuche a gobernadores y alcaldes nuevos y que entienda que dicho proceso no puede ser impuesto, pero, sobre todo, que debe escuchar los reclamos de quienes piden orden y no bandazos en el proceso, en donde haya verdad, justicia, reparación y no repetición.
Y finalmente viene el segundo tiempo después de las elecciones, en donde debe primar la sensatez, humildad, cordura política, así como el respeto a las instituciones y obras en marcha y contratadas.
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