Durante mucho tiempo se ha intentado ignorar, y hacer que los demás ignoren, que la pobreza estructural genera violencia, y que la pobreza estructural combinada con la humillación y el atraso endémico generan violencia extrema, y además indiferenciada. Es una realidad cotidiana en todas partes, en países pobres azotados por el narcotráfico, como Colombia o México; manifiesta abiertamente en conflictos armados de carácter “pospolítico”, como aquellas guerras supuestamente tribales que se viven en África y que se ensañan con la población civil; y se expresa, cómo no, también en este conglomerado de pueblos unidos por vínculos comunes geográficos y étnicos, pero separados artificialmente por políticas coloniales: los pueblos de Oriente Medio. Que eso se plana titular en algunos casos y no en otros no quiere decir que el fenómeno no exista, sino que hay un interés velado en mostrarlo en unos casos, y ocultarlo en otros.
Hoy día es un cliché políticamente correcto señalar el carácter supuestamente prototerrorista de la religión musulmana, y colgarle la marca de Caín a cada árabe y/o musulmán que cruza en balsa el mediterráneo intentando escapar de la guerra que asola su país de origen. Se tiene miedo de los árabes, se azuza la xenofobia contra ellos, se les mira con recelo, se les niega el derecho de asilo, a pesar de que los países de llegada han sido precisamente quienes han fomentado, financiado y agenciado la guerra que los obliga a emigrar. Se presiente la amenaza del terror tras la figura del árabe que transita la calle, que reza en la mezquita o que cruza las fronteras europeas. Es el miedo encarnado y corporeizado.
Pero, ¿es correcta, y además justa, esta imagen mediáticamente modelada de los pueblos árabes? ¿Acaso no esconde otras realidades, históricas y contemporáneas, que explican el fenómeno del terror? Sobre si es justo o no, se trata de algo que en el mundo contemporáneo no admite discusión de ningún tipo: todo ser humano, por su sola condición de tal, merece el respeto, la dignidad y el ser tratado como fin a que aludía Kant en su filosofía moral.
Acerca de si es correcta la imagen que se tiene de los árabes, hay que responder que no, que esa etiqueta esconde dos situaciones, una histórica y otra estructural, que explican (si bien no justifican) el fenómeno contemporáneo del terror. La histórica: los pueblos árabes han sido tradicionalmente pueblos pacíficos, o al menos no se han ensañado en guerras contra “occidente”, a no ser que este mismo segmento geográfico del mundo los haya provocado. De hecho, buena parte del legado cultural hoy denominado occidental es una herencia árabe: la cultura griega y romana fue recibida en los conventos y abadías europeos de las manos y los textos de sabios musulmanes, que conservaron y acrecentaron dichos tesoros del saber luego de la barbarie cristiana en Europa, que quemó las bibliotecas, condenó los templos “paganos” y suprimió la cultura; las matemáticas, la medicina, la astronomía, la poesía, la filosofía, son todas ramas del saber que Europa le debe al Oriente en una enorme medida.
Además históricamente “Oriente” ha respondido a la intervención occidental, que se ha hecho, por demás, con altas cotas de terror ella misma. Saladino fue un líder bastante pacifista, que sólo echó espada en mano a los europeos de “tierra santa” luego de que estos invadieran los territorios árabes sin invitación de por medio, y torturando y matando a la población civil “en nombre de la fe” cristiana.
Mucho más adelante, luego de la caída del imperio turco-otomano tras el final de la primera guerra mundial, Occidente sembró en Oriente medio la semilla del moderno terrorismo: dividió políticamente la región de acuerdo a los intereses de las grandes petroleras, se repartió el territorio entre los diversos países imperialistas sin atender a sus características comunes, impartió el terror colonial para asegurar su dominio, y luego, tras la descolonización, promovió, financió, entrenó y azuzó dictaduras teocráticas y grupos terroristas para impedir gobiernos panarabistas y de izquierda. La dictadura del Shá de Persia, el régimen de terror de la dinastía Riad en Arabia Saudí, el asesinato de Anwar el Sadat en Egipto, el reclutamiento de Saddam Hussein en Irak para combatir al partido comunista de Irak (el más grande de la región, exterminado por este excarcinero de la CIA), la financiación de su guerra contra Irán, la venta de armas al propio Irán para financiar la guerra contrainsurgente en Nicaragua, el reclutamiento de Bin Laden por la CIA para hacerle la guerra a la revolución en Afganistán: es sólo una gota de sucesos en el vasto océano de atrocidades cometidas por las potencias capitalistas occidentales en Oriente Medio, atrocidades que, en poco tiempo, habrían de volverse contra su propio creador, repitiendo el libreto ya más que sabido de la historia de Frankestein: la criatura rebelándose contra su creador.
Y tras todo este repertorio de terror imperial contra los pueblos árabes, una situación estructural configurada y apuntalada atávicamente: el atraso, el estado de semibarbarie de la economía y las formas de vida de los musulmanes. Gobiernos dictatoriales respaldados por las potencias occidentales mantuvieron la economía a ras de piso, la educación segregada entre hombres y mujeres, y aún entre hombres de manera diferenciada; unas pocas élites, allá como acá, educándose en el extranjero, mientras los millones de campesinos, sin carreteras de acceso, sin infraestructura para el desarrollo agrícola, sin créditos ni asesoría técnica, sin educación, pastaban la vida de la incultura. Todos tratados como bestias de carga, nunca como humanos, y cuando intentaron rebelarse, reprimidos violentamente por ejércitos extranjeros, el norteamericano en primer fila, pero siguiéndoles los pasos también el inglés y el francés.
No deja de ser una anécdota ejemplar y ejemplarizante el caso de la niña Malala Yousafzai, que se ganó el premio nobel por pedir educación sin restricciones de ningún tipo y casi es asesinada por ello. Es anecdótico, porque tras ese suceso convertido en acontecimiento noticioso mundial se esconde que han sido precisamente Estados Unidos y sus países aliados los que han mantenido a la población musulmana en el más absoluto atraso. Hoy se olvida eso con facilidad, pero en la década de los ochentas en Afganistán hubo una revolución, apoyada por la Unión Soviética, y sí, con cierta invasión, pero también con educación gratuita, universal y laica; con repartición de la riqueza; con mejora sustancial de las condiciones de vida, y muchas otras cosas. La respuesta norteamericana fue el terrorismo de Al Qaeda, el mismo grupo que, en lo que va de siglo, ha encendido la chispa de la frustración y la rabia en Oriente Medio contra el occidente capitalista e imperialista, y ha llamado a la guerra santa contra la población civil de los países desarrollados.
¿A quién le extraña el “fenómeno” del terrorismo si es eso: un fenómeno, que ha sido creado históricamente por una serie de factores que aún hoy día se mantienen vigentes y operando? En primer lugar, el atraso, la miseria e incultura como política institucionalizada. En segundo lugar, la represión inhumana a que son sometidos los pueblos árabes. En tercer lugar, el uso del terrorismo contra países laicos o que no siguen precisamente la política occidental (Estado Islámico es una creación nortemaericana, y también Saudí, contra Siria, que tampoco es que fuera un país “ejemplar” en materia de derechos humanos). En cuarto lugar, el apoyo decidido y descarado a países musulmanes con horribles dictaduras y que financian a los terroristas (Arabia Saudí, Catar, Bahréin, Jordania, Turquía, etc.) Un coctel perfecto para el terrorismo global.
Y no, no se trata de religión, porque ninguna religión es intrínsecamente terrorista, ni tampoco pacifista. La religión, como todo otro modo de ideología (es decir, como forma de conciencia), es variable en sus orientaciones y manifestaciones prácticas, según las condiciones socio-históricas que la influencien y en las que opere. Son la economía y la política, no la religión, las que explican lo que está sucediendo en el mundo hoy y, lo mismo que pasa con el proceso de paz en Colombia, a nivel mundial no se entenderá el fenómeno del terror islamista si se sigue mirando a los efectos, en lugar de a las causas que los generan.
Es una tragedia lo que sucedió en Francia, y merece todo el repudio de todo el mundo, sin objeciones. Pero dicho esto, hay que agregar que la superación de tal estado de barbarie permanente es una tarea que, de una vez por todas, debe invitar a la reflexión y a la acción política, pues es en el terreno político donde se puede (y se debe) resolver el problema. No con rezos, ni con indignación, se mejora el mundo. Como decía Alí Primera: “hacen falta muchas cosas para conseguir la paz”
Por: Adrián Vásquez Quintero
Comentar