Dos fotografías se han convertido en la referencia principal de la Guerra de Vietnam. La primera fotografía muestra una niña llorando que corre desesperadamente, huyendo del napalm que, minutos antes, los aviones americanos lanzaron sobre civiles inocentes. La segunda, muestra al general Nguyen Ngoc Loan segundos antes de disparar a un prisionero del Viet Cong, Nguyen Van Lem. La primera capta el momento posterior al bombardeo y la segunda fue tomada antes del disparo; ambas, innegablemente, captan rostros de sincero y profundo dolor. Y a pesar de que la crudeza de las mismas merece tal reconocimiento, considero que hay otro par de imágenes, no tan crudas, no tan llamativas, pero bastante simbólicas e influyentes para aquellos tiempos de guerra.
Las fotos a las que me refiero fueron tomadas a miles de kilómetros de Saigón, lejos de las montañas vietnamitas, que para ese entonces ya estaban roseadas con agente naranja y golpeadas por toneladas de explosivos. Realmente, fueron tomadas al otro lado del planeta, donde los herbicidas y defoliantes no causarían un solo homicidio, ni una sola malformación; fueron tomadas en el capitolio de los Estados Unidos. En ellas no aparecen decenas de muertos, ni madres llorando, ni niños desnudos o soldados extranjeros mutilados. Las fotografías o, mejor, las imágenes que quiero resaltar captan escenas menos violentas, pero profundamente influyentes que, creo yo, merecen ser recordadas como una referencia más de aquel absurdo enfrentamiento bélico.
En uno de los momentos críticos de la guerra de Vietnam, 700 veteranos de guerra de los Estados Unidos se unen a una las protestas pacifistas en contra de dicha guerra. La intención de aquellos era, en un principio, poner las medallas obtenidas en una bolsa para cadáveres y entregarla a Nixon, el que para ese entonces estaba a cargo de la presidencia del país. No obstante, las fuerzas militares impiden, mediante un improvisado muro, que los veteranos logren su cometido. En ese momento, y es el instante que creo que merece ser recordado, los veteranos de guerra, muchos de los cuales habían servido en Vietnam, empiezan a lanzar sus medallas de honor sobre el muro, justo al frente del capitolio. Uno a uno y con un grado de valentía que merece ser reconocido, lanzan sus medallas de vergüenza, devuelven sus galardones honoríficos. Muchos de ellos manifiestan la vergüenza de haber participado en una guerra injusta y, más que eso, de haberlo hecho tan bien, como para merecer una medalla.