“El progreso de una nación no se mide solo por sus máquinas, sino por el saber que forja a sus hombres.”
—Anónimo
En el corazón palpitante de Medellín, donde las montañas de Antioquia han sido testigos de un espíritu indomable, la Escuela de Artes y Oficios Pascual Bravo (EAO PB) irrumpió en 1935 como un faro de esperanza para una Colombia que buscaba liberarse de su pasado agrario y abrazar un futuro industrial. Fundada bajo el auspicio de la Universidad de Antioquia y bautizada en 1938 con el nombre del héroe regional Pascual Bravo, esta institución no fue solo un centro de aprendizaje, sino un crisol donde se forjaron las ambiciones y contradicciones de un país en transformación. Inspirado en Escuelas de artes y oficios en Colombia 1860-1960 de Alberto Mayor Mora, Cielo Quiñones, Gloria Becerra y Juliana Trejos, este artículo desentraña cómo la EAO Pascual Bravo moldeó el destino de Antioquia y de Colombia, desde los talleres donde resonaban martillos hasta su evolución como Institución Universitaria Pascual Bravo, un pilar de la educación técnica y tecnológica que sigue iluminando el camino hacia la modernidad.
A finales del siglo XIX, Colombia era un mosaico de contrastes, atrapada entre las herencias coloniales y las promesas de la industrialización. El café, pilar de la economía, abría las puertas al comercio global, mientras ferrocarriles y puertos transformaban la movilidad. Pero este salto hacia el futuro exigía una fuerza laboral capacitada, capaz de manejar máquinas y sostener fábricas. La educación tradicional, dominada por la Iglesia y enfocada en preceptos religiosos, no respondía a estas demandas. Las élites, inspiradas por el Iluminismo europeo, apostaron por la educación técnica como motor de progreso, buscando transformar a los ciudadanos en productores de riqueza. En este contexto, las escuelas de artes y oficios surgieron para combatir la pobreza y formar trabajadores hábiles, aunque inicialmente bajo una visión paternalista que priorizaba el control social. En Antioquia, región conocida por su dinamismo, Medellín se alzaba como un polo industrial con fábricas textiles y de maquinaria, demandando técnicos especializados. La EAO Pascual Bravo, creada en 1935 por el Estado liberal, respondió a este llamado, anclando su misión en la identidad de una región que veía en el trabajo la clave de su grandeza.
La elección del nombre “Pascual Bravo” en 1938 fue un gesto cargado de simbolismo. Pascual Bravo, héroe de la independencia, representaba la lucha y el orgullo antioqueño. Al adoptar su nombre, la escuela no solo honró un legado, sino que proyectó una visión de futuro donde la educación técnica impulsaría el desarrollo regional. Este acto reflejaba la ambición de un país que buscaba modernizarse sin perder sus raíces, navegando las tensiones entre la tradición y el progreso impulsado por el liberalismo de los años 30.
Los autores de Escuelas de artes y oficios en Colombia 1860-1960 ofrecen una lente única para entender este proceso. Alberto Mayor Mora, con su enfoque estructuralista, conecta la fundación de estas escuelas con la construcción del Estado-nación, destacando las dinámicas de poder y clase. Cielo Quiñones, desde la antropología, explora cómo estas instituciones moldearon identidades culturales en las comunidades locales. Gloria Becerra analiza la evolución pedagógica hacia la formación técnica, mientras Juliana Trejos desentraña las desigualdades de género y clase que marcaron estas escuelas. Su trabajo conjunto no solo documenta, sino que invita a reflexionar sobre el impacto de la EAO Pascual Bravo en un país que buscaba su lugar en el mundo.
En sus inicios, la EAO Pascual Bravo se propuso democratizar el saber técnico bajo el lema “cada pueblo, un técnico”, atribuido a su director Bernardo Correa Jaramillo. Sus talleres, capturados en las imágenes de Melitón Rodríguez de 1939, eran un hervidero de actividad: estudiantes forjaban campanas para iglesias rurales, tallaban muebles para hogares humildes y creaban herramientas para artesanos locales. Estos productos, más que ejercicios, eran contribuciones directas a la vida comunitaria, conectando el aula con las necesidades de Antioquia. Sin embargo, la escasez de recursos limitaba sus ambiciones. Los talleres de electricidad y mecánica, esenciales para la industria moderna, dependían de herramientas obsoletas, forzando a la escuela a centrarse en oficios como la carpintería y la herrería. La influencia religiosa, presente por su dependencia de la Universidad de Antioquia, imponía un modelo educativo que mezclaba técnica con moral cristiana, generando tensiones entre quienes abogaban por una formación moderna y quienes defendían las tradiciones.
Entre 1938 y 1942, la EAO Pascual Bravo se transformó radicalmente. De una escuela de oficios manuales pasó a ser un instituto técnico, impulsada por el auge industrial de Medellín y las políticas del Ministerio de Educación Nacional, que diferenciaba entre la formación artesanal para las clases populares y la técnica para una élite profesional. Fábricas como Coltejer y Fabricato demandaban expertos en mecánica y electricidad, y la escuela respondió formando profesionales cuya preparación quedó plasmada en las cartas de recomendación del director Eduardo Restrepo Maya en los años 50. Pero la transición fue ardua: la infraestructura, pensada para yunques, no estaba lista para maquinaria moderna, y los informes de 1942 y 1947 lamentaban la falta de equipos. La creación de la Oficina de Coordinación de Talleres en 1947 buscó modernizar la gestión, pero chocó con las prácticas artesanales. Cuando la escuela se convirtió en el Instituto Técnico Superior Pascual Bravo, se consolidó como un referente, aunque enfrentó resistencias de quienes veían en los oficios tradicionales un pilar de la identidad antioqueña.
Derrotero juridicoinstitucional de la EAO Pascual Bravo entre 1935 y 1960:
1935- 1938. Escuela Departamental de Artes y Oficios
1938- Escuela de Artes y Oficios Pascual Bravo
1939- Instituto Industrial Pascual Bravo
1942- Nacionalización del Instituto Industrial Pascual Bravo
1950- Instituto Técnico Superior Pascual Bravo
El impacto de la EAO Pascual Bravo fue profundo. Sus primeros productos —campanas, muebles, herramientas— dieron vida a comunidades locales, mientras sus egresados, a partir de los años 40, impulsaron el crecimiento industrial de Medellín. Sin embargo, la transición hacia un modelo técnico alejó a la escuela de las clases populares, reflejando una tendencia nacional que priorizaba élites técnicas. La falta de recursos limitó la modernización de los talleres, pero no apagó el espíritu emprendedor de la institución, que llevó conocimientos a municipios remotos, encarnando la ética del trabajo antioqueña.
Hoy, la Institución Universitaria Pascual Bravo, elevada a este rango en 2006, es un faro de excelencia en la educación técnica y tecnológica de Colombia. Como una de las pioneras en este campo, su legado trasciende su fundación en 1935, adaptándose a los desafíos del siglo XXI con programas en ingeniería, tecnología industrial y diseño. En un mundo impulsado por la cuarta revolución industrial, desde la inteligencia artificial hasta la automatización, la institución forma profesionales que responden a un mercado global. Reconocer su papel pionero no es solo un acto de justicia histórica, sino una afirmación de su relevancia actual, manteniendo vivo el espíritu de lucha y progreso que lleva el nombre de Pascual Bravo.
Fuente: Mayor Mora, Alberto, Cielo Quiñones, Gloria Becerra, y Juliana Trejos. Escuelas de artes y oficios en Colombia 1860-1960. Vol. 2. Bogotá, 2023.
[1] Fuente: Mayor Mora, Alberto, Cielo Quiñones, Gloria Becerra, y Juliana Trejos. Escuelas de artes y oficios en Colombia 1860-1960. Vol. 2. Bogotá, 2023.
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