Finlandia nos demuestra que el cambio educativo es posible

“Reflexionemos el tema de la educación no como un tecnicismo, sino como un proyecto ético y social.”


El sistema educativo en Finlandia ha captado la atención global por sus resultados sobresalientes. Mientras en números países se insiste en fórmulas estrictas, exámenes estandarizados y largas jornadas escolares, Finlandia nos recuerda que otra educación es posible: una más humana, equitativa y centrada en el estudiante.

Este país nórdico ha construido un modelo basado en el respeto por el proceso de aprendizaje, la confianza en los docentes y la convicción de que la equidad es la base de su proyecto colectivo. Allí, los niños adquieren conocimientos y desarrollan habilidades para la vida, esto a través de ambientes libres de presión y por medio del juego.

Una de las características más interesantes del modelo finlandés es la formación docente. Ser maestro en Finlandia es sinónimo de prestigio social. Para ejercer la docencia se requiere de una maestría, por tanto, únicamente los más preparado logran ingresar a programas de formación universitaria y solo una pequeña fracción de los aspirantes logra ingresar a estudios universitarios en pedagogía. La rigurosa preparación, sumada a la autonomía profesional, convierte al educador en un líder del proceso educativo, respetado y valorado por la sociedad (Sahlberg, “Finnish Lessons: What Can the World Learn from Educational Change in Finland?”).

Otro aspecto que se destaca es la ausencia de exámenes estandarizados hasta la secundaria. En lugar de evaluar de la misma, el sistema se enfoca en acompañar el progreso individual. Se reconoce que cada estudiante aprende a su ritmo, puesto que, el propósito es formar personas desde el cuidado del bienestar personal y colectivo.

Por otro lado, las escuelas finlandesas, las jornadas escolares son más cortas, con espacios amplios para el descanso y el desarrollo emocional. A los más pequeños no se les asignan tareas escolares, pues se considera que su tiempo libre debe ser para explorar.

Este enfoque está permeado por un principio: la equidad. En este país, las escuelas cuentan con recursos y adaptan sus estrategias pedagógicas a las necesidades individuales. La inclusión no se convierte en un discurso, sino en una práctica diaria. Los estudiantes con necesidades educativas especiales no son aislados, por el contrario, son integrados en el aula regular con apoyos que garantizan su aprendizaje.

Incluso el diseño arquitectónico de las escuelas responde a esta filosofía. Espacios abiertos permiten una interacción más libre, así, los niños elijen los lugares que les resulten más cómodos. Este detalle transmite un mensaje profundo: la educación debe ser flexible y sensible para quienes la viven.

En contraste, Colombia aún tiene tareas pendientes. A pesar de que se han dado pasos importantes en cobertura y acceso, la calidad sigue siendo desigual. La formación docente es dispar: aunque contamos con profesionales comprometidos y talentosos, la política educativa debe ser más coherente con la realidad. En zonas rurales, este hecho es más crítico: la mayoría de los docentes se enfrentan a condiciones precarias y sin recursos suficientes.

Además, nuestro sistema aún evalúa con exámenes estandarizados. Esto desencadena una educación centrada en la repetición mecánica y la memorización, dejando en un segundo plano el desarrollo del pensamiento crítico y la creatividad. De igual manera, jornadas escolares extensas y la sobrecarga de tareas agotan a los estudiantes, reduciéndoles el tiempo para gozar de su bienestar personal.

Frente a esto, el modelo finlandés ofrece lecciones valiosas. Y no se trata de copiarlo literalmente, pues cada país tiene su propio contexto y el nuestro no es la excepción. Pero sí podemos inspirarnos en sus principios: apostar por la formación rigurosa de los docentes, garantizar una educación verdaderamente equitativa y diseñar entornos de aprendizaje que respeten el ritmo de cada estudiante.

Y si, quizá no tengamos el presupuesto y las condiciones estructurales de Finlandia; pero poseemos la posibilidad de replantear nuestras prioridades. ¿Qué pasaría si empezamos por valorar más a nuestros docentes, dar voz a nuestros niños y construir escuelas donde el aprendizaje se viva con alegría y no con miedo? ¿Por qué no pensar en una escuela más abierta, menos jerárquica y más centrada en la persona? tal como lo planteo Paulo Freire.

Además, reflexionemos el tema de la educación no como un tecnicismo, sino como un proyecto ético y social. Finlandia es el mejor ejemplo de educar en respeto y confianza, ya que los resultados van más allá de los indicadores: son los rostros felices de los estudiantes, los maestros motivados y las comunidades comprometidas.

Juan Carlos López Flórez

Licenciado en Filosofía, historiador y docente. Escribo para invitar a la reflexión, inspirado en la historia y la literatura, impulsando el cambio educativo que necesitamos.

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