¿Fiestas en medio de la sangre? Un llamado urgente a la conciencia de Andes

En el municipio de Andes, Antioquia, la tragedia ha superado todos los límites de la razón y de la esperanza. Hoy, ni siquiera hay bóvedas suficientes para enterrar a nuestros muertos. Esa frase, que debería sonar imposible en pleno siglo XXI, es la cruda realidad que relató el párroco Nolberto Gallego en un llamado desgarrador: pidió a las familias que retiren los restos de sus seres queridos para dar espacio a las nuevas víctimas que, día tras día, deja la violencia.

Andes, la tierra pujante del café y la nobleza campesina, se ha convertido en un escenario de guerra. En lo que va de 2025, ya son 56 las vidas arrebatadas. Cincuenta y seis familias rotas. Cincuenta y seis historias truncadas. Cincuenta y seis sillas vacías en las casas del pueblo.

No se trata de cifras. Se trata de seres humanos. Jóvenes, campesinos, trabajadores, padres e hijos que hoy hacen parte de una estadística vergonzosa que debería estremecer a toda la región. La violencia no da tregua: los enfrentamientos entre estructuras criminales como el Clan del Golfo, La Terraza, Carne Rancia y otros grupos han convertido nuestras veredas en trincheras, nuestros caminos en campos de muerte y nuestros templos en refugios de dolor.

Y en medio de esta desolación, ¿cómo puede hablarse de fiestas?

¿Cómo pensar en conciertos, reinados, pólvora y licor cuando el cementerio no tiene espacio para un cuerpo más?

¿Cómo justificar la alegría pública cuando el llanto se escucha en cada esquina?

La Administración Municipal de Andes debe actuar con sensibilidad y coherencia. No se trata de cancelar las Fiestas Katías por capricho o por presión mediática, sino por respeto. Respeto a las familias dolientes, a las madres que lloran a sus hijos, a los campesinos que ya no pueden salir de sus veredas por miedo, y a la dignidad de un pueblo que clama por paz.

Suspender las fiestas sería un gesto de grandeza moral, un acto de empatía colectiva y una señal clara de que el gobierno local no está ajeno al sufrimiento de su gente. Sería también una oportunidad para reflexionar y rendir homenaje a las víctimas, para convertir la música y la pólvora en oración y memoria.

El padre Nolberto Gallego lo dijo con humildad, pero con una contundencia que estremece: “Nos estamos quedando sin bóvedas”. Esa frase debería retumbar en los oídos de todos los que hoy tienen el poder de decidir. Porque cuando un pueblo no tiene espacio para enterrar a sus muertos, tampoco tiene motivos para celebrar.

Andes no necesita fiestas. Necesita paz, justicia y duelo.

Y sobre todo, necesita líderes con el valor de anteponer la vida a la apariencia, el respeto al ruido, la conciencia al aplauso.

Luis Carlos Gaviria Echavarría

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