“Yo cuando fui a ver a sus majestades pasar, lo único que pude ver fue la cabeza del rey y el brazo de la reina. Por eso su nombre”
A pesar de la discusión tan fuerte con el duque de Edimburgo, y de una pataleta casi infantil, la reina Isabel II sí logró subirse al avión. Tenían que hacer escala en Nueva York y de ahí bajar unas cuántas horas al tercermundista país que su hermana, la princesa Margarita le había contado era maravilloso. Felipe la miró en el avión y luego de su real pataleta (todos sabían que el duque de Edimburgo era muy cariñoso cuando viajaba solo, con otras mujeres, de ahí la pataleta real) sonrió y le robó un beso. Sería un viaje de San Valentín. Era febrero de 1962 y la pareja real visitaría nuestro país.
Playa, brisa y ¿rain?
Ocho años antes, cuando Margarita andaba de voladas con el coronel Peter Townsend y que se había escondido en una de las casonas viejas de Cartagena de uno de los subalternos de aquel “amiguito” de la princesa, fue que se enamoró del clima y de los colores de Colombia. A la pobre Margarita no la querían mezclada con un hombre divorciado y a él básicamente lo querían lejos de la realeza, así que uno de sus últimos viajes como amantes fue a la paradisiaca y caribeña Cartagena.
Margarita se había gozado desde las bebidas locales, los bailes y un viaje a una montaña, llamada el Cerro de la Popa en el que los padres recoletos habían montado un convento. La hermana menor de la reina Isabel gozó Cartagena y a su hermana mayor, luego de unos meses le contó su aventura en el país suramericano. Y en un español muy básico le cantaba un viejo porro que recitaba “Playa, brisa y mar / Es lo más bello de la tierra mía / Tierra tro pi cal / Es un ambiente lleno de alegría”. A lo que Isabel con su clásica mirada pidió traducción, y su hermana tradujo como: “Beach, breeze and sea / It is the most beautiful thing in my land / Tro ooo ooo pi cal land / It is an place full of joy”
Pero Isabel no sabía lo que le esperaba en Colombia, ella quería playa, brisa y mar como en sus viajes a Suráfrica, el Congo y a Australia, pero al llegar a Bogotá en ese febrero encontraría una ciudad como Londres: oscura, gris y fría.
Al aterrizar el avión real, con cuarenta y cinco minutos de antelación, como buenos ingleses, la reina alcanzó a organizar su ajuar con dos asistentes. Una había alcanzado a subir algo de las prendas más caribeñas, según lo narrado por la reina previo al arreglo del viaje, pero la segunda asistente que tenía una visión más clara del lugar del mundo a donde iban arreglo otro tipo de ropas, un poco más abrigadoras. Menos mal fue así, porque ese aterrizaje en la Atenas suramericana solo tendría las primeras dos horas de luz solar, el resto del viaje era una pequeña Londres, no tanto por el humo de las chimeneas, sino porque aquí el cielo se volvía un gran colchón de lluvias de todo tipo, gruesas, de lado y chiquiticas gotas incómodas.
“¿Ya llegó?, no jodás. ¿Y se trajo a la Reina?”
Con el cambio de llegada, desde el aeropuerto El Dorado llamaban a la oficina del presidente Alberto Lleras Camargo. Al otro lado del teléfono alguien gritaba a todo pulmón: “Presidenteeeeee, avisan de El Dorado que el duque está aterrizando en 10 minutos. Y hay otra noticiaaaaa”. Todo esto lo escuchaba el controlador que al otro lado del teléfono esperaba impaciente las ordenes del equipo de presidencia. En la casa de Nariño seguían lo gritos: “Yyyy lo otrooooo, es que el duque se trajo a la reina Isabel, porque se le coló de polizón en el avión”. El controlador seguía esperando a ver qué decían y se estaba desesperando porque estas novedades se las acababan de dar desde el avión que ya estaba bajando por Tunja.
-¿Es en serio? – refunfuñó el presiente Lleras – ¿ya llegó?, no jodás. ¿Y se trajo a la Reina?… este Felipe es la patada. Pues reorganizaremos agenda. Hay que hacer que esto crezca. Notifiquen a la emisora y a los periódicos que la reina se coló al viaje y que muevan su influencia popular”- .
Y así fue, los medios que ya habían adelantado el periódico de la tarde con los detalles previos a la llegada del duque tuvieron que crear una separata especial que titulaba “NO SE AGUANTÓ” en grandes letras, y en un antetítulo pequeño se completaba la novedad con: “Las ganas de conocer Monserrate y el ajiaco santafereño. La reina Isabel se vino para Colombia y aterrizó en El Dorado”.
Desde presidencia informaron a todos los militares cercanos que se fueran a El Dorado, no alcanzaban a movilizar en 10 minutos a todo el batallón que estaba listo, así que había un contingente de la Escuela Militar de Cadetes que justamente estaban cerca haciendo un entrenamiento. Pues fue a estos jóvenes, que aún ni siquiera eran militares, a los que les tocó recibir al duque y a la reina. No lo podían creer, serían los que rendirían los honores a las altezas reales que pisaban por primera vez estas tierras, pues la reina no hacía más de una década que era reina y aún no había pasado por esta parte del globo.
“Cuando la vi toda culi bajita al lado de ese señor todo alto y buen mozo pensé para mis adentros: tan garosa la reina” afirmó el cadete Ladrón (apellido poco noble, pero muy español) al referirse al momento en que el duque de Edimburgo se acercó y le dijo con el brazo extendido “my admiration for such strength and martial order”, a lo que el joven de Sutamarchán respondió sin entender mucho: “Nice to meet you”. El duque se rió y puso su mano en el joven boyacense y se alejó diciendo “Me to, me to”.
Cuando aún brillaba el sol
La reina Isabel había roto todos los parámetros de orden, desde su subida tardía al avión hasta el no prepararse para el viaje. Tenía los años jóvenes en los que aún estaba aprendiendo pues no llevaba más de diez años ejerciendo el rol. Era una mujer fuerte y aunque pequeña con respecto al rey consorte, si tenía claro que en un país como estos no podía pasar desapercibida. Al bajar del avión vio a lo lejos una montaña, suponía ella que era la montaña de la que le había hablado Margarita, La Popa, pero no veía el ambiente festivo que le había prometido su hermana. Cuando el duque volvió a subir al avión y le preguntó si estaba lista, ella asintió con algo de vergüenza por su caprichosa subida y bajó con el duque de la mano. Él, con su sonrisa grande y ella con su sonrisa medida y casi imperceptible.
Ya la majestuosidad había pasado. El príncipe fue llevado por funcionarios del protocolo presidencial que conocían perfectamente todos los requisitos pedidos desde la casa real y presentado a todos los miembros del comité de recepción, entre los cuales se encontraban el ministro de guerra, el Mayor General Rafael Hernández Pardo, y el decano del cuerpo diplomático y nuncio apostólico, Monseñor José Paupini, además de uno que otro colado que quiso hacerse el chistoso estando en el grupo de primeros colombianos en saludar de mano al duque y a la reina. Las ceremonias de recepción en El Dorado se realizaron cuando aún brillaba el sol en el cielo bogotano, pero eso no duraría más de una hora.
“Se sentirán en casa…”
En cada acto que se llevó a cabo el duque jamás mostró un momento de incomodidad. Fue adusto y empático. La reina a su vez trataba de mantener la compostura. De manera educada pidió a una de sus asistentes que cuando llegaran al hotel averiguaran en dónde estaba el lugar cálido que su hermana le había dicho. La asistente que conocía de los menesteres de la princesa Margarita le susurró de vuelta a la reina: “Estamos a 2.600 metros de altura, su Majestad, lo más caliente son lugares cercanos pero mar por aquí no hay”.
La reina había entendido todo mal y ahora estaba en un pequeño Londres, con lluvia en el rostro y teniendo que sonreír. Felipe le tomó la mano nuevamente y como una batalla ganada en la guerra que no había vivido se puso de pie en el descapotable que habían preparado desde el protocolo y con un pañuelo blanco saludaba a las multitudes que los esperaron por la autopista que daba al aeropuerto, por la Avenida Las Américas y por la calle 34 hasta la Plaza de Bolívar.
El presidente Lleras no alcanzó a llegar por eso recibió al duque y a la reina en una gran celebración en la Plaza de Bolívar, en donde Felipe como buen militar y la reina como la realeza que era, brindaban una honra al libertador con gran fortaleza, respeto e ímpetu. Fue una ceremonia que hizo llorar a más de un bogotano porque se sintió que los reyes estaban reconociendo el esfuerzo de esta tierra de ser independiente. La reina caminó hacia la gran estatua y el duque llevaba un arreglo floral que puso a los pies de la columna del libertador.
Luego de los homenajes el duque se saltó nuevamente el protocolo y se acercó a la multitud que lo quería saludar y por el costado oriental de plaza pudo saludar a más de una mujer colombiana que lo admiraba por su altura y presencia. “Es un papucho. Su rostro parece tallado por los dioses” afirmaba Marina de Correa, luego de haber sido una de las mujeres al que el duque extendió la mano y saludó con una sonrisa. La reina saludaba con la incomodidad de no poder hacer nada sino sonreír y saludar desde la distancia.
En un espacio de toma de alimentos y de presentación de la gastronomía colombiana se cerró el primer día con una frase que aún retumba en estos tiempos: “Qué le sirvo mi Reina…” dicho por el presidente Lleras Camargo a la reina Isabel y que luego pasó a la cultura popular como un piropo que resumió durante mucho tiempo la forma en que los colombianos buscamos hacer sentir a nuestros visitantes como unos reyes.
“Y de aquello, nada”
Como fue tarde el aviso del cambio de invitados, se tuvo que mantener la estadía de la pareja en la suite del club militar, por lo que luego de la cena en el Palacio de San Carlos sus majestades fueron a descansar. La reina estaba conmovida por la forma en que Felipe se comportaba con la muchedumbre. “No te he visto hacer eso en Londres, ni siquiera en alguno de los barrios más populares, Felipe”- afirmó Isabel con ganas de respuestas. Felipe sonrió grande, con su pelo rubio y su altura de gigante inglés y respondió: “Es que ellos nos quieren por quiénes no somos en sus vidas. Nuestros súbditos al final nos deben obediencia. A estas personas no las volveremos a ver y esto será memorable por los años de los años. Creo que este viaje te debe cambiar la perspectiva amada reina mía” Y se fueron a dormir, con el pendiente de una carrera en la que tenían visitas al colegio Anglo Colombiano, a la embajada británica en Bogotá, comidas en fábricas y cenas con personalidades de la alta sociedad local.
Al final del viaje y de los tres días de correrías y de una que otra discusión entre los reyes, se despedía el rey consorte Felipe y la reina Isabel con homenajes de los colombianos que aún hoy subsisten. Un panadero que había creado un bizcochuelo con crema blanca y relleno de fresas había decidido poner en nombre de la reina su delicioso postre. Cuando se le preguntó la razón del nombre afirmó: Yo cuando fui a ver a sus majestades pasar lo único que pude ver fue la cabeza del rey y el brazo de la reina. Por eso su nombre: “Brazo de reina y no cabeza de rey”.
De la misma manera, boliches, restaurantes y uno que otro burdel cambiaron sus nombres en homenaje a la visita real, de ahí que durante los siguientes años estuvieran con neones el boliche Londres, el restaurante London y el burdel “Edimburgo”, en homenaje a la ilusión de lo que sería el gran Felipe. Incluso la creación del barrio Santa Isabel, el cual fue legalizado el mismo año que la coronación de la reina y que luego de su visita tomó la decisión de poner el nombre de la misma y sumarle el Santa como búsqueda de santidad para los que habitaban el lugar.
Ya en el avión y de vuelta a Londres, la reina Isabel, exhausta por el viaje y con mucha más tranquilidad por su aventura, que obviamente nunca repetiría, mirando a Felipe dormir frente a ella y luego viendo el mar caribeño azul, se diría a si misma: “Y de aquello, nada”, porque luego de tantos años nunca conocería ese lugar mágico que visitó su hermana que eran las bellas costas de Cartagena, que también son Colombia, pero que no fue su destino final.
Y así fue como en un mundo alterno, la reina Isabel visitaría Colombia y ya hoy, luego de tantos años, rendimos homenaje a su partida defintiva.
*Todo este texto es producto de la ficción y busca activar la imaginación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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