Una de las principales características de la experiencia religiosa es la fe en lo que nos comunica la divinidad por medio de sus canales consagrados. La creencia sin examen. Hay otros fenómenos aparte de la fe, por supuesto, pero son simplemente expresiones culturales: como ser los símbolos, los mitos, los ritos y los dogmas.
Por otra parte, están los procesos de secularización que padecen las religiones al ser arrojadas a la historia, donde se adaptan a la “polis”, donde mantienen “relaciones carnales” con las estructuras políticas de turno para beneficio mutuo. Pero la fe es coyuntural. Continúa a pesar de todo como una rúbrica perenne.
Excedería el espacio de esta nota el hacer una explicación de lo qué es la fe. Pueden remitirse a mi libro temprano: “La fe según los textos bíblicos”. Pero creo que todos, el que más, el que menos, sabemos a qué nos referimos. Sin embargo aquí me tomaré una licencia. No apunto a lo puramente espiritual, sino, a la idea de la confianza ciega, a una actitud no crítica, en el sentido que Platón le daba a la “doxa” u opinión.
Pensemos en la alegoría de “La caverna”. La palabra que Platón utiliza para la falta de certeza es “pistis”, para hablar de conocimiento sombrío, aquel que designa a la fe, con la que luego la definirá el Nuevo Testamento en el escrito de Pablo en la “Carta a los Hebreos”. Simplemente creer por autoridad. Por hegemonía y por la imposición del poder absoluto.
Hoy, en medio de una sociedad informatizada, donde las redes se han convertido en verdaderos referentes monopólicos de la verdad, más que nunca se necesita tomar la acción de pensar por sí mismo. La independencia en la “muerte de Dios”. Sin embargo, la nueva religión en la que todos creen incondicionalmente es la fe comunicacional.
La misma funciona como un verdadero poder de lo sagrado cuyo fin es configurar el pensamiento y colonizar la subjetividad. En la tradición, los profetas siempre cumplieron la misión de comunicadores. Lo que dicen sus oráculos es incuestionable y crea ideologías afines a las grandes potencias que dominan este mundo. Construyen (cual verdaderas deidades todopoderosas) la realidad. Crean el mundo. Su mentalidad. Dan la masa crítica. Proveen el imaginario social. Lo conservan según sus intereses -y asimismo pueden deshacerlo-, según su incontestable voluntad. Los “neumonautas” (o aquellos que requieren una vivencia espiritual por las redes) están buscando servir con fervorosa fe al Dios digital, aquel que habita en “la nube”. Este es omnipresente (por los canales de “wifi”, está en todas partes), omnisapiente (Google todo lo sabe), y omnipotente (todo puede realizarse por sus pantallas a través de la conexión a la red).
Este Dios no ofrece salvación alguna. No posee ética. Tampoco sus fieles lo requieren. Solo se le sacrifica en su altar la capacidad de analizar los hechos de manera independiente, por el simple ejercicio de nuestra libertad. La estructura que domina y administra su culto es la religión comunicacional.
Sus pastores son los que “doran” los acontecimientos y los presentan según su beneplácito. Solo existe lo que pasa por sus pantallas. Solo mueren los que mueren en los medios. Solo sucede lo que nos muestran que sucede. El acontecimiento real es depurado para que los incautos crean ciegamente en el relato que transmite el ojo divino y orwelliano de esta deidad cuyo dominio cubre al mundo entero.
Los orientales cuentan de un concepto llamado “maya”, que corresponde a la idea de Platón en “La República” cuando nos habla de “la sombra”. La apariencia. La máscara. El fantasma. En esa sabiduría antigua, aun antes que exista la tecnología de la híperinformación ya nos animaban a no creer en todo lo que vemos con nuestros sentidos, a no confiar en nuestra sola percepción y a no dejarnos llevar por los falsos profetas que sostiene a lo que hoy diríamos “los grandes oligopolios de la comunicación”. Nos animaban a que viéramos primero en nuestro interior. Que pensáramos a través de la emancipación conceptual.
En la actualidad, miles de años después, nos encontramos nuevamente ante el río de Heráclito. El fluir de la fibra óptica. En un devenir constante de datos sin ninguna certeza. Es hora de reflexionar y de no dejarnos engañar por el demonio de las redes, porque el Satán de las pantallas es, sin duda, no solo el “Rey del mundo” sino además “El padre de la mentira”.
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